No a los profetas del Apocalipsis
Un a?o despu¨¦s de la guerra del Golfo, los fuegos, y no s¨®lo los metaf¨®ricos, que all¨ª se encendieron todav¨ªa no se han apagado. Asor Rosa piensa atizarlos con su ¨²ltimo libro desmedido, Fuori dall'Occidente. Ragionamento sull'Apocalisse -Fuera de Occidente. Razonamiento sobre el Apocalipsis- (Einaudi). Sin embargo el tema central ya no es el de la guerra justa, que hace un a?o suscit¨® un agrio debate. La guerra del Golfo fue, s¨ª, una matanza horrible, efecto inevitable y buscado de una tecnolog¨ªa b¨¦lica tan perfecta como para ser invencible, totalmente eficaz y, al mismo tiempo, totalmente invulnerable. Una matanza de la que ahora todo civil deber¨ªa avergonzarse. Pero esta constataci¨®n, al principio del ensayo, es solamente un pretexto para otro discurso.El razonamiento sobre el que Asor Rosa nos invita a reflexionar es que, por primera vez en la historia, todo Occidente unido, desde Nueva York hasta VIadivostok, ha emprendido una guerra contra el otro mundo, el no Occidente, utilizando la f¨®rmula milenaria del unum imperium unus rex. El acuerdo un¨¢nime de las naciones occidentales revelar¨ªa que se estaba poniendo en marcha un nuevo orden: un orden que coincide con la voluntad de dominio de una sola parte del mundo; con la occidentalizaci¨®n del mundo, en una palabra, o, para ser m¨¢s precisos, con la sumisi¨®n total del resto del mundo a Occidente.
Hasta el derrumbamiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªa a¨²n dentro de la propia Europa, un Occidente y un Oriente, una Europa del Oeste y una Europa del Este. Ahora no queda m¨¢s que la Europa del Oeste, que es en realidad, un ap¨¦ndice de Estados Unidos. Hasta la Primera Guerra Mundial, Occidente coincid¨ªa con Europa. Los dos t¨¦rminos, occidentalizaci¨®n y europeizaci¨®n, se usaban como sin¨®nimos. Pero ahora, tanto en sus aspectos negativos como en los positivos, el verdadero Occidente es Estados Unidos.
?Tendr¨ªa raz¨®n Hegel cuando afirmaba que el avance de la civilizaci¨®n hab¨ªa seguido el curso del sol, siempre de Oriente a Occidente, y que, por tanto, estaba destinado, una vez en Europa, a no detenerse sino, salvando el Atl¨¢ntico que las naves occidentales hab¨ªan surcado en primer lugar, a asentarse en el Nuevo Mundo?
Desde ese momento, toda la tierra conocida se occidentaliza. Tambi¨¦n Jap¨®n, ¨²ltima costa de Oriente. Tambi¨¦n el Papa 'se hace, de forma cada vez m¨¢s evidente, portador de valores occidentales, como la libertad pol¨ªtica y la democracia. Pero el aspecto m¨¢s desastroso de esta universalizaci¨®n de la civilizaci¨®n occidental se manifiesta en el juda¨ªsmo que, "para convertirse en Israel, ha aceptado tambi¨¦n y hecho propia, por primera vez en su historia en cuanto juda¨ªsmo, la gran herencia de Occidente" (p¨¢gina 70).
Para dar un sentido a este razonamiento es necesario, sin embargo, responder a una pregunta preliminar dif¨ªcil, a la que, me parece, ha respondido el propio Asor Rosa: "?Qu¨¦ se entiende por Occidente?". ?Cu¨¢l es el criterio para distinguir entre los dos t¨¦rminos de esta gran dicotom¨ªa Occidente-Oriente que atraviesa miles de a?os de historia? Por la toma de postura de Asor Rosa se entiende que puede atribuirse a ambos t¨¦rminos una connotaci¨®n negativa y una positiva, porque la que nos ofrece Occidente en este ensayo es netamente negativa.
