V¨¦rtigo del paisaje rom¨¢ntico
Cinco a?os separan esta exposici¨®n de Joaqu¨ªn Risue?o de su anterior muestra personal, un largo par¨¦ntesis para quien comenzaba a afirmarse entre los nombres de inter¨¦s de nuestra joven pintura de los ochenta.La trayectoria de Joaqu¨ªn Risue?o establece una singular v¨ªa de evoluci¨®n personal desde las ra¨ªces del realismo a trav¨¦s de una idea del paisaje que entronca con las pautas trascendentes del paisajismo rom¨¢ntico, en esa visi¨®n hipn¨®tica que despliega ante los ojos del que la contempla una perspectiva abismal, met¨¢fora que busca tanto la conciencia como el anhelo de superaci¨®n de esa herida que nos separa de la naturaleza. Con ello, el paisaje se torna mandala que arrastra la mirada hacia la fuga del horizonte, v¨¦rtigo que escenifica el deseo de fusi¨®n de lo finito en la infinitud.
Joaqu¨ªn Risue?o
Galer¨ªa Moriarty. Almirante, 5, 11. Madrid. Hasta el 15 de mayo.
Sobre esas coordenadas y su trasfondo metaf¨ªsico, la anterior muestra de Risue?o buscaba violentar la identidad de ese modelo de paisaje mediante una fragmentaci¨®n de su estructura ideal, abriendo, por as¨ª decir, en ¨¦l grietas que revelaran su ambigua complejidad interior, al tiempo que permit¨ªan al pintor distanciarse de la fascinaci¨®n m¨¢s inmediata y servil de las referencias que manejaba.
De alg¨²n modo, su apuesta pose¨ªa entonces a¨²n un inter¨¦s m¨¢s f¨¦rtil en funci¨®n de la b¨²squeda que alumbraba que de sus resultados concretos, deudores de una cierta artificiosidad, bien que brillantemente resuelta. Cinco a?os han pasado y la obra reciente de Risue?o nos ofrece el destino de aquel proceso.
Complejidad interior
Fiel a¨²n al paradigma de ese paisaje abismal y del v¨¦rtigo que suscita en nuestra consciencia, su pintura resuelve hoy de un modo m¨¢s directo e ¨ªntimamente elaborado el reflejo de su complejidad interior.Una suerte de torsi¨®n dram¨¢tica, una violenta turbulencia subterr¨¢nea, fuerza la teatralidad manierista de estos nuevos paisajes sin necesidad de romper la ilusi¨®n de su equilibrio hepid¨¦rmico, imprimiendo violentas turbulencias bajo el tejido de su aparente quietud. Con ellas, el paisaje se torna s¨ªmbolo de un flujo incesante de energ¨ªas que nos arrastran, desde el anzuelo del ojo, a fundirnos en su curso sin origen ni fin, ajeno a la conciencia infeliz de toda identidad separada.
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