La huelga que nunca existi¨®
Excelent¨ªsimos se?ores: aquel cinismo al que su venerado Karl Popper se refiri¨® en estas mismas p¨¢ginas, y del que su doctrina ofrec¨ªa la mejor muestra, era en verdad contagioso. Las palabras de ustedes, antes y despu¨¦s de la huelga del d¨ªa 28 de mayo, aportan una prueba bien elocuente de ello. Si ya el dominio de la lengua supone poder, ustedes los poderosos saben dominar a su antojo incluso sobre la lengua misma.Verbigracia, han dejado caer una y otra vez que se trataba de una huelga pol¨ªtica, que es cosa, por lo visto, nefanda. ?Y pod¨ªa ser de otra manera cuando hoy el Estado es el empresario de los empresarios y la econom¨ªa ante todo una pol¨ªtica econ¨®mica? ?Acaso no se carga de m¨¢s sentido y merece mayor respeto que esa otra huelga -de un ego¨ªsmo m¨¢s acuciante- en busca de mejora salarial, dirigida contra tal o cual empresario, en este o aquel sector productivo? Cuando lo pol¨ªtico se socializa, a lo social no le queda m¨¢s remedio que politizarse... Pero ustedes han dictaminado que eso es sindicalismo de clase, propio de "¨¦pocas pasadas". En efecto, una huelga en favor de los que no pueden ponerse en huelga (porque ya est¨¢n parados) manifiesta, por fortuna, la pervivencia de una cierta conciencia de clase. ?De qu¨¦ no ser¨ªan capaces ustedes si ¨¦sta se diluyera por completo?
A lo mejor no hay que fiarse demasiado de las definiciones acu?adas de los hechos sociales. Y as¨ª, ?est¨¢n seguros de que en este caso la primera huelga, de verdad, ha sido la de los trabajadores? Hay un 17% de ¨¦stos, dos millones y medio de espa?oles, que hace tiempo est¨¢n de holganza forzosa. ?Y si fueran resultado, ante todo, de la huelga de inversiones del capital? No se conoce trabajo asalariado que pueda prescindir del capital, pero el capital -el industrial, y m¨¢s a¨²n el dinero, suspenden su actividad creadora de empleo donde, cuando y cuanto les conviene-. As¨ª que los trabajadores huelgan porque una porci¨®n del capital est¨¢ de huelga; cuando ¨¦ste se para, a aqu¨¦llos les toca estar parados. ?Han mandado ustedes a los guardias a vigilar los movimientos de los inversores o m¨¢s bien, por si tuvieran a¨²n pocos alicientes, se afanan en seducirles con mayores est¨ªmulos a cambio de su retra¨ªda inversi¨®n? Frente a aquella huelga, la huelga.
Ll¨¢menme ingenuo o exagerado, pero afirmo -fijense- que esta huelga laboral ha venido precedida adem¨¢s de una prolongada huelga gubernativa. Me permito calificar as¨ª el cese de las actividades del Gobierno tendentes a procurar a los gobernados el disfrute de derechos constitucionales b¨¢sicos. Y es que nadie duda de que nuestras autoridades se esmeran en el respeto al art¨ªculo 38 (libertad de empresa), pero al precio de violar o incumplir al menos los art¨ªculos 10 (dignidad de la persona), 15 (derecho a la vida), 35 (derecho y deber del trabajo), 40 (pleno empleo), 41 (prestaciones suficientes en caso de desempleo) y 50 (derechos. de la tercera edad). Se atienen religiosamente al principio de la econom¨ªa de mercado, pero en la exacta medida en que traicionan el de la subordinaci¨®n de la riqueza del pa¨ªs al inter¨¦s general (128. 1). Y condenan sine die al olvido el art¨ªculo 131.2, que les obliga a constituir un Consejo Econ¨®mico-Social para as¨ª contar con "el asesoramiento y colaboraci¨®n de los sindicatos"... ?Pero c¨®mo? ?Es que hay otro Se?or por encima del Estado? ?Tambi¨¦n la propia Constituci¨®n huelga? Pues de ah¨ª la huelga.
Con las prisas por machacar al adversario, excelent¨ªsimos se?ores, se han inventado ustedes algunas falsas oposiciones entre ciertas parejas de t¨¦rminos. Y digo a prop¨®sito t¨¦rminos porque hace mucho que renunciaron a los conceptos. Dejaremos aqu¨ª su disyuntiva entre representaci¨®n parlamentaria y representaci¨®n sindical, que habla por s¨ª sola de la calidad representativa de nuestra pol¨ªtica... Han predicado, por ejemplo, que hab¨ªa que proteger el derecho de los consumidores frente al derecho de los trabajadores. Suena a razonable, pero oculta una inmensa falacia. Productores y consumidores somos las mismas personas, s¨®lo que bajo diversos ropajes, igual que en un sentido decisivo el consumo es ya producci¨®n y la producci¨®n consumo. M¨¢s a¨²n, el trabajo es nuestra primera necesidad vital, nuestro primer objeto de consumo. Lo que pasa es que, mientras todo trabajador es por fuerza consumidor, en nuestra sociedad no todo el que quiere consumir (o sea, mantener en vida) puede trabajar. Sencillamente, esto ¨²ltimo queda a merced de otro g¨¦nero previo de consumo: depende de que su capacidad Iaboral sea productivamente consumida o no por un capital. As¨ª que no trae cuenta defender a los consumidores de los trabajadores, como si formaran dos ej¨¦rcitos contrarios. Al rev¨¦s, se trata de amparar los derechos de todos ellos frente al privilegio del ¨²nico que puede prohibirles trabajar y consumir. Eso es lo que pretend¨ªa la huelga.