Entre las mil interpretaciones de esta d¨ªada, dos, en mi opinion, prevalecen: a) Occidente es la patria de la libertad, frente al desp¨®tico Oriente; b) Occidente es la tierra donde se ha desarrollado la civilizaci¨®n de la ciencia y de la tecnolog¨ªa, frente a Oriente, cuya sabidur¨ªa sacra no ha logrado nunca dar vida a un saber ¨²til para la transformaci¨®n de la naturaleza y la sociedad. En torno a estas dos ant¨ªtesis, que reflejan la conciencia que tiene Occidente de s¨ª mismo, se han propuesto much¨ªsimas otras.
Durante siglos ha prevalecido la primera, al menos desde que Arist¨®teles sentenci¨® que los pueblos b¨¢rbaros de Oriente, al ser m¨¢s serviles que los griegos, soportaban sin quejarse reg¨ªmenes desp¨®ticos. En este ¨²ltimo siglo, la segunda, por lo menos despu¨¦s de Nietzsche, el profeta de la era del nihilismo, y despu¨¦s de Heidegger, int¨¦rprete de Nietzsche, y como consecuencia de las dos guerras mundiales, de Auschwitz y de Hiroshima. La primera fue acogida, por lo general, en su versi¨®n positiva, pero existe tambi¨¦n la versi¨®n negativa, que prevalece en nuestros d¨ªas, seg¨²n la cual la pretendida superioridad moral de los hombres occidentales, hombres libres frente a siervos, se ha convertido en pretexto para el dominio sobre los otros pueblos, considerados inferiores y, como tales, susceptibles de conquista y educaci¨®n. La segunda se ha asumido, tras el declive de la idea de progreso, en su versi¨®n negativa, pero existi¨® y sobrevivi¨® durante mucho tiempo la versi¨®n positiva, primero en su versi¨®n ilustrada, despu¨¦s en la positivista y, en ciertos aspectos, en la marxista. Ya que la libertad de unos pocos se transforma en subyugaci¨®n de muchos otros, de igual modo el desarrollo t¨¦cnico es un beneficio para pocos y un maleficio para muchos.
Insisto en estos dos aspectos -positivo y negativo- de lo que en otro lugar he llamado la ideolog¨ªa europea, porque, como observador poco inclinado a las soluciones radicales, me parece ver en este ensayo de Asor Rosa una fuerte propensi¨®n a la radicalizaci¨®n del juicio sobre Occidente; del juicio negativo, se entiende.
Si a principios de siglo se suscit¨® la hip¨®tesis del declive de Occidente, ahora se presenta incluso su fin, o mejor, la necesidad, moral m¨¢s que material, del fin. La reflexi¨®n sobre los efectos perversos de la occidentalizaci¨®n est¨¢ acompa?ada por un comentario del Apocalipsis, intercalado entre cap¨ªtulo y cap¨ªtulo, como si en este momento s¨®lo una visi¨®n apocal¨ªptica de la historia pudiera no s¨®lo dar un sentido a lo que sucede, sino tambi¨¦n sugerir una salida fuera de Occidente. Pero, ?para ir ad¨®nde?
La historia de las acusaciones contra Occidente es larga. No hay por qu¨¦ sorprenderse de que las acusaciones m¨¢s infamatorias hayan procedido de la extrema derecha y de la extrema izquierda, que se valen de los mismos argumentos; por ejemplo, el de elevar al mercader a figura emblem¨¢tica del hombre occidental. Una vez m¨¢s, los extremos se tocan. Pero hay una diferencia entre las acusaciones del pasado y las de nuestros d¨ªas. Antes, las acusaciones se hac¨ªan para deplorar la decadencia de una gran civilizaci¨®n y para intentar revitalizarla con un latigazo. Ahora, como el ensayo de Asor Rosa muestra a
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No a los profetas del Apocalipsis
Viene de la p¨¢gina anteriorlas claras, Occidente est¨¢ bajo acusaci¨®n en el momento de su aparente triunfo. Cuando parec¨ªa que Occidente hab¨ªa iniciado el proceso de su decadencia se exaltaron sus logros para detener la ca¨ªda; ahora que no s¨®lo ha vencido sino que ha arrasado, se denuncian sus horrores casi para acelerar el fin.
