La expresi¨®n de la modernidad
A medida que Espa?a se va abriendo m¨¢s ampliamente a la europeidad, en sus perfiles y esquemas de vida diaria, se nos ofrece ocasi¨®n propicia para recordar aquellos, personajes de anta?o, desde Feij¨®o y Jovellanos hasta Ortega y Gasset y Fernando de los R¨ªos, sobre cuyas espaldas conceptuales se apoyan los europeizantes del momento. La cuesti¨®n de los lazos entre Espa?a y Europa ha revestido caracteres problem¨¢ticos para aqu¨¦lla desde el siglo XVII por lo menos, cuando la conciencia del declinar imperial empez¨® a obsesionar a determinados ex¨¦getas del destino nacional. En este nuestro siglo, la cuesti¨®n de la posible pertenencia de Espa?a a una m¨¢s amplia comunidad cultural de Europa ,lleg¨® a hacerse crucial para los pertenecientes a la generaci¨®n de 1914. La voz destacadamente animosa de esa inteligencia espa?ola fue sin duda la de Jos¨¦ Ortega y Gasset, cuyos brillantes ensayos de juventud sonaron con notas y acordes nuevos en la prosa espa?ola. Claro, elegante y libre del autobombo tan evidente en su igual de m¨¢s a?os Miguel de Unamuno, fue Ortega el espectador cuya inquisitiva pupila escrut¨® todo aspecto de sus circunstancias personales y nacionales con voluntad de comprensi¨®n. Esas circunstancias no eran en realidad tan s¨®lo locales y nacionales, ya que ser espa?ol al principio de este siglo consist¨ªa -as¨ª lo cre¨ªa ¨¦l- en tener necesidad de Europa en cuanto al otro polo del di¨¢logo. Desde luego Espa?a en teor¨ªa pertenec¨ªa ya a Europa, pero en la pr¨¢ctica languidec¨ªa por la periferia de esos movimientos de la ciencia, del arte y de la sabidur¨ªa occidentales que ya estaban definiendo el siglo nuevo.Ortega se dio cuenta de que esta ambivalencia significaba que Espa?a ten¨ªa que definirse en su relaci¨®n con la modernidad. Este t¨¦rmino, para ¨¦l, no se refer¨ªa simplemente a lo que estaba de moda sino a la pl¨¦yade de condicionantes y actitudes que se derivaron de la decimon¨®nica disoluci¨®n de las verdades tradicionales de creencias y conductas y que tambi¨¦n contribuyeron a ella. La modernidad en este sentido era el mental estado de ¨¢nimo que pon¨ªa en tela de juicio toda sabidur¨ªa recibida, por lo que todo supuesto referente a la naturaleza, a la naturaleza humana, a la pol¨ªtica y a la sociedad ten¨ªa que ser cuestionado y definido de nuevo. Esta tendencia generalizada, quiz¨¢ m¨¢s que su deuda con fil¨®sofos tales como Wilhelm Dilthey, Max Scheler y Edmund Husserl, fue lo que fundament¨® la investigaci¨®n de Ortega hacia una nueva metaf¨ªsica de la vida humana. Y fue ese propio encuentro con la modernidad lo que decidi¨® su elecci¨®n del ensayo filos¨®fico como su predilecto ¨²til de trabajo.
Fusi¨®n brillante
Aunque tambi¨¦n la generaci¨®n del 98 -la primera inteligencia moderna de Espa?a- hab¨ªa cultivado el ensayo, la generaci¨®n de Ortega, la de 1914, fue m¨¢s all¨¢. Materializando el ansia de su generaci¨®n por el logro de un conocimiento m¨¢s preciso, Ortega, supo fundir brillantemente el excelso saber y el rigor intelectual con el br¨ªo y la gracia ¨¢gil evidentes en lo mejor de su obra. Con ello cre¨® virtualmente el en sayo d e ideas como una forma nueva de las modernas letras espa?olas. Cierto es que otros antes que ¨¦l hab¨ªan sido ensayistas de alg¨²n modo -Larra, Clar¨ªn, Giner, Ganivet, D'Ors, Unamuno, Maeztu-, mas ninguno lleg¨® a alcanzar la maestr¨ªa de Ortega en esa forma. de expresi¨®n que. ¨¦ste consideraba ser el veh¨ªculo perfecto para la mode¨ªmizaci¨®n cultural de su puebIo. Para ¨¦l, ensayar las grandes cuestiones equival¨ªa a ense?ar impl¨ªcitamente que ¨¦stas carec¨ªan de respuestas definitivas. Si, como ¨¦l cre¨ªa, la vida humana era un proyecto siempre inacabado y el pensamiento genuino brotaba de la duda inherente a nuestra condici¨®n humana, incierta en s¨ª e hist¨®ricamente cambiante, ?qu¨¦ mejor forma que el ensayo para incorporar la arriesgada aventura de la filosof¨ªa? Tal como Ortega lo practic¨® -transform¨¢ndolo-, este g¨¦nero literario, de agilidad incisiva e inquisidora, rehu¨ªa clausuras y sistemas. Ven¨ªa a ser un suerte de experiencia del pensamiento expresiva de la modernidad y responsable ante ella en cuanto estado de ¨¢nimo. Su postulado caracter¨ªstico de que la vida nos acontece de modo impredictible y ha de ser afrontada con un proyecto vital de redefinici¨®n constante era esencialmente