Mentiras bajo la piadosa 'caridad cristiana'
El autor de este art¨ªculo, un conocido arquitecto que permaneci¨® 20 a?os en el Opus Dei, califica de mentiras algunas declaraciones que han hecho sobre su persona directivos del Opus Dei en el proceso de beatificaci¨®n de Josemar¨ªa Escriv¨¢ de Balaguer y desvela datos de la personalidad del fundador del Opus.
Al conocer algunos de los escritos sobre el proceso de beatificaci¨®n del se?or Escriv¨¢ me he quedado sorprendido ante las mentiras que sobre mi vida y persona pronuncian, con la m¨¢s piadosa "caridad cristiana", unos sacerdotes que saben que est¨¢n mintiendo.Yo pretender¨ªa algo m¨¢s importante que defenderme; pretender¨ªa ayudar a descubrir la falta de veracidad de esas declaraciones que han servido de base a unas conclusiones que pueden acarrear una gran responsabilidad a la Iglesia.
Los ataques a mi persona que propagan, ellos saben que son falsos. Algunos miembros del Opus Dei que a¨²n viven lo saben muy bien, y ellos pueden y tienen la obligaci¨®n de confirmarlo.
Estos testigos son, en primer lugar, ?lvaro Portillo.
Yo le tengo afecto a ?lvaro. ?l ha conocido toda mi trayectoria espiritual, desde antes de la guerra civil espa?ola hasta el d¨ªa que me march¨¦ de la Obra. ?l recordar¨¢ muy bien que ese d¨ªa me dijo: "Miguel, quiero pedirte perd¨®n por las coacciones a que te hemos sometido para que no te fueras, pero has actuado durante todos estos a?os de forma tan generosa que, por eso, hemos cre¨ªdo que ten¨ªas vocaci¨®n". Otras personas que me conocen bien son Antonio Font¨¢n, Pedro Casciaro y Antonio P¨¦rez. ?ste ¨²ltimo ya no pertenece a la Obra.
Los cimientos sobre los que est¨¢ fundada toda la estructura espiritual del Opus Dei se basan en la percepci¨®n, no aclarada nunca, del se?or Escriv¨¢, de que un d¨ªa y en un lugar determinado, Dios le hab¨ªa dado a conocer la labor que ten¨ªa que realizar: la santificaci¨®n del trabajo ordinario, poner a Jesucristo en la c¨²spide de las actividades humanas, etc¨¦tera. Esto se lo o¨ª referir al se?or Escriv¨¢ muchas veces. Todo lo que dice y lo que hace el Padre, aunque este decir y hacer est¨¦ en contradicci¨®n, ser¨¢ recibido por sus hijos como palabra de Dios.
Desgracias
Y cuando un infeliz como yo se empe?¨® en irse de la Obra, como el Padre no quer¨ªa que me fuera, le escribi¨® una carta a mi confesor, Francisco Botella, para que ¨¦l me la leyera, en la que dec¨ªa: "Siento mucho que Miguel quiera marcharse porque va a sufrir mucho y va a ser un desgraciado".
El camino estaba inexorablemente trazado: Miguel sufrir¨ªa mucho y ser¨ªa un desgraciado. Y aunque la realidad de los hechos haya dicho lo contrario, porque a m¨ª, adem¨¢s de casarme un a?o y medio despu¨¦s de mi salida, y tener una mujer y unos hijos estupendos (a ella me la presentaron tres meses despu¨¦s de estar yo fuera de la Obra), todo me fue perfectamente y mi trabajo profesional se desenvolvi¨® con gran ¨¦xito. Pero el se?or Escriv¨¢ nunca quiso darse por enterado de mi felicidad y, aunque me escrib¨ªa cartas muy amables, nunca quiso enterarse de mi matrimonio ni de que exist¨ªan mis hijos. Porque yo, seg¨²n sus predicciones, no pod¨ªa ser m¨¢s que un desgraciado. Y los seguidores de Escriv¨¢, como buenos seguidores, eso s¨ª, hicieron todo lo posible para que la profec¨ªa se cumpliera; como luego dir¨¦. Pero a pesar de todo no lo consiguieron. Ni tampoco pudieron borrar mi nombre de entre los vivos, como los bi¨®grafos de Escriv¨¢ han pretendido hacer.