"Mientras todo el mundo", escribe Asor Rosa, "quiere convertirse en Occidente, yo me pregunto qu¨¦ hacer para salir. Pero la respuesta es: No se puede" (p¨¢gina 98). Sin embargo, precisamente porque no se puede y se deber¨ªa, el horizonte es tenebroso: "Correr¨¢n r¨ªos de sangre, no se tendr¨¢ piedad por nadie. La guerra ser¨¢ un elemento fundamental y continuo, premisa del nuevo orden" (p¨¢gina 99). Un poco m¨¢s adelante: "Ahora ya no somos capaces de decir si hay m¨¢s civilizaci¨®n en la Quinta Avenida de Nueva York y m¨¢s barbarie en las desastradas favelas de R¨ªo o viceversa" (p¨¢gina 101). Puede que parezca una paradoja: se debe salir de Occidente, pero no, se puede. Por ahora, el ¨²nico remedio que el libro sugiere es el de tomar conciencia de la disoluci¨®n: "Obligar a Occidente a verse y, por tanto, ayudarlo a disolverse" (p¨¢gina 101).
?Pod¨ªa el apocal¨ªptico llegar a una soluci¨®n distinta? Y, sin embargo, el propio Serge Latouche, en el libro que, me parece, ha inspirado a Asor Rosa, L`occidentalizzazione del mondo -La occidentalizaci¨®n del mundo- (Bollati Boringhieri), a pesar de asumir una postura antioccidental, concluye al final que es necesario liberarse de la fascinaci¨®n de la cat¨¢strofe y "desdramatizar el Apocalipsis". Con este prop¨®sito, escribe cosas con las que estoy de acuerdo desde la primera a la ¨²ltima palabra: "Los derechos del hombre y el respeto a la persona humana, as¨ª como tambi¨¦n el respeto a la cultura y a los derechos de los pueblos, forman parte del patrimonio de Occidente, cuya realizaci¨®n es un objetivo que no se puede abandonar" (p¨¢gina 143). Se podr¨ªa continuar: ?d¨®nde, a excepci¨®n de Occidente, no s¨®lo se ha proyectado sino tambi¨¦n puesto en marcha, aunque imperfectamente, una forma de sociedad abierta, plural, regulada por normas de convivencia que permiten resolver la mayor parte de las diferencias que separan a un hombre de otro sin que sea necesario recurrir al uso de la violencia, y se ha ventilado, la idea de una civitas maxima, a la que corresponde el derecho cosmopol¨ªtico de Kant, de una sociedad universal ordenada jur¨ªdicamente, y de la que, si bien de forma imperfecta, son una prefiguraci¨®n las Naciones Unidas, que est¨¢n por encima de todos los localismos, los regionalismos y los nacionalismos que est¨¢n devastando tantas zonas de nuestro planeta? ?Es posible acaso separar los aspectos positivos de la occidentalizaci¨®n de los negativos y resaltar s¨®lo estos ¨²ltimos?
El Apocalipsis es un anuncio. Es el anuncio de algunos acontecimientos futuros que, inevitablemente seg¨²n el profeta, ocurrir¨¢n. Es irrelevante que anuncie la salvaci¨®n o la perdici¨®n. En todo caso, el anuncio, de lo ineludible induce a la espera y, por tanto, a la pasividad.
Hay que a?adir que, al, no haber sucedido nunca esto tan ineludible, ser¨ªa necesario empezar a sospechar de los falsos profetas, no darles tanto cr¨¦dito y no prestar demasiado o¨ªdo a sus gritos de esperanza o desperaci¨®n. No nos podemos quedar inertes frente a la historia, porque la historia, contrariamente a lo que ha dicho un tipo cuyo libro ha armado gran alboroto, no ha terminado. No s¨®lo no ha terminado sino que, si atendemos al proceso de universalizaci¨®n de una sociedad que se regula por una legislaci¨®n basada en el respeto a los derechos del hombre, acaba de empezar.
