Orson WeIles, en la ruta de Don Quijote
Estreno mundial de la gran pel¨ªcula inacabada del cineasta norteamericano
El estreno mundial de El Quijote de Orson WeIles tuvo lugar en el auditorio de un enorme edificio rojizo, construido dicen que aposta con hierro oxidado, el World Trade Center, situado junto al negro perfil del incendiado Pabell¨®n de los Descubrimientos: buen lugar para un suceso tan ¨ªntimo, casi clandestino en medio de una inabarcable fiesta de multitudes como es ¨¦sta. No acudi¨® apenas gente: un centenar escaso entre periodistas y gente con memoria, que asistieron casi con sigilo a esta nueva -y a ratos tan bella, ir¨®nica y amarga como las que Cervantes relat¨® hace siglos- embestida de Don Quijote contra los artiluglos del progreso humano que ofenden a la vida humana.WeIles comenz¨® a rodar su Quijote en un p¨¢ramo de M¨¦xico, no se sabe la fecha exacta, tambi¨¦n casi clandestinamente. Fue durante su estancia en Par¨ªs en 1955 cuando madur¨® su vieja idea -y parece que fue tambi¨¦n entonces cuando se decidi¨® a darle forma c¨¢mara en mano, pues hizo algunas pruebas con el larguirucho actor c¨®mico Mischa Auer- de realizar lo que ¨¦l llam¨® "una pel¨ªcula casera" directamente inspirada en los legendarios itinerarios cervantinos sobre las llanuras manchegas, que recorrieron un viejo hidalgo loco en su caballo y un m¨ªsero aldeano criado suyo, a remolque de ¨¦l, encima de un asno.
?se era el n¨²cleo de su idea inicial: hurgar con la c¨¢mara en el interior de una de las im¨¢genes m¨¢s c¨¦lebres y de mayor hondura y desgarro que ha segregado la literatura universal. Una imagen n¨ªtida, inconfundible, fascinadora y, no obstante, todav¨ªa casi inexplorada como tal imagen. Para interpretar al ¨²nico verdadero personaje de este d¨²o, Sancho Panza, WeIles contaba con un viejo amigo, el actor Akim Tamirof, con el que acababa de trabajar -en tierras de Espa?a, de donde probablemente sali¨® el impulso moral que necesitaba para iniciar El Quijote- en Mister Arkadin y con el que contaba para la zona m¨¢s sombr¨ªa de su pel¨ªcula siguiente, Sed de mal. WeIles lo enrol¨® sin dificultad en esta loca aventura de cine casero, hecho en el camino y pensado desde las cunetas del viaje.
Y encontr¨® al mito viviente, a la contrafigura de Sancho, en un veterano actor espa?ol exiliado en M¨¦xico, Francisco Reiguera, que parece literalmente extra¨ªdo de uno de los grabados con que Gustave Dor¨¦ explor¨® en esa misma imagen cuyo fondo ahora WeIles se propon¨ªa iluminar. La composici¨®n, al mismo tiempo enfrentada y complementaria, de ambos actores es sobre la pantalla inolvidable, explosiva, pese a que -o tal a causa de ello- hay instantes del di¨¢logo, en parte literalmente robado al libro, en los que la imagen de Don Qujote est¨¢ tomada en M¨¦xico y en los a?os cincuenta, y los contraplanos-r¨¦plica de Sancho proceden de a?os despu¨¦s y de otros paisajes, otras emulsiones e incluso a veces de otro formato de pel¨ªcula.
Un glorioso fracaso
Estos desajustes de imagen y de luz chirr¨ªan inicialmente, pero el chirrido se aten¨²a cuando se acepta la condici¨®n casera de la filmaci¨®n, y finalmente desaparece. Se asumen entonces los desequilibrios de la imagen y se hacen parte de la belleza de la secuencia. La idea que desencadena el filme es la palabra de Cervantes dicha por Welles, que desde ella busca su propia palabra y acaba encontr¨¢ndola. Esta zona de Don Quijote es cine apasionante, de gran belleza y sencillez encubridora de hallazgos de fondo: la imagen de Don Quijote perdido en los trigales andaluces, mientras Sancho lo busca en el norte, crea incluso estupor. Es WeIles en estado de gracia, un encuentro entre dos configuraciones del genio: el literario cervantino y el visual suyo. La existencia de. la pel¨ªcula se justificar¨ªa por s¨®lo eso, aunque haya mucho m¨¢s en ella: la palabra de Welles, repitiendo -en otro desierto- que el avance moral de los hombres est¨¢ tr¨¢gicamente -disociado de su avance como animal tecnificado.
Y es ah¨ª donde la queja de Welles contra los hombres con domicilio fijo se esculpe en el tiempo, se hace cine puro: "Estoy loco, pero no lo bastante para fingirme libre". Lo dice el cineasta como diatriba contra su c¨¢mara de cine: "Ese maldito artilugio no obedece. Hay que hacerle obedecer a latigazos". ?se es el final de su Quijote: la queja de Welles contra su dependencia de un aparato tecnol¨®gico para poder expresarse. Hubiera querido filmar, como hizo Cervantes, con la soledad y por ello la libertad que da una pluma. De ah¨ª que hiciera como hizo este filme: solo. Intent¨® escribir con una c¨¢mara y no pudo hacerlo. La hondura de esta obra es la pureza de su condici¨®n quijotesca: el testimonio de un glorioso fracaso.
Babelia
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