Miguel Delibes cuenta el final de la caza
'El ¨²ltimo coto' coincide con tres semanas de homenaje en la Fundaci¨®n March
"La fama, la fama..." dice Miguel Delibes como quien rebaja vinagre en unas lentejas: "La fama es una cabronada". Y sin embargo, haciendo honor a la suya de hombre sencillo y buena persona, se presta a las preguntas de los periodistas y permite que sus admiradores le interrumpan su r¨ªtmico paseo de mediod¨ªa, pese a que le molesta sobremanera que le reconozcan. Le conmueve incluso que j¨®venes escritores participen en las tres semanas de debate sobre su obra que se desarrollan en la Fundaci¨®n March. Tambi¨¦n es fiel a su reputaci¨®n de pesimista. Baste el t¨ªtulo del libro que acaba de entregar a su editor: El ¨²ltimo coto. Porque, dice, "la caza que yo practico est¨¢ acabada".
En una tarde benditamente nublada de Valladolid, Delibes aplaza la conversaci¨®n, aplaza los libros, lo aplaza todo porque a Indur¨¢in le faltan tres kil¨®metros para entrar en Arezzo y hacerse con la maglia rosa del Giro de Italia. De modo que la entrevista comienza sin m¨¢s tr¨¢mite frente al televisor, con los comentarios de un experto de 71 a?os; aparenta unos diez menos: su gran, su ¨²nico arrepentimiento es no haber sido un campesino, un campesino con coche en la puerta para ir por las tardes a exposiciones, cines y conciertos. De modo que sus comentarios ciclistas adelantan ya toda la entrevista: admiraci¨®n por el individuo, por el hombre que, m¨¢s que con los otros, compite consigo mismo. Y a ser posible sin armas.La caza con Delibes es un t¨®pico que amenaza con ocultarle, emborronar sus pistas. Y, sin embargo, es cierto que es el tema que m¨¢s parece tener la fuerza de sacarle de su atento ensimismamiento. (Es un hombre muy cordial, pero mira con los ojos semicerrados m¨¢s abiertos que quepa imaginar).
Aunque en realidad no es de caza de lo que habla, lo que le exalta, sino de naturaleza. Y le exalta porque se est¨¢ muriendo. De eso trata el libro que acaba de entregar, El ¨²ltimo coto: un nuevo intento de llamar la atenci¨®n sobre una cat¨¢strofe que, simplemente, no vemos o no queremos ver: la media de lluvias en Castilla ha oscilado siempre en torno a los 400 litros por metro cuadrado y a?o. En 1990 fue de 325 litros. En 1991 cayeron 304. En ¨¦ste, transcurridos cinco meses, han ca¨ªdo 50. Plantas como la retama, el aligustre o la junquera est¨¢n secas. Y nunca lo hab¨ªan estado.
El hecho de que a lo mejor es una sequ¨ªa transitoria no oculta varias realidades que la gente como Delibes dan por hechas: el campo est¨¢ cambiando, el campo ha cambiado ya, y algunas cosas son irrecuperables. "Estoy francamente alarmado. Ya no tenemos cangrejos ni olmos... y asistimos a su desaparici¨®n con una tranquilidad pasmosa. Estamos en un momento terrible. Los r¨ªos son verdaderas alcantarillas. En el Pisuerga ya no hay m¨¢s que carpas, que es un pez que se alimenta de mierda".
Para ¨¦l, la puntilla, lo que le ha hecho pensar que realmente ya no tiene sentido cazar, es la cr¨ªa en cautividad de la perdiz roja. Lo hab¨ªan conseguido con todos los otros animales que se cazan en Espa?a, pero no con la perdiz roja, un p¨¢jaro tan libre como un oso, que se negaba a los experimentos de la industria cazadora. Pero ya lo han conseguido. En adelante, no s¨®lo las codornices y las truchas que se cacen o pesquen en Espa?a ser¨¢n casi todas de factor¨ªa "y sabr¨¢n lo mismo, alimentadas con piensos", sino tambi¨¦n las perdices rojas. "Eso es el final de la caza, al menos de la que yo practico".
Porque, a diferencia de la inmensa mayor¨ªa de cazadores, que Io que quieren es pegar tiros", a Delibes -lo ha explicado infinidad de veces- lo que le interesa es medirse con un animal dotado por la naturaleza para poder defenderse. ?Por qu¨¦ no ir a otros territorios de caza? Porque ya no quedan. Como sabe Delibes por lo que le cuentan sus amigos o sus hijos (uno de ellos es director de la revista de caza Trofeo, y el otro dirige la estaci¨®n biol¨®gica del coto de Do?ana), lo que hay en todas partes es turistas. En algunos lugares est¨¢n todav¨ªa en donde estaba Espa?a. hace unos a?os, pero ya van encaminados. "No quiero ni pensar en lo que ocurrir¨¢ dentro de 50 a?os".
