El torero y su bi¨®grafo
No siempre a un editor le gustan personalmente los libros que publica. Solidaridad con los autores de la casa, actualidad del tema, bestselerismo necesario a veces, le obligan en ocasiones a editar obras que no le entusiasman. Pero cuando tiene la fortuna de publicar un libro que, por las razones que sean, le encandila, experimenta uno de esos grandes placeres de todo editor sensible, a la vez empresario y lector. As¨ª me ocurri¨® a m¨ª cuando reedit¨¦ en la colecci¨®n de bolsillo de Alianza la biograf¨ªa que hab¨ªa hecho de Juan Belmonte aquel periodista de cuerpo entero que se llam¨® Manuel Chaves Nogales. Un periodista ahora bastante olvidado, con esa curiosa falta de memoria de los periodistas en ejercicio hacia sus grandes predecesores.Manuel Chaves, sevillano como Belmonte, era ya en plena juventud redactor jefe del Heraldo de Madrid, y en los albores de la II Rep¨²blica lleg¨® a director de Ahora, un excelente diario, lanzado por don Luis Montiel, al que Chaves dio forma, dinamismo y originalidad.
El viento de la guerra se llev¨®, como tantas otras cosas, ese notable emprendimiento period¨ªstico, y Manuel Chaves muri¨® exiliado en Londres. Pero hizo antes varios largos reportajes, aparecidos primero en las p¨¢ginas de su diario y luego recogidos en libros, como esta vida de Juan Belmonte, sin la cual la figura del gran torero hubiera quedado en la leyenda y no en la historia.
"Por vez primera", dec¨ªa Josefina Carabias en el ep¨ªlogo que le ped¨ª para nuestra edici¨®n, "la vida de un torero, de un torero que todav¨ªa torea, hab¨ªa sido contada tal y como era, sin exageraciones, ditirambos ni latiguillos..., expresando con pluma certera todo lo que hab¨ªa en ella de grandeza y de miseria, de ingenuidad y picard¨ªa, de humor amargo e ingenua ternura".
La gloria absoluta
No era Chaves Nogales aficionado a los toros, pero al conocer un d¨ªa a Belmonte descubri¨® el inter¨¦s apasionante de aquel hombre, en el que se demostraba una vez m¨¢s que la inteligencia no se refugia s¨®lo ni siempre en los intelectuales. Como buen periodista, Chaves le dej¨® hablar, reunidos ambos durante largas tardes, de las que nacer¨ªa una firme amistad y el relato de la vida de aquel chiquillo, nacido en la calle Ancha de Feria -algo muy decisivo para los sevillanos de entonces- y que alcanz¨® la gloria taurina, que es la gloria m¨¢s absoluta que cabe.
El torero le ha contado al periodista que el primer recuerdo de su vida, aunque ten¨ªa poco m¨¢s de dos a?os, fue la muerte del Espartero. "Yo no sab¨ªa nada de nada... Acaso fue la primera vez que me suben a un coche... Pero alguien se sube al pescante y dice: 'Un toro ha matado al Espartero'. Yo no s¨¦ entonces lo que es un toro, ni qui¨¦n es el Espartero, ni lo que es la muerte. Pero aquellas palabras, el efecto desastroso que causan y sobre todo el abandono, la soledad en que repentinamente me dejan, quedan grabadas en mi mente para toda la vida".
La muerte y la suerte, eternas compa?eras del torero. Sin riesgo no hay corrida, y cuando Belmonte deslumbr¨® a la afici¨®n, en la temporada de 1913, dando "siete ver¨®nicas sin enmendarse", la gente dec¨ªa: "0 se quita de donde se pone o lo quita el toro". "Yo ven¨ªa a demostrar", cuenta Belmonte a Chaves, "que esto no era tan evidente como parec¨ªa: te pones aqu¨ª y no te quitas t¨² ni te quita el toro si sabes torear...".