una proposici¨®n ensayistica, incitante a la, prueba y a la prueba repetida tanto al vivir como al escribir. Nuestras mismas vidas, incompletas y en descubierta incesante, son en este sentido series continuas de ensayos tendentes a saber qui¨¦nes somos y pretendemos ser.En cuanto espectador ecol¨®gicamente sensible que buscaba una exaltada percepci¨®n de su entorno f¨ªsico y cultural, escribi¨® Ortega en Meditaciones del Quijote (1914) acerca de "una nueva forma de ver las cosas en Espa?a, forma que llevaba en su estela una clara captaci¨®n de supuesto en el mundo. La subyacente fuerza de este proyecto ven¨ªa a ser Eros, porque Ortega declar¨® ser la filosof¨ªa la ciencia general del amor"; en cuanto tal buscaba "una omn¨ªmoda conexi¨®n" entre toda las cosas. "Yo y mi circunstancia" andaban en imbricaci¨®n contimiae interanimada, e incluso el m¨¢s humilde, de los rincones del mundo proporcionaba una perspectiva vital sobre la realidad. "Hemos de buscar para nuestra circunstancia, tal y como ella es pre cisamente en lo que tiene de limitaci¨®n, de peculiaridad, el lugar acertado en la inmensa perspectiva del mundo. No detenemos perpetuamente en ¨¦xtasis ante los valotes hier¨¢ticos, sino conquistar a nuestra vida individual el puesto oportuno entre ellos. En suma: la reabsorci¨®n de la circunstancia es el destino concreto del hombre". Ah¨ª yace el germen de una ¨¦tica ecol¨®gica nueva, una ¨¦tica de fidelidad al lugar de reverencia hacia el genius loci particular del propio territorio de uno mismo. Era tambi¨¦n una ¨¦tica del modesto pluralismo esencial a toda sociedad liberal, pues la filosof¨ªa del perspectivismo de Ortega ense?¨® que cada vida constitu¨ªa un induplicable punto de vista sobre el universo. De ah¨ª que no pudiera haber punto de observaci¨®n alguno absolutamente privilegiado desde el que discernir verdades ¨²ltimas o totales. Una vez m¨¢s aqu¨ª, y muy en l¨ªnea con el esp¨ªritu de Montaigne, el ensayo, en cuanto g¨¦nero, honraba del mejor modo la particularidad localizada de la experiencia.
Dial¨¦ctica negativa
Enfrent¨¢ndose tanto contra las aseveraciones neotradicionalistas de la verdad eterna cuanto al rampante subjetivismo evidente con frecuencia en la obra de Unamuno, Ortega, el ensayista, adopt¨® una estrategia de estilo que le relacionaba con semejantes suyos de otros pa¨ªses, tales como Paul Val¨¦ry, Walter Benjamin y Theodore Adorno. En de fensa de lo que ¨¦l llamaba "dial¨¦ctica negativa", aseguraba Adorno que la inteligencia humana, aunque incapaz de apre hender in toto la realidad, pod¨ªa desde luego penetrarla a trav¨¦s del detalle. Puesto que la reali dad, tal como la experimentamos, es inevitablemente parcial y est¨¢ particularizada, el ensayo filos¨®fico, que piensa en estallidos de percepci¨®n, preferir¨¢ natural mente el matiz y la cualificaci¨®n al sistema y la clausura; acabar¨¢ rechazando la ilusi¨®n de completividad que es la tentaci¨®n de todo sistema de pensamiento abstracto y total¨ªstico. El ensa yo, en suma, representaba un sentido de modestia y curiosidad ante el mundo infinitamente polifac¨¦tico. Con tal esp¨ªritu y evitando tanto la pesada ret¨®rica de la restauraci¨®n como el exc¨¦ntrico personalismo de Unamuno, Ortega lleg¨® a crear una forma de expresi¨®n nueva y flexible radicada en ¨²ltima instancia en los ritmos del hablar diario de Castilla. Su prosa busc¨® como campo adecuado antes la precisi¨®n de la met¨¢fora que la de la ciencia. No obstante, su idea central de que la vida nos acontece y de que tenemos que responder con proyectos vitales constantemente definidos -en suma: que la "vida es un gerundio y no un participio; un faciendum y no un factum" es esencialmente una proposici¨®n ensay¨ªstica. Puesto que el hombre carece de natura leza esencial, lo que hacemos es ensayar nuestra existencia en el mundo defini¨¦ndonos a nosotros mismos a medida que avanza mos. La cualidad de nuestras vidas perpetuamente inacabadas significa que todo pensamiento acarrea la necesidad de seguir pensando. En este sentido estuvo siempre Ortega descubriendo mucho m¨¢s territorio del que ¨¦l mismo era capaz de explorar por completo; pero el impulso investigador y el juego de su mejor obra incorporan en s¨ª el fundamental entendimiento modernista de que no podemos esperar soluciones definitivas a nuestras preguntas.
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