Como un chico
Delibes vive con una hija en un d¨²plex forrado de libros y fotografias de su esposa, una mujer de sonrisa agradable cuya ausencia inspir¨® el ¨²ltimo libro del escritor, Se?ora de rojo sobre fondo gris. En el portal de enfrente atiende un ginec¨®logo, de modo que cada tarde Delibes abre la puerta unas siete u ocho veces para decirle a se?oras despistadas que no, que es enfrente. Lo que cuenta, despu¨¦s de uno de esos incidentes, con humor. Aunque sus libros, empezando por La sombra del cipr¨¦s es alargada, rezuman melancol¨ªa, Delibes sonr¨ªe y se viste y deja la chaqueta en el suelo como un chico.
No vive en el campo, pero hace lo que puede por acercarse. A mediod¨ªa camina hora y media por los campos que rodean Valladolid. Aunque eso no deja de ser una met¨¢fora. El campo est¨¢ cada vez m¨¢s lejos, y Valladolid est¨¢ cercado por f¨¢bricas y colmenas. Un presagio, quiz¨¢. Porque a una ciudad y a una regi¨®n que viven de la agricultura ya les han advertido que su futuro en Europa es m¨¢s bien oscuro. "?Qu¨¦ va a pasar? Eso es lo que pregunto yo. Aqu¨ª nadie habla. Si esas perspectivas se unen al desastre de la cosecha, el momento es dram¨¢tico".
El dibujante
"S¨ª, me voy sintiendo cada vez m¨¢s europeo. Es algo que se va sintiendo en Castilla. Aqu¨ª, a diferencia de catalanes o vascos, el sentimiento nacional no es muy fuerte". As¨ª habla el escritor castellano por excelencia, reconfortado por el hecho de que, una vez en Europa, ya no es posible un cuartelazo en Espa?a, pero temeroso por las consecuencias que la integraci¨®n va a tener en una regi¨®n agr¨ªcola, como la suya, o con una absorci¨®n cultural que nos uniforme a todos. El idilio con Europa no puede suponer la indiferencia hacia Suram¨¦rica. Pero basta ya de ret¨®rica hispanista, dice. "Lo que hay que hacer no es Institutos de Cultura Hisp¨¢nica, sino medidas pr¨¢cticas de ayuda, como condonar la deuda que les ahoga".Antes le¨ªa todo lo que se publicaba en Espa?a. Bien es verdad que cuando ¨¦l empez¨®, en Espa?a s¨®lo escrib¨ªan, o publicaban, Cela, Gironella, Ignacio Agust¨ª o Carmen Laforet, y todos los a?os hab¨ªa "una oposici¨®n para novelistas", que era el Premio Nadal: el ¨²nico medio de empezar a publicar y s¨®lo empezaba uno. A ¨¦l se lo dieron por La sombra del cipr¨¦s es alargada, y todav¨ªa cree que el jurado se qued¨® impresionado por su pesimismo abisal, que al fin de cuentas reflejaba la posguerra del hambre. "Como novela era frustrada [la primera que ¨¦l reconoce como tal es El camino], pero el tema era sobrecogedor. Por otra parte, las dem¨¢s novelas que concurr¨ªan no eran muy buenas. Fu¨ª tuerto en el pa¨ªs de los ciegos". Define a Delibes una modestia que parece sobre todo sinceridad.
Ahora ya no es posible leer todo lo que se publica en Espa?a, con toda una explosi¨®n de nuevos autores que han recuperado el placer de contar historias y perfilar personajes, y le han dado la raz¨®n. Porque Delibes, escritor de historias y de personajes, lleg¨® a pensar en los a?os sesenta que se iba a quedar slo, con la explosi¨®n de experimentalismo y la amenaza del nouveau roman: la consagraci¨®n de la descripci¨®n en perjuicio de la historia, con el criterio de que a la postre el arte, la novela, es fundamentalmente estructura.
Hace ya 30 a?os que no pinta pero considera que muy bien hubiera podido ser pintor, o cualquier otra cosa que le hubiera permitido expresarse. Que es de lo que se trata. Porque en aquellos helados a?os de posguerra que inspiraron sus primeras novelas, Delibes ense?aba Derecho Mercantil, como su padre, escrib¨ªa novelas... y dibujaba caricaturas en El norte de Castilla, el peri¨®dico que lleg¨® a dirigir. Pero no ten¨ªa maestro y termin¨® dej¨¢ndolo. Sin embargo, en el colmo de la contemporaneidad, piensa que las diferentes artes no son m¨¢s que afluentes de un mismo r¨ªo, y que todo depende de los accidentes del terreno.
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