Han pregonado, en fin, a todos los vientos que el derecho al trabajo se contrapone al derecho de huelga. Cualquier estudiante de leyes les explicar¨ªa que no vale confundir el derecho universal al trabajo -y a la libre elecci¨®n de oficio y a una remuneraci¨®n adecuada- con la simple libertad del trabajador para acudir a su puesto de trabajo. Esta libertad conlleva ya la conquista efectiva de aquel derecho, pero mal puede ejercerse por quienes no lo disfrutan. Cuando ustedes vocean el derecho al trabajo de los que ya lo poseen contra el derecho de huelga en apoyo de quienes no, adem¨¢s de cometer una enorme infamia, no pretenden tan s¨®lo enfrentar entre s¨ª dos derechos; buscan el enfrentamiento entre los sujetos de esos derechos. Es decir, de camino a la Sociedad dual hacia la que nos conducen, lanzan una llamada a la insolidaridad del s¨¢lvese quien pueda.
?Ah!, pero su coraz¨®n se estremece ante la probable coacci¨®n de los malvados piquetes informativos... No se me hagan ustedes los tontos, hombre, que no es atentado tan grave contra la libertad de algunos. Vamos a olvidarnos de que una mayor¨ªa favorable a la huelga -seg¨²n sus propias encuestas- albergaba alg¨²n derecho sobre la minor¨ªa deseosa de volver al tajo. No hablemos tampoco de la coacci¨®n gubernamental, bien visible aquellos d¨ªas. S¨®lo les ruego que mencionen, si la encuentran, una sola relaci¨®n social moderna de naturaleza coactiva m¨¢s duradera, extensa y radical que el propio r¨¦gimen de salariado... ?Que ustedes vienen ahora a sugerir el someter todo proyecto de huelga a votaci¨®n en cada empresa? Sea, a condici¨®n de que cualquier proyecto empresarial de envergadura se ponga a votaci¨®n de toda la empresa o, una vez en ello, se someta al prop¨®sito de la sociedad entera por los cauces debidos.
Tero, se?ores m¨ªos, volvamos si les parece a ese pomposo derecho al trabajo. Esta f¨®rmula constitucional encierra un imposible, quiere decir otra cosa que lo que dice. Dice que tenemos el derecho de trabajar, o sea, a poner en acci¨®n nuestra potencia laboral, como si. ello no se siguiera ya del derecho sobre nuestra propia vida y de nuestra misma libertad. Pero quiere decir no al derecho a dar trabajo en mi provecho o para otro, sino el derecho a recibir trabajo de otro; m¨¢s exactamente, a que otro me ofrezca las condiciones objetivas imprescindibles de mi trabajo. En resumidas cuentas, simplemente reconoce el "derecho al trabajo asalariado", que es cosa bien distinta.
Ahora bien, al recogerlo, la Constituci¨®n proclama un derecho que no est¨¢ en manos del Estado asegurar y que s¨®lo puede hacer efectivo el capital que nos da (pero, en realidad, al que damos) trabajo. ?Qu¨¦ se desprende de esto? Que derecho al trabajo y sobre toda clase de trabajo es, por definici¨®n, el capital. Mi derecho a trabajar es pura concesion graciosa de quien ya ostenta un derecho previo sobre mi capacidad productiva. El trabajo, en lugar de ser un derecho esencial, resulta un hecho fortuito, aleatorio. ?Qu¨¦ revela la contrataci¨®n temporal sino que el capital s¨®lo nos otorga el permiso de vivir en los periodos justos de tiempo que contribuyen a su vida eterna? ?Que, fuera de ellos, nuestro trabajo es superfluo y nosotros mismos estamos de m¨¢s...? Se supiera as¨ª o no, contra una sumisi¨®n tan absoluta se celebr¨® la huelga.
Pero ¨¦sta ha sido, por lo visto, la huelga que nunca existi¨®. Y, contra ella y al un¨ªsono, han entonado ustedes ese no nos mover¨¢n que hoy significa lo contrario de cuando lo cantaban en otros tiempos. Hasta ahora, m¨¢s mal que bien, el Estado se hac¨ªa cargo de los desperdicios que iba soltando el mercado. Ahora concluyen que el desempleado -?y luego el enfermo y el anciano y...?- resulta una mercanc¨ªa demasiado cara tambi¨¦n para el Estado y habr¨¢ que abaratar su coste. Como tantos fil¨¢ntropos del siglo pasado, algunos hasta han argumentado que la asistencia p¨²blica es perniciosa para el pueblo... Sea como fuere, y a diferencia de Gobiernos precedentes, ustedes proclaman que no s¨®lo responden ante Dios y ante la historia, sino tambi¨¦n ante Maastricht. Ante nosotros, en cambio, no tienen por qu¨¦ explicarse; para eso disfrutan de esa ventaja perversa de saber que, aun siendo malos, la competencia parece a¨²n peor. Pero ya les hemos entendido las lecciones de resignaci¨®n que nos han dictado. Que la sociedad debe dudar de s¨ª misma, de su propio juicio y de sus derechos, antes que permitirse la menor duda sobre su Gobierno. Que, si hoy somos ciudadanos de Espa?a y ma?ana de Europa, todos seguiremos siendo s¨²bditos de un Capital sin fronteras geogr¨¢ficas ni morales. ?O no es as¨ª, se?ores excelent¨ªsimos?
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