Los pol¨ªticos norteamericanos tendr¨¢n que renunciar a sus privilegios
Los tiempos del derroche se han acabado en Estados Unidos. No s¨®lo para el ciudadano com¨²n, que antes cambiaba de coche cada dos a?os, sino tambi¨¦n para la clase pol¨ªtica, que tendr¨¢ que renunciar a partir de ahora a privilegios incompatibles con la irritaci¨®n popular por la crisis econ¨®mica. Los sacrificios afectar¨¢n desde las figuras m¨¢s preeminentes de la Administraci¨®n hasta los m¨¢s desconocidos miembros del Congreso.
Por primera vez desde que ocupa el cargo, el secretario de Estado norteamericano, James Baker, pag¨® el viernes pasado su billete de avi¨®n en clase turista para un viaje privado a San Antonio (Tejas). Su presencia en un vuelo de l¨ªnea regular caus¨® una gran sorpresa entre el resto de los pasajeros, que le pidieron aut¨®grafos y le pasaron notas con recomendaciones sobre pol¨ªtica exterior, y origin¨® serios problemas para los responsables de su seguridad. Cuando lleg¨® al aeropuerto, Baker llam¨® desde un tel¨¦fono p¨²blico a su oficina en Washington, desde donde le comunicaron con la Casa Blanca.El secretario de Estado anunci¨® que desde ahora utilizar¨¢ aviones comerciales para todos sus desplazamientos privados. Con este gesto, Baker trata de salir al paso de la pol¨¦mica desatada la pasada semana por el peri¨®dico The Milwakee Journal al revelar que el presidente George Bush hab¨ªa gastado en 26 meses m¨¢s de 370.000 d¨®lares (algo m¨¢s de 37 millones de pesetas) del dinero del contribuyente para viajes privados.
Bush advirti¨® el a?o pasado, despu¨¦s de que el entonces jefe de Gabinete, John Sununu, perdiera el cargo por ese tipo de pr¨¢cticas, que todos los miembros de la Administraci¨®n ten¨ªan que ser prudentes en el uso de veh¨ªculos oficiales para desplazamientos particulares.
Mejorar la imagen
Esto no es nada comparado con las medidas de ahorro impuestas por el Congreso en un intento de mejorar la deteriorada imagen de sus miembros, que aparecen a los ojos de la mayor¨ªa de los norteamericanos como una panda de despilfarradores sin sensibilidad por el sufrimientos del ciudadano com¨²n. Una portavoz del senador James Jeffords dijo que lo que se pretende con estas medidas es "acabar con la sensaci¨®n entre los votantes de que esto es la reproducci¨®n de un club privado ingl¨¦s".A partir de ahora, el medio millar de congresistas -entre senadores y miembros de la C¨¢mara de Representantes- tendr¨¢ que pagar 400 d¨®lares al a?o por el uso de su gimnasio particular, y deber¨¢ cubrir las facturas de los m¨¦dicos del Navy Hospital que los atienden en las propias instalaciones del Congreso. Las medicinas recetadas por esos doctores dejar¨¢n de ser gratuitas. Los parlamentarios tendr¨¢n que pagar tambi¨¦n 10 d¨®lares por los cortes de pelo en su peluquer¨ªa privada. Asimismo, se acabaron los descuentos en las tiendas, restaurantes, aparcamientos, en el correo y en los transportes.
No debe ser f¨¢cil para un senador, uno de los cargos de mayor importancia y tradici¨®n en este pa¨ªs, aceptar semejantes renuncias, pero todo el mundo est¨¢ de acuerdo en que las principales instituciones norteamericanas necesitan limpiar su imagen.
En un a?o electoral, esta sorprendente y desaforada pasi¨®n por el ahorro promete convertirse en una verdadera guerra de austeridad entre la Casa Blanca y el Congreso, donde existe una gran irritaci¨®n desde que se destap¨® hace varias semanas el esc¨¢ndalo de los congresistas que pagaban con cheques sin fondos.
El presidente de la C¨¢mara de Representantes, el dem¨®crata Thomas Foley, advirti¨® que estos sacrificios, voluntariamente aceptados por el Congreso, dejan a los parlamentarios en mejor situaci¨®n para criticar los excesos del propio presidente Bush, a quien llam¨® "el rey de los privilegios", y del vicepresidente, Dan Quayle, a quien calific¨® como "el pr¨ªncipe heredero de los privilegios".
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