Los integristas afganos pierden su ¨²ltimo basti¨®n en Kabul en una batalla nocturna
La sede del Ministerio del Interior, ¨²ltimo basti¨®n de los guerrilleros integristas de Gulbudin Hekmatiar en Kabul, cay¨® ayer en manos de las tropas leales al Gobierno provisional de Afganist¨¢n que preside el profesor Sibgatula Moyadedi. El cuerpo de un combatiente ba?ado en su propia sangre y la destrucci¨®n de parte de la fachada del edificio por los impactos de lanzagranadas y fuego de ametralladora son una demostraci¨®n de la fiereza de la batalla nocturna.El cese de hostilidades acordado por ambas partes se va implantando lentamente, m¨¢s por el decrecimiento de la capacidad ofensiva de los contendientes que por la voluntad de los propios guerrilleros. A la zaga de sus antiguos colaboradores en Kabul huyen ahora los ¨²ltimos asesores sovi¨¦ticos que permanec¨ªan en el pa¨ªs, horrorizados por la lucha a muerte entre los guerrilleros isl¨¢micos que acabaron con el poder comunista en Afganist¨¢n, pero que hasta la fecha no han sabido sustituirlo.
Decenas de miles de familias se alejan de las calles donde se encuentran todav¨ªa los muyahidin del comandante tayika Ahmed Sha Masud, que anoche entr¨® en Kabul y que apoya al Gobierno isl¨¢mico moderado, y los hombres del radical Hekmatiar, enfrentados por una mutua ambici¨®n de hacerse con el poder en la reci¨¦n proclamada rep¨²blica isl¨¢mica.
Pasa a la p¨¢gina 2
La revancha y las armas se adue?an del nuevo Afganist¨¢n isl¨¢mico
Viene de la primera p¨¢gina
Ocupado primero por la vanguardia de Hekmatiar, el l¨ªder que amenaz¨® con atentar contra la caravana de coches en la que el anciano te¨®logo liberal Moyadedi regres¨® desde Peshawar, el Ministerio del Interior ha sido recuperado por Masud y las milicias del general uzbeko Rashid Dostani en un sangriento choque que culmin¨® con la captura de 100 de sus ocupantes.
Circular por la ciudad no es f¨¢cil y menos efectuar una incursi¨®n por la periferia, donde grupos guerrilleros que obedecen a distintos jefes han montado controles que ejercen funciones policiacas y detienen a quienes consideran sospechosos y enemigos.
Afganist¨¢n es ya oficialmente una rep¨²blica isl¨¢mica con un Gobierno provisional constituido, pero quienes todav¨ªa mandan en el pa¨ªs son las armas y el revanchismo, que pueden hasta obstaculizar gravemente la pacificaci¨®n. Entre los propios muyahidin son frecuentes las acusaciones de colaboracionismo con el r¨¦gimen anterior.
A cinco kil¨®metros del centro de Kabul, mientras espero en un control el permiso correspondiente para seguir adelante despu¨¦s de cinco d¨ªas de terrible traves¨ªa desde Pakist¨¢n, fue posible observar un ejemplo de este enfrentamiento fratricida.
"?Comunista, comunista!"
Dos vigilantes de la barrera discut¨ªan acaloradamente, gritaban y se insultaban. De repente retrocedieron amartillando sus Kal¨¢shnikov: "?Comunista, comunista!", acus¨¦ el m¨¢s joven. La r¨¢pida intervenci¨®n de otros guerrilleros impidi¨® un seguro tiroteo.
El recorrido por Kabul s¨®lo es posible con el salvoconducto de los guerrilleros de uno u otro bando. La patrulla te entrega un mensaje escrito que tienes que presentar en el siguiente control. La escolta es armada en la parte controlada por Hekmatiar y es suficiente un taxi por el centro urbano de Kabul controlado por la guerrilla de Masud y las milicias.
"Queremos una sociedad isl¨¢mica. Masud no nos la puede proporcionar con su alianza con los milicianos de Dostam y los comunistas", dice el jefe de una patrulla de Hek¨ªnatiar, uno de cuyos integrantes se manifiesta en favor de la ejecuci¨®n de todos los periodistas en un ingl¨¦s suficientemente claro.
Kabul, poco a poco, est¨¢ siendo totalmente controlada por Masud, pero la retirada de Hekmatiar combatiend.o est¨¢ costando sangre y destrucci¨®n.,
Desde una colina pr¨®xima al barrio este de la capital, el comandante Abulhaq aguarda con sus hombres la conclusi¨®n de la batalla. Es el tercer grupo guerrillero m¨¢s importante de Afganist¨¢n y no ha querido entrar en la contienda. "No quiero tener ning¨²n tipo de responsabilidad en este valle de sangre".
Mientras compartimos un t¨¦ en su campamento, fuertemente protegido por piezas artilleras, y mil muyahidin, el comandante. subraya la necesidad del di¨¢logo. "Lo que esper¨¢bamos fuese una fiesta tras la ca¨ªda comunista se ha convertido en un drama. Es el momento de negociar, no de combatir. Ya hemos sufrido bastante", dice Abulhaq, a quien la explosi¨®n de una mina seg¨® la pierna a la altura de la pantorrilla.
En camellos, burros o camiones, grupos de civiles salen de Kabul y se instalan en zonas protegidas por este comandante cuya neutralidad puede resultar imposible si se recrudecen los combates. "Nadie retira los cad¨¢veres. Hab¨ªa incluso heridos sin ning¨²n tipo de atenci¨®n. Seg¨²n nuestros c¨¢lculos han muerto m¨¢s de seiscientas personas y otras tantas han resultado heridas", afirma Abulhaq.
Los refugiados que huyen en grupos familiares reclaman la paz con expresi¨®n de sufrimiento. "Parece como si nunca pudi¨¦semos tener concordia". dice un hombre con un ni?o en brazos. El muyahid que pronuncia estas palabras ha estudiado en Estados Unidos y tambi¨¦n regres¨¦ a su pa¨ªs lleno de esperanza.
La comida escasea entre la tropa de uno y otro bando. El arroz con tortas de ma¨ªz es el men¨² m¨¢s frecuente.
Hartazgo de guerra
La poblaci¨®n civil acusa tanto la falta de alimentos como la sangrienta rivalidad de sus l¨ªderes y el hartazgo de guerra se manifiesta en los peque?os comerciantes de Kabul, en bancarrota desde que el asedio de la capital adquiri¨® un car¨¢cter definitivo.
Los guerrilleros isl¨¢micos de uno y otro bando desprecian la brutalidad de las milicias de Dostam. Entre los hombres del comandante Abulhaq es patente la repulsi¨®n que provoca su alianza con Masud. "Masud ha luchado contra esta gente, ?c¨®mo es posible que se una ahora a ellos?", dicen algunos. "Nosotros matamos en combate con balas, pero no degollamos a mujeres y ni?os como hacen ellos".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.