La conciencia cr¨ªtica
Durante d¨¦cadas, durante por lo menos un siglo, el mundo intelectual hizo la cr¨ªtica despiadada de la burgues¨ªa, de la industrializaci¨®n, del capitalismo, y dej¨® en suspenso la de la utop¨ªa socialista, convertida en la pr¨¢ctica, en la praxis, para emplear un t¨¦rmino que estuvo de moda, en el socialismo real que hemos conocido. Ahora descubrimos, cuando ya es bastante tarde, que la aplicaci¨®n oportuna de las facultades cr¨ªticas al socialismo habr¨ªa sido saludable y habr¨ªa podido ahorrar muchas decepciones y sorpresas molestas. "Criticar es muy f¨¢cil", dec¨ªa un alto funcionario de la. revoluci¨®n cubana en 1971, en v¨ªsperas del caso Padilla, cuando yo todav¨ªa era representante diplom¨¢tico en La Habana del r¨¦gimen de Salvador Allende. A primera vista, la frase del funcionario parec¨ªa normal. Hab¨ªa que dedicarse a construir la sociedad del futuro, en lugar de ejercitar la lengua en una maledicencia est¨¦ril. Sin embargo, escuchada en su verdadero contexto, esa afirmaci¨®n era claramente represiva y amenazante. El foco de la cr¨ªtica en la isla era un grupo de intelectuales que hab¨ªan empezado a convertirse en disidentes. Criticar no s¨®lo no era muy f¨¢cil, sino que hab¨ªa pasado a ser una acci¨®n extremadamente dif¨ªcil, adem¨¢s de peligrosa. El comandante en jefe pod¨ªa tomar una l¨ªnea de conducta, y enseguida, al cabo de un tiempo, criticarla y adoptar la l¨ªnea contraria. Pero ¨¦ste era un privilegio reservado para el comandante en jefe. Los dem¨¢s mortales ten¨ªan que callar y seguir las instrucciones. En esos d¨ªas, la revista Pensamiento Cr¨ªtico, publicada en la universidad por algunos profesores de formaci¨®n marxista, fue suprimida. Hab¨ªa que tener la fe del carbonero. Era pernicioso practicar el libre examen de los textos sagrados, por muy ortodoxos que fueran. Un agr¨®nomo franc¨¦s, Ren¨¦ Dumont, cuyo ¨²nico delito consist¨ªa en haber hecho la cr¨ªtica de la pol¨ªtica agraria de Fidel Castro, fue acusado por la televisi¨®n, de un modo escandaloso, con pruebas perfectamente infantiles, de ser agente de la CIA. Sus amigos en el Ministerio de Agricultura pasaron a ser c¨®mplices, vale decir, subagentes, y fueron encarcelados. Heberto Padilla, el poeta, fue escogido para la c¨¢rcel por ser uno de los cr¨ªticos m¨¢s notorios, deslenguados y expl¨ªcitos. Despu¨¦s, al obligarle a confesar sus culpas y a golpearse el pecho en un escenario, se procuraba obtener un efecto de disuasi¨®n y de escarmiento.Podr¨ªa enumerar una larga lista de situaciones comparables. El caso se repet¨ªa en todas partes, con diferencias de matices. Durante la revoluci¨®n cultural de China, los poetas, disidentes casi por definici¨®n, eran identificados y humillados por medio de sambenitos muy parecidos a los que utiliz¨® en siglos anteriores el Santo Oficio. Siempre me asombr¨® ¨¦l car¨¢cter lit¨²rgico, inquisitorial, de estas ceremonias de la mala conciencia, de la autonom¨ªa intelectual castigada. "Criticar es muy f¨¢cil" era como decir, en resumidas cuentas, "se proh¨ªbe pensar". Se prohib¨ªa pensar, y la gente de pensamiento, sin pensar, precisamente, en las consecuencias de su actitud, guardaba silencio. Me pregunto, ahora, qu¨¦ habr¨ªa sucedido si la cr¨ªtica hubiera sido tolerada y hasta escuchada. Si eso hubiera ocurrido, el socialismo real no habr¨ªa podido estar peor que ahora, y probablemente estar¨ªa mejor,