El toreo es un arte -conviene machac¨¢rselo a los diputados del Parlamento Europeo-, pero un arte dram¨¢tico, donde "el torero", Garc¨ªa Lorca dixit, "mordido por el duende que puede destruirle, da una lecci¨®n de m¨²sica pitag¨®rica y hace olvidar que tira constantemente el coraz¨®n sobre los cuernos".
?C¨®mo toreaba Belmonte? ?C¨®mo saberlo? Ni libros, ni cr¨®nicas, ni fotograf¨ªas, ni siquiera el dinamismo del cine o la televisi¨®n, reflejan y guardan fielmente el arte del toreo.. Un arte que pasa m¨¢s que ning¨²n otro y del que nos aflige, como dec¨ªa Emilio Garc¨ªa G¨®mez, "su hermosura caduca y ef¨ªmera". Tambi¨¦n el buen periodismo pasa, pasada su actualidad, y ah¨ª tienen un mano a mano el periodista y el diestro.
Belmonte fue muy amigo de intelectuales y de mi padre en particular. Yo recuerdo haberles acompa?ado en alguna de sus excursiones en autom¨®vil a los pueblos de Castilla. Pero mi recuerdo m¨¢s antiguo de Belmonte es, siendo yo ni?o, en el puertecillo guipuzcoano de Zumaya, donde verane¨¢bamos.
El pintor Ignacio Zuloaga, mi padre y otros amigos hab¨ªan organizado un festejo taurino a beneficio del hospital de ancianos que se estaba construyendo. Debi¨® de ser en el verano del 27 o 28. Se improvis¨® una placita de madera, acudiendo generosos a la llamada de aquellos intelectuales y artistas nada menos que Juan Belmonte, el Algabe?o, Antonio M¨¢rquez, Valencia II y el rejoneador Antonio Ca?ero. All¨ª vi por vez primera torear a Juan Belmonte, al que un toro le dio un tremendo cornad¨®n. Acompa?¨¦ a mi madre despu¨¦s a visitar a Julia Cos¨ªo, su esposa, en el hotel donde se hospedaban, para preguntar por el herido. All¨ª estaba tambi¨¦n su hija Yola, con la que conservo grata amistad.
Julia era una hermos¨ªsima lime?a de la que se enamor¨® el torero en una de sus temporadas en Per¨². "La vi por vez primera", contaba a Chaves, "en una corrida; nos presentaron despu¨¦s en una de aquellas amables reuniones de la sociedad lime?a... Una ma?ana me hab¨ªa quedado parado en la acera, cuando la vi venir... Avanzaba hacia m¨ª sonriente. Yo la vi y ella me mir¨®: en la mano llevaba una flor... Tuve en aquel instante una extra?a sensaci¨®n de plenitud, seguridad y satisfacci¨®n. Ni sobresalto ni vacilaci¨®n: aquella mujer era mi mujer".
Agricultor y ganadero
Juan Belmonte se retir¨® definitivamente del toreo en 1936 -siempre los toreros hacen una primera salida en falso de los ruedos- y sobrevivi¨® 20 a?os a su bi¨®grafo. No conoci¨® ¨¦ste, por tanto, lo feliz que fue Belmonte, agricultor y ganadero, en su finca G¨®mez Carde?a, en tierra sevillana. All¨ª viv¨ªa la mayor parte del tiempo, aunque segu¨ªa manteniendo su casa de Madrid y un pisito en el ¨¢tico del hotel Cristina para sus estancias en la misma Sevilla.
El campo era su pasi¨®n y su sosiego. "G¨®mez Carde?a", le dijo una vez a Josefina Carabias, "es un sitio como para morirse all¨ª". Distanciado de su mujer, dedicado a la lectura, por la que desde chaval tuvo gran inclinacion, comprendi¨® una tarde de primavera que la vida no ten¨ªa sentido si no lo es en plenitud de facultades, y sin molestar a nadie se evadi¨® de este mundo. Es la gran pregunta que se han hecho los ¨²ltimos fil¨®sofos: ?por qu¨¦ hay algo en vez de nada?, ?por qu¨¦ no es m¨¢s l¨®gico suicidarse?
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