Los peatones tambi¨¦n existen
Quiz¨¢ lo recuerden. Tampoco hace tanto tiempo, caramba. Me refiero a cuando los ni?os pod¨ªan jugar en las calles o los ancianos dedicar parte de su ocio a pasear. En ciudades como Madrid, esto ya no es posible. Los coches lo invaden todo ante la resignaci¨®n de todos. El sufrido peat¨®n se siente como alguien que penetra en un coto vedado sin el consentimiento de su due?o. Su itinerario se hace serpenteante, pues a cada poco habr¨¢ de buscar un paso elevado, practicar la espeleolog¨ªa cruzando subterr¨¢neos inmundos o recorrer algunas leguas en pos del sem¨¢foro "m¨¢s cercano". En este ¨²ltimo caso, muchas veces tiene. que apretar un bot¨®n (nadie duda de que pasar¨¢n coches, pero cada vez es m¨¢s incierto que aparezca un vulgar transe¨²nte) y, tras esperar unos minutos indeterminados, se ve obligado a revisar su marca en los 100 metros lisos, si es que pretende llegar al otro lado. Tanto esfuerzo para nada, puesto que la luz verde gui?otear¨¢ pasadas unas d¨¦cimas de segundo y eso significa que los automovilistas no se molestar¨¢n en detenerse, al no encontrarse con un disco en rojo, sino con una luz ¨¢mbar que les permite juzgar discrecionalmente las intenciones del peat¨®n y determinar siempre que ¨¦ste no se propone cruzar sino una vez hayan pasado ellos. A veces, incluso tienen que hacerse aprendices de brujo y saber esfumarse, porque nadie ha contado con ellos al iniciar. tal o cual obra y no es cosa de dificultar el tr¨¢fico rodado. As¨ª las cosas, la ciudad se hace cada vez m¨¢s inh¨®spita y los pocos que siguen empecinados en andar son agraciados con la emoci¨®n de ser atropellados, el c¨¢lido ambiente procurado por la combusti¨®n de gasolina, ese armonioso estruendo de cl¨¢xones que puede llegar a eclipsar, aunque s¨®lo sea un ratito, el producido por las motos y los motores de camiones o turismos. Pero no est¨¢ lejano el d¨ªa en que desaparezcan esos bichos raros y anacr¨®nicos, cuya mentalidad se opone al progreso. No se dan cuenta de que mejorar el transporte p¨²blico y fomentar el uso de la bicicleta es algo periclitado e incompatible con las leyes del mercado. Pronto reparar¨¢n en que, irremediablemente, las ciudades no son sino para los coches y que lo de andar se ha quedado tremendamente anticuado (hasta debe ser poco saludable). Propongo, pues, que se decrete su inexistencia (la del peat¨®n, por supuesto) y, entretanto, demandemos a la madre naturaleza por haber cometido tan enorme torpeza. Me refiero a la de habernos hecho b¨ªpedos y dejarnos tan atrasados en la escala evolutiva. Claro que los m¨¢s j¨®venes ya van siempre sobre ruedas y, como la funci¨®n crea el ¨®rgano, todo llegar¨¢.-
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