El ¨²ltimo comprometido
Mu?oz Molina quer¨ªa desaparecer cuando se hizo p¨²blico que era candidato a un premio m¨¢s. No es pose. ?l siempre fue as¨ª. Desde hace media d¨¦cada le persiguen las consecuencias de la fama: no cesan de lloverle galardones, parabienes y, c¨®mo no, la penitencia que acarrea el mantenimiento de la calidad. No se lo perdonan. A ¨¦l le ha movido poco la feria de las vanidades y mantiene las relaciones antiguas como quien atesora la memoria. Su literatura, que podr¨ªa haberse visto afectada por los vaivenes de la gloria, ha seguido teniendo su sustento en los verbos del recuerdo, en las esquinas de su pueblo, en los rostros de los que por primera vez le llevaron al cine.Su texto es jugoso y abierto, penetrado por igual por la sensibilidad y por el rigor de la cultura. Verle vivir resulta beneficioso para apurar el conocimiento de su obra: honesto y pausado, ir¨®nico e inteligente, este ciudadano de ?beda naci¨® para mirar y sigue haci¨¦ndolo con la pasi¨®n del ¨²ltimo comprometido. Muchos de sus personajes transitan por las calles por donde ha vivido y algunos de sus episodios son sucesos que ¨¦l mismo ha contemplado. Desde ese lugar pueblerino en cuyo centro est¨¢n sus ojos ha construido una met¨¢fora del mundo, como hicieron autores tan queridos para ¨¦l como Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti. Encerrado en un laboratorio transparente, cumple con vigor la definici¨®n cl¨¢sica de la novela como espejo situado al borde del camino. Eso es lo que le premian los lectores multiplicados de sus libros.
Que haya logrado esa adicci¨®n sin dejarse llevar por las amarras del mercado se explica por la calidad de lo que hace y tambi¨¦n por la exigencia que ha impuesto no s¨®lo a la ficci¨®n sino a su aparici¨®n p¨²blica: nada de lo que es humano ha dejado de interesarle, y el cinismo que a veces ponen la edad y la gloria en la frente de los escritores no le ha alcanzado con su ceniza mal¨¦vola. Sigue siendo un hombre comprometido con los otros, un testigo inc¨®modo, un hombre libre.
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