El otro, el mismo
Por m¨¢s que as¨ª lo quiera el t¨®pico, 1492 no marca un punto de inflexi¨®n de car¨¢cter absoluto. Lo que justifica el verdadero valor emblem¨¢tico de esa fecha es su papel como llave que abre la v¨ªa de culminaci¨®n de un proceso en toda su definitiva riqueza. Un proceso cuyas ra¨ªces son mucho im¨¢s remotas de lo que define la gran aventura de expansi¨®n occidental a la que solemos asimilar su significado. Con 1492, con la puerta abierta por la gesta colombina, se hace posible la conclusi¨®n de una imagen del mundo cuya idea de totalidad nace de la conciencia esencial de lo diverso, conciencia que es suma de innumerables miradas mutuas, cada una de ellas reflejada en el espejo del otro.Permite, digo, el camino de la culminaci¨®n -al menos en la forma en la que seguimos conoci¨¦ndolo-, porque dota al fin de su forma m¨¢s compleja a un impulso que se remonta hasta la antig¨¹edad, b¨¢sicamente expresado hasta entonces por la ambivalente fascinaci¨®n que despiertan la idea del b¨¢rbaro y la dualidad Oriente-Occidente.
La exposici¨®n Arte y cultura en torno a 1492 nos ofrece, a trav¨¦s de un impresionante conjunto de m¨¢s de 300 obras, una singular aproximaci¨®n a las culturas que coinciden en ese periodo. Aun conteniendo piezas de primera magnitud, el proyecto no se construye tanto en funci¨®n de las obras carism¨¢ticas de ese momento fundamental en el devenir del arte -y no s¨®lo en el del occidente europeo- como de una selecci¨®n estrat¨¦gica capaz de respaldar, con ejemplos elocuentes, su trama argumental.
De hecho, y aun por encima de la fascinante y laber¨ªntica selecci¨®n de piezas en la que se apoya, la mejor virtud de esta muestra es, a mi juicio, su voluntad de proponer una reflexi¨®n arriesgada y compleja, precisamente en un contexto y momento que se caracterizan m¨¢s bien por lo contrario, por las reducciones esquem¨¢ticas o las revisiones vergonzantes.
Adoptando un punto de vista que es, en cierto modo, equidistante al de proyectos como el de los mundos cerrados y distintos de Circa 1492 o el de la enso?aci¨®n sobre la imagen del otro en Europa y el Oriente, esta muestra aborda la visi¨®n de las culturas coexistentes en el mundo de 1492 optando por esa ambivalencia mayor de lo id¨¦ntico en lo diverso que es, por otra parte, un tipo de reflexi¨®n com¨²n a la misma tradici¨®n que narra, pues todo encuentro entre pueblos testimonia hist¨®ricamente un tipo de reflexi¨®n comparativa acerca de lo que se comparte o distancia del otro. As¨ª -a contracorriente de las modas al uso-, la exposici¨®n acierta al no renunciar ingenuamente a todo etnocentrismo, en la conciencia de que cada mirada comporta, necesariamente, una perspectiva determinada, que se completa, obviamente, con las perspectivas inversas que nacen en los puntos hacia los que se mira. Ello matiza el sentido de las seis culturas, o ¨¢reas culturales, que se contemplan entre s¨ª en la exposici¨®n.
As¨ª, Europa es -tanto desde el referente hist¨®rico que motiva la muestra como desde la propia identidad de quien propone la lectura- el eje que se abre a la conciencia de la alteridad, y encuentra sus distintos espejos en ese Bizancio que ha sido su doble oriental, en el islam, que es, en ese punto, la imagen inmediata y por excelencia del otro, en las culturas del Oriente extremo cuyo anhelo define en ese periodo el punto de destino, en ese otro conf¨ªn fabuloso del ?frica negra o en ese opuesto, ahora s¨ª enteramente nuevo, de las culturas de la Am¨¦rica precolombina. Salvo esta ¨²ltima, todas las restantes arrastran, en 1492, una larga historia de influencias cruzadas a menudo inconscientes o te?idas por lo imaginario; desde ese punto, la relaci¨®n cobrar¨¢ un progresivo car¨¢cter emp¨ªrico, del que nace una nueva conciencia antropol¨®gica, precisamente aquella que construye su idea del hombre como lo id¨¦ntico en lo diverso.
Esa misma perspectiva es la que traza, sin prejuicios, el argumento de la muestra, entendiendo que las formas art¨ªsticas matizan, de una cultura a otra, el sentido que cada cual confiere a una serie de inquietudes esenciales de nuestra especie, desde la imagen del poder o la sabidur¨ªa, a la actitud ante la muerte y la experiencia religiosa, desde la noci¨®n misma de lo bello a la idea de naturaleza. Ese juego de di¨¢logos especulares surge, por igual, de la analog¨ªa como en el aliento naturalista que enfrenta, con un temblor equivalente, un rostro de Leonardo y una cabeza de muchacha de Ife- y del contraste -como el que distancia, formas opuestas del conocimiento, la minuciosidad descriptiva de una flor de Durero y la nebulosa atm¨®sfera pante¨ªsta de un paisaje del periodo Muromachi-. Y, a su vez, analog¨ªas y contrastes nos recuerdan hasta qu¨¦ punto, en el seno de cada cultura, todos somos tambi¨¦n, esencialmente, modos de la diversidad y c¨®mo al tiempo, bajo las infinitas metamorfosis del lenguaje, la recurrencia del arte nos confiere una ra¨ªz com¨²n de humanidad.
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