Estas reflexiones surgieron en m¨ª despu¨¦s de escuchar a una persona que part¨ªa a "estudiar la picaresca" de los pa¨ªses del ex bloque socialista. Poderosa y extravagante picaresca, sin duda, reflejada en novelas, en poemas, en obras de teatro que fueron sometidas a una implacable censura, desde los tiempos de La chinche, de VIad¨ªmir Mayakovski, y de El maestro y Margarita, de Mija¨ªl Bulg¨¢kov, hasta a?os muy recientes. Los intelectuales de Occidente, en su gran mayor¨ªa, prestaban o¨ªdos sordos, sobre todo cuando se trataba de dar testimonio, ya que no se pod¨ªa facilitar la tarea del enemigo, pero no pod¨ªan dejar de conocer la situaci¨®n real a trav¨¦s de los libros y los viajes. Recuerdo a pintores europeos y latinoamericanos que comenta ban en La Coupole, en el Par¨ªs de los a?os sesenta, sus preparativos para viajar a Cuba a la inauguraci¨®n del Sal¨®n de Mayo. Llevaban sus maletas bien provistas de jabones, de medias, de l¨¢pices labiales, monedas de trueque de gran eficacia en los sectores no peque?os de la picaresca habanera. Hab¨ªa en todo esto, en el fondo, actitudes c¨ªnicas y realidades tristes. El r¨¦gimen hac¨ªa la cr¨ªtica de los "est¨ªmulos materiales" representados en primer lugar por el vil dinero, pero donde la moneda perd¨ªa fuerza, de inmediato adquir¨ªan poder, en un sistema de vasos comunicantes, los m¨¢s deleznables objetos: una camisa de material sint¨¦tico fabricada en serie o un perfume barato.
Hab¨ªa personas honestas, desde luego, pero en esos a?os, a fines de la d¨¦cada del sesenta y a comienzo de la siguiente, me pareci¨® que la situaci¨®n cubana, a causa de la ausencia de cr¨ªtica, ya estaba dominada por la hipocres¨ªa y por el doble lenguaje. Esto es, para decir las cosas por su nombre, estaba corrompida. Francisco Coloane, gran escritor chileno y viejo militante de izquierda, dijo en esos d¨ªas en una cena oficial ofrecida por m¨ª, y lo dijo con su voz de trueno, que hab¨ªa encontrado en Cuba a unos pocos puros, pero que la inmensa mayor¨ªa de la gente que hab¨ªa visto eran unos hip¨®critas redomados
Su declaraci¨®n caus¨® franco estupor entre mis comensales, aparte de alguna sonrisa socarrona, y sirvi¨®, supongo, para reforzar la tesis de que la revoluci¨®n chilena iba por mal camino. Sin embargo, de un modo parad¨®jico, la reacci¨®n que se produjo en aquella mesa no pod¨ªa ser m¨¢s confirmatoria de eso que hab¨ªa sostenido Coloane al pasar, sin darle excesiva importancia al asunto. As¨ª eran las cosas, y no creo que hayan cambiado demasiado. Toda la debilidad del sistema estaba relacionada con esa falta de transparencia, con esa alteraci¨®n del lenguaje. No era extra?o que un escritor, un hombre que manejaba las palabras, lo percibiera de inmediato, aunque despu¨¦s no quisiera dar testimonio p¨²blico del fen¨®meno. Esa prudencia, esos silencios, ?sirvieron de algo? ?No contribuyeron, m¨¢s bien, a precipitar el desastre que hemos presenciado 20 a?os despu¨¦s, los sufrimientos que todav¨ªa est¨¢n muy lejos de haber terminado? El gigante con pies de barro no era el capitalismo, o no era s¨®lo el capitalismo, como sosten¨ªan los Timoneles de anta?o, sino tambi¨¦n, y de modo eminente, el socialismo real. Y esa debilidad cong¨¦nita estaba relacionada con el problema central, antiguo y nuevo, de la conciencia cr¨ªtica, una conciencia debilitada, inclinada en muchos casos a la componenda y en muchos otros decididamente mentirosa.Jorge Edwards es escritor.
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