Todo hombre tiene en esta vida horas de dolor. Yo las tuve tambi¨¦n al morir mi hija de seis a?os y medio. Esta desgracia sirvi¨® para que el d¨ªa de su entierro aparecieran por mi casa dos sacerdotes del Opus Dei, que, en lugar de rezar alg¨²n responso y decirme unas palabras de consuelo, hicieron unos aspavientos extra?os y en voz baja me dieron a entender que aquella muerte era un castigo de Dios. De Roma, donde estaban entonces el se?or Escriv¨¢ y ?lvaro Portillo, no me lleg¨® nada; ni una carta ni un recuerdo.
Ci?¨¦ndome ya a los escritos que se han dado a conocer. El promotor de justicia del tribunal de Madrid pone de manifiesto, para excluirme del proceso, mi conducta contradictoria, propia de mi inestabilidad emocional y temperamento desequilibrado, con ideas obsesivas y man¨ªa persecutoria, etc¨¦tera. Un individuo de esta catadura claro que no debe declarar. Pero mucho menos debe de figurar como socio numerario elector: el m¨¢ximo grado en la categor¨ªa de socios del Opus Dei.
Pues bien, yo, Miguel Fisac Serna, ese personaje tarado al que hace referencia el se?or promotor de justicia del tribunal de Madrid, recibi¨® un d¨ªa una carta de cuatro p¨¢ginas escritas a mano por el se?or Escriv¨¢, en la que, despu¨¦s de elogiar mi labor dentro de la Obra, me nombraba socio elector, categor¨ªa que ten¨ªan muy pocos y que obligaba, una vez conocido el fallecimiento del presidente, a ir a Roma y votar al nuevo presidente vitalicio.
Por supuesto, cuando yo sal¨ª del Opus Dei, Antonio P¨¦rez me dijo que el Padre quer¨ªa que le devolviera la carta, cosa que hice en el acto, como ¨¦l puede confirmar.
De las alusiones expl¨ªcitamente dirigidas contra m¨ª que monse?or Echevarr¨ªa (autoridad muy relevante ahora del Opus Dei) hace en el proceso, hay dos redactadas con una ambig¨¹edad oscura y mal intencionada. Una dice: "Comet¨ªa grandes imprudencias"; la otra: "Empez¨® a dar a entender que hab¨ªa m¨¢s problemas de costumbres que de cabeza". ?Cu¨¢les son esas grandes imprudencias? ?Cu¨¢les son esos problemas de costumbres?
Yo exijo, si este se?or es una persona seria, que diga con toda claridad qu¨¦ quiere dar a entender con esas ambiguas alusiones que tienden a que se piense en aut¨¦nticas aberraciones. De no hacerlo as¨ª, demostrar¨¢ que es un vulgar mentiroso y habr¨¢ que, pedirle responsabilidades por v¨ªa judicial.
Persecuci¨®n
Monse?or Echevarr¨ªa dice, por ¨²ltimo, "se obstina en ver una persecuci¨®n donde no ha habido, ni hay, m¨¢s que caridad". En mi ya larga vida profesional? me fui tropezando con actitudes que no comprend¨ªa. Siempre, al indagar a fondo, me encontraba con algo o alguien que estaba relacionado con el Opus Dei.
Ante esa molest¨ªsima situaci¨®n, pens¨¦ que la m¨¢s correcta posici¨®n de un cat¨®lico era la de decirlo a la Iglesia. En 1977 me puse en comunicaci¨®n con el obispo don Maximino Romero de Lema, y le fui a visitar a Roma. ?l me dijo que llamara a ?lvaro del Portillo.
Entonces le telefone¨¦ a ?lvaro, que me dijo: "Por Dios, Miguel, para hablar conmigo no necesitas a nadie que te recomiende, ven a verme inmediatamente". Aquella misma tarde estuve con ¨¦l y le expliqu¨¦ que el Opus Dei me estaba persiguiendo, y le di una serie de pruebas. Como ¨¦l necesitaba hablar de este asunto con don Florencio S¨¢nchez Bella, consiliario entonces de Espa?a, y le iba a ordenar que fuera inmediatamente a Roma, me pidi¨® que volviera a la ma?ana siguiente, y as¨ª lo hice. Al otro d¨ªa seguimos hablando y, al despedirme, me dijo: "Miguel, vete tranquilo, que yo dar¨¦ la orden de que no se te persiga". O sea, que no era man¨ªa persecutoria.
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