Materia de luz

Rodrigo (T¨¢nger, 1950) es un artista extra?o, de dif¨ªcil ubicaci¨®n. Siempre me ha causado, en su trabajo, una inquieta sorpresa esa mani¨¢tica voluntad de recrear, con minuciosa eficacia, una determinada visi¨®n escenogr¨¢fica de lo real pero que a la vez, en su despiadado despojamiento y su radical car¨¢cter fragmentario, resultan a la postre casi abstractas. Doblemente abstractas, si se quiere, pues de alg¨²n modo llevan hasta el l¨ªmite abismal de su negaci¨®n, tanto a la minuciosidad naturalista como a la carga narrativa que constituyen los dos mecanismos esenciales sobre los que se construye su lenguaje. Y ¨¦se es precisamente el truco, el sistema parad¨®jico del que estas piezas obtienen su secreta fuerza emotiva. Met¨¢foras de la ausencia y de circunstancias inexpresables, como son un instante o una atm¨®sfera que remueven, ilumin¨¢ndola, la entra?a m¨¢s secreta del alma, estos artefactos singulares obtienen su materia, la ra¨ªz efectiva de su lenguaje, no del moldeado primoroso de la piel de lo real o de la incorporaci¨®n en ella de objetos encontrados, sino de su inefable uso estrat¨¦gico de la luz, cuyo ingenuo efectismo hace tanto m¨¢s patente la descarnada identidad l¨ªrica de una memoria en carne viva. Hay algo ¨ªntimamente contagioso en la imp¨²dica sinceridad pasional que alienta tras los trabajos de Rodrigo, en ese canto enamorado de las entra?as m¨¢s humildes y desheredadas de lo cotidiano, en las que el artista intuye una radiante espiritualidad. Y resulta, en ese sentido, elocuente el homenaje que, en esta muestra, dedica Rodrigo a la Habitaci¨®n de Tomelloso, dibujada en 1972 por Antonio L¨®pez, artista con quien comparte, sin duda, una secreta afinidad po¨¦tica.