Los grandes temas pendientes
LA CAMPA?A electoral en el Reino Unido ha confirmado, como era de esperar, que en la escena pol¨ªtica brit¨¢nica no hay en estos momentos un dirigente de talla comparable a la de Margaret Thatcher. Esta debilidad del liderazgo, comprensible e incluso saludable en un pa¨ªs hastiado de caudillismo, coincide, sin embargo, con la reaparici¨®n de los grandes problemas que el fen¨®meno Thatcher no pudo resolver, y en alg¨²n caso exacerb¨®: las cuestiones nacionales de Escocia, Irlanda del Norte y Gales, por un lado, y las deficiencias del anticuado sistema institucional brit¨¢nico, por otro.S¨®lo las dudas y debilidades internas de conservadores y laboristas pueden explicar el que ¨²nicamente al final de la campa?a electoral, mediocre como pocas, hayan sobresalido estas cuestiones fundamentales por encima del mar de minucias y asuntos dom¨¦sticos en que han preferido navegar ambos partidos durante las ¨²ltimas semanas.
Margaret Thatcher antepuso lo urgente a lo importante. Lo urgente era atajar la esclerosis pol¨ªtica y social que en los a?os setenta se adue?¨® del Reino Unido, conocido por entonces como el enfermo de Europa, y Thatcher aplic¨®, ciertamente, una cura dolorosa, pero efectiva. La c¨¦lebre revoluci¨®n conservadora impulsada por sus tres sucesivos Gobiernos no ten¨ªa de revolucionaria m¨¢s que la fe y la sinceridad con que se aplicaron los m¨¢s a?ejos principios tories (b¨¢sicamente, preponderancia de la City financiera y de los peque?os propietarios sobre la industria y los sindicatos, reducci¨®n del aparato administrativo y preeminencia de lo individual sobre lo social), pero funcion¨®. La reducci¨®n de los impuestos (gracias sobre todo a las rentas del petr¨®leo del mar del Norte) y la euforia de un par de guerras ganadas en ultramar hicieron el resto. Se despejaron las arterias y el pa¨ªs volvi¨® a pensar que, adem¨¢s de un glorioso pasado, pod¨ªa tener un futuro aceptable.
Ahora ha llegado el momento de definir ese futuro, sobre el que hay grandes divergencias. La casa com¨²n del Reino Unido no parece ser igualmente c¨®moda para las cuatro naciones que la habitan. En Escocia, por ejemplo, las elecciones de ma?ana, jueves, son casi un refer¨¦ndum, y tambi¨¦n un espl¨¦ndido campo de trabajo para la sociolog¨ªa electoral: la peque?a minor¨ªa unionista votar¨¢ a los conservadores, pero lo que hay que averiguar es cu¨¢ntos quieren la autonom¨ªa (votantes laboristas) y cu¨¢ntos la independencia (votantes del Partido Nacional). Se trata de una cuesti¨®n trascendental. Por primera vez desde que se constituy¨® la Comunidad Europea es concebible la posibilidad de que, a medio plazo, uno de sus miembros fuerce un reacomodo para dar cabida a una gran regi¨®n aut¨®noma o -dif¨ªcil, pero no imposible- a un pa¨ªs desgajado de su territorio.
El l¨ªder conservador, John Major, advierte que las reivindicaciones nacionalistas escocesas s¨®lo pueden desembocar en la ruptura del Reino Unido. Exageraciones electorales al margen, podr¨ªa haber un fondo de verdad en ello. Escocia se integr¨® en el Reino Unido en 1707, pero ha mantenido su identidad social y pol¨ªtica muy distinta, y frecuentemente enfrentada, a la hegem¨®nica identidad inglesa. Todo parece indicar que, al cabo de casi tres siglos, parece imprescindible una nueva f¨®rmula de asociaci¨®n. Es de lamentar que ni los conservadores, con su cerraz¨®n, ni los laboristas, con su asombrosamente inconcreta oferta de autonom¨ªa, hayan demostrado hasta ahora estar a la altura de las circunstancias.
El conjunto de las instituciones, y con ellas el sistema electoral, necesita igualmente una reforma profunda. Es creciente -y de ello se ha beneficiado fundamentalmente el minoritario Partido Liberal-Dem¨®crata- la demanda de una Constituci¨®n escrita que elimine el anacr¨®nico e irreal papel de la Corona como fuente de todos los poderes, que convierta en ciudadanos a los s¨²bditos y, de paso, revise para qu¨¦ sirven instituciones a¨²n en vigor, como la C¨¢mara de los Lores.
Los liberal-dem¨®cratas, que enarbolan la bandera de la reforma constitucional, exigen tambi¨¦n la sustituci¨®n del sistema electoral mayoritario por uno proporcional. Pero esa reforma, que beneficiar¨ªa sobre todo a los propios liberal-dem¨®cratas, es mucho m¨¢s discutible. El sistema mayoritario, con el bipartidismo como consecuencia, tiene defectos, pero tambi¨¦n virtudes. Una de ellas, y no la menor, es la certidumbre de que no emerger¨¢n de las urnas brit¨¢nicas las desagradables sorpresas neofascistas que, al calor del descontento popular, han irrumpido en la escena pol¨ªtica de otros pa¨ªses europeos.
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