Por lo dem¨¢s, despu¨¦s de tantas invocaciones de muerte violenta de la magma meretrix, que simboliza el poder desaforado -de hecho, el imperio norteamericano, ahora mismo sin rivales- sobre todos los pueblos de la Tierra, Asor Rosa termina con un llamamiento a la ¨¦tica de la responsabilidad que parece ir en sentido opuesto, es decir, hacia la aceptaci¨®n del riesgo de una elecci¨®n, "que es lo contrario de la espera del bien absoluto como sue?o visionario. Sobre todo cuando parece, al final, que el remedio al medroso advenimiento de la era del nihilismo deba hallarse en un sistema de procedimientos; es decir, de reglas que el hombre ha inventado y puesto a prueba, no siempre con ¨¦xito, para acabar con la violencia, aunque ciertamente no para eliminarla por completo. Lo que resulta un programa d¨¦bil -a pesar de ser razonable-, propio de reformistas sin demasiadas ilusiones.
Tanto m¨¢s d¨¦bil por cuanto se reconoce inmediatamente despu¨¦s que "una ¨¦tica de la responsabilidad parece a¨²n m¨¢s fr¨¢gil y minoritaria que en el pasado" (p¨¢gina 118). Lo que explica, entre otras cosas, el paso brusco a una posici¨®n que va en sentido opuesto: "La verdad y la justicia no pueden venir ya de fuera: deben venir de dentro" (p¨¢gina 120). Y de nuevo: "S¨®lo a trav¨¦s de la propia alma se puede salir de Occidente" (p¨¢gina 120). En sentido opuesto he dicho; es decir, hacia la ¨¦tica de la convicci¨®n. Pero la ¨¦tica de la convicci¨®n es fuerte para quien la practica e ineficaz sin una conversi¨®n universal improbable e impredecible.
Este ensayo es apasionante, precisamente por ser desmedido. Sin embargo, al final deja m¨¢s dudas que las que resuelve. La historia no se hace con los si...", y tampoco con los "autaut". A favor o en contra, dentro o fuera. Fuera de Occidente o dentro de Occidente es un dudoso dilema. Ahora, el gran problema es el de conciliar el curso imparable e irreversible del progreso tecnol¨®gico -que, como la espada de Aquiles, hiere y cura- con la organizaci¨®n pol¨ªtica del mundo, que no puede dejar de valerse de los aspectos ben¨¦ficos de los descubrimientos cient¨ªficos y de sus aplicaciones.
No pondr¨ªa la mano en el fuego por la salvaci¨®n del mundo. Sin embargo, ya que la salvaci¨®n no puede venir de un Dios, sino s¨®lo de nosotros, no sirve de nada salir de Occidente, al que, para bien y para mal, debemos la suma del saber, desde la que ya no podemos volver atr¨¢s. Y tampoco puede tener efecto alguno el in te redi, la reforma interior. Es verdad que, cuando se plantean los grandes problemas, los remedios parecen siempre demasiado m¨ªseros. Pero esto es consecuencia de la postura apocal¨ªptica, que no ve otra v¨ªa de escape que el triunfo de todo el mal o el triunfo de todo el bien.
La historia, por el contrario, es una trama de bien y mal, o, todav¨ªa peor, de actos que son juzgados buenos por algunos, malos por otros. Tambi¨¦n yo soy un apocal¨ªptico por naturaleza, pero me he dado cuenta de que, cada vez que me he abandonado a juicios radicales, me he equivocado. Y sostengo que ahora m¨¢s que nunca son necesarias la prudencia y la paciencia, y que se debe rechazar la tentaci¨®n del o todo o nada. Ni esperanza ni desesperaci¨®n. Ni Ernst Bloch ni G¨¹nter Anders. Admiro a ambos, pero no los elegir¨ªa como gu¨ªas. La raz¨®n no domina el curso del mundo, como cre¨ªa Hegel, sino que, quiz¨¢, no nos estemos precipitando en la era del nihilismo. Digo quiz¨¢ porque ser¨¢ precisamente en este quiz¨¢ donde podamos encontrar todav¨ªa un espacio, por grande o peque?o que sea, para seguir actuando como "artesanos de la propia fortuna".
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