Primeras comuniones
Cada primavera, con la llegada de las auras, de las golondrinas y de las flores, vienen tambi¨¦n hasta nosotros los ni?os de primera comuni¨®n.La primera comuni¨®n es un acontecimiento religioso que merece tener una celebraci¨®n condigna. Sin embargo, las familias de los ni?os que comulgan por primera vez suelen sacar las cosas de su cauce y tirar, como es costumbre decir, la casa por la ventana.
Y as¨ª, el humilde desayuno familiar, un poco extraordinario, que reun¨ªa anta?o al nuevo comulgante con sus padres, hermanos, abuelos, t¨ªos, primos y alguna vecina de esas que son "como familia", se ha convertido hoy en un banquete casi nupcial, celebrado en un gran restaurante c¨¦ntrico o de las afueras (seg¨²n convenga en cada caso) para 200 o 300 personas y... "no te olvides de decirles a todos los que puedas que se vengan para ac¨¢". Y adem¨¢s, a esto hay que agregar un c¨²mulo de cachivaches in¨²tiles e impropios, que se reparten a los comensales como recordatorio con la inscripci¨®n de lo que se celebra.
Esta conducta est¨¢ en pugna con el esp¨ªritu cristiano que sesupone que deben tener los que organizan tal celebraci¨®n. Es una contradicci¨®n por oponer ostentaci¨®n frente a pobreza, soberbia frente a humildad, derroche y lujo frente a hambre ajena.
Y ni siquiera es signo de riqueza este presuntuoso boato, suponiendo que queramos enjuiciar el hecho desde un punto de vista humano, porque son precisamente los menos pudientes los que m¨¢s gastan en estas celebraciones, a veces hipotecando para muchos meses sus menguados salarios.
El s¨¢bado pasado, hablando con un amigo m¨ªo, jornalero del campo, me dec¨ªa que llevaba este mes tres primeras comuniones y una boda (lo englobaba, como cosas iguales), y me lo contaba con la congoja del que sufre una plaga y busca consuelo y desahogo en el hecho de compartir su preocupaci¨®n. Est¨¢n ya a 2.000 pesetas las primeras comuniones, me dec¨ªa.
Las personas mayores deber¨ªan apoyar, con el ejemplo y la palabra, la incipiente fe de ese ni?o. Por el contrario, ni se le habla en casa del Jes¨²s escondido en el pan, ni luego se le acompa?a al ir a comulgar. En vez de esto, confunden su mente con un bosque de ideas e ilusiones ajenas, que acaban por tapar las palabras del p¨¢rroco y del catequista.
Sospecho que, para cuando sea mayor, s¨®lo quedar¨¢ grabada en su memoria la historia de un banquete en su honor; pero no, por desgracia, del banquete eucar¨ªstico.-
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