La fiesta y el espect¨¢culo
Es el llamado mundo de los toros lugar proclive a la propalaci¨®n de especies sin fundamento que llegan a adquirir, tras pasar por m¨²ltiples bocas, la condici¨®n de dogmas de fe que no admiten discusi¨®n posible. Viene esto a cuento, con el a?adido de que las mencionadas especies suelen, adem¨¢s, reunir la caracter¨ªstica de ser intencionadas, de una que suele correr en lenguas de los conocidos como "taurinos", seg¨²n la cual todas aquellas personas que mantienen actitudes cr¨ªticas en relaci¨®n con determinados aspectos del tin glado formado alrededor de la celebraci¨®n de corridas de toros, lo que en realidad persiguen es cargarse la flesta". Se parte en este caso de una m¨¢s que usual confusi¨®n entre dos realidades distintas que a¨²n teniendo aspecto comunes, es preciso diferenciar a fin de colocar a cada una de las partes en su lugar. Porque, les pese o no a los mercaderes en cuesti¨®n, una cosa es la fiesta de los toros y otra distinta es el espect¨¢culo taurino.
La fiesta de los toros, la tauromaquia, el arte de torear o el toreo, es en s¨ª un hecho cultural, antropol¨®gico o etnogr¨¢fico, anclado en el sustrato vital colectivo de unas determinadas zonas geogr¨¢ficas que existe, fundamentalmente en Espa?a, por mucho que pretendan negarlo sus detractores y que, seguir¨¢ existiendo siempre que haya un ser humano decidido a enfrentarse y dominar a un determinado animal como es el toro de lidia mediante la aplicaci¨®n. de unas reglas t¨¦cnicas sujetas a evoluci¨®n.
Por el contrar¨ªo, el espect¨¢culo taurino es un acto puramente mercantil mediante el cual un empresario pretende, en uso de sus leg¨ªtimos derechos, obtener un beneficio de exhibir en p¨²blico la pericia en el arte de torear de una serie de profesio- nales que cobran por ello unos emolumentos.
Y es aqu¨ª, en el espect¨¢culo, donde ha de producirse la intervenci¨®n cr¨ªtica que es, por otro lado, necesaria, si queremos que llegue a existir un equilibrio entre las dos partes b¨¢sicas que intervienen en el mismo: el empresario que lo oferta y el espectador que lo demanda.
Hasta ahora, nos hemos encontrado con que una de las partes, la empresarial, ha venido manteniendo una posici¨®n de dominio, cuando no de abuso, con respecto a la otra. Y, de ah¨ª, que cuando empieza, aunque sea muy lentamente, a producirse por parte de los espectadores una toma de conciencia en el sentido de que son ellos el estamento b¨¢sico que sostiene el espect¨¢culo -que no la fiesta-es cuando comienzan los ataques que buscan como argumento, a falta de otros mejores, las llamadas a conceptos dogm¨¢ticos que nada tienen que ver con la realidad y que, aunque algunos no quieran darse cuenta, son ¨²nicamente producto de una lamentable estrechez de miras.
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