La hora del adi¨®s
A pesar de que dos excelentes profesionales de gran prestigio como el dise?ador teatral Salvador Fern¨¢ndez y el core¨®grafo Alberto M¨¦ndez (que hace apenas una semana obtuvo un sonado triunfo en la Scala de Mil¨¢n con su Christophoro Colombo) hicieron un serio esfuerzo por armar la tan anunciada gala, el resultado ha sido pobre, discutible en lo est¨¦tico y en lo ¨¦tico, excesivamente largo y dejando abiertas muchas interrogantes.De nuevo el dinero p¨²blico espa?ol (casi 40 millones para dos funciones) se tiraba por la borda en una manifestaci¨®n que no deja buen sabor de boca, a pesar de que hab¨ªa una noble intenci¨®n inicial. Entre otros desprop¨®sitos, una equ¨ªvoca publicidad no aclaraba que Julio Bocca y Eleonora Cassano s¨®lo bailar¨ªan la primera noche y Arantxa Arg¨¹elles y Maximiliano Guerra la segunda, siendo ¨¦stos, de los artistas invitados, los m¨¢s conocidos del p¨²blico madrile?o.
Gala de Danza Iberoamericana
Coreograf¨ªa: Alberto M¨¦ndez; escenografia, gui¨®n y dise?o de producci¨®n: Salvador Fern¨¢ndez; direcci¨®n: Alicia Alonso. Gran Patio del Conde Duque, Madrid. 22 de julio.
La magn¨ªfica compa?¨ªa cubana de ballet se ha visto comprometida en un trabajo de relumbr¨®n donde ¨²nicamente hubo un momento excepcional: el argentino Julio Bocea en las partes virtuosas del paso a dos de Don Quijote, y dos actuaciones de altura: los seis bailarines del Ballet Nacional de Caracas en los fragmentos de Nuestros Valses, sin duda la creaci¨®n m¨¢s feliz, de Vicente Nebrada, y el Ballet Nacional de Espa?a en Ritmos, de Alberto Lorca, que con justicia se ha convertido en Las S¨ªlfides del estilo cl¨¢sico espa?ol con su gran efectividad para mostrar el trabajo de conjunto, y que fue bailada con buen gusto por Ana Gonz¨¢lez y Juan Mata, para quienes se cre¨®.
Notorias ausencias
Siempre estos grandes fastos tienen el peligro de la parcialidad, y nunca se puede cocinar al gusto de todos. El c¨®ctel puede transmutarse en molotov en un santiam¨¦n. Con notorias ausencias y una largu¨ªsima. e in¨²til presencia del folclore afrocubano, los discretos aplausos finales dieron buena cuenta del acto, donde no faltaron los problemas graves de sonido, desajustes musicales y unas luces descompensadas y coloristas que abarataron m¨¢s el producto. Si estaban los dioses yorubas, tambi¨¦n debi¨® estar el tango, por poner un ejemplo de caj¨®n.Otros buenos artistas aportaron, siempre discretamente, lo suyo: la brasile?a Ana Botafogo, refinada y correcta; la uruguaya radicada en Chile, Sara Nieto, con su nervio de siempre; la madura elegancia de la cubana Loipa Araujo; el arrojo en alza del joven habanero Lienz Chang; el se?or¨ªo racial de Aida G¨®mez y Lola Greco acompa?adas por un siempre brillante Jos¨¦ Antonio en sus zapateados.
Con muchas licencias formales sobre la coreograf¨ªa original, Trinidad Sevillano y Antonio Castilla hicieron una Paquita fuera de estilo. No existi¨® en la pareja de antiguos disc¨ªpulos de Mar¨ªa de ?vila comunicaci¨®n alguna, y esto es la base, como su nombre indica, de poder llevar a buen puerto un pas de deux.
La noche de danza la cerr¨¦ Alicia Alonso acompa?ada de Orlando Salgado en un fragmento de Carmen. Desde la admiraci¨®n y el respeto debe decirse que la gran Alicia ya no puede bailar, y esto nada negativo quiere decir para su prestigio, su grandeza y su papel fundamental en el ballet de nuestro tiempo. Es una dur¨ªsima ley de la vida. Ella sigue siendo el grano de oro puro de la danza hispanoamericana, profusamente germinado y crecido.
?Qu¨¦ necesidad material podr¨ªa animar a esta verdadera diva a continuar con los zapatos de baile pegados a sus pies d¨ªa tras d¨ªa? Ninguna. S¨®lo una curiosa mezcla de ego¨ªsmo y entrega, de continuar a toda costa, de retar al tiempo. De hecho, contra todo pron¨®stico, Alicia ha vencido. Su divino empecinamiento ha hecho todo lo posible y m¨¢s. Ha creado escuela, es historia. Su generosidad conmueve, pero angustia a quienes la siguen de coraz¨®n.
A¨²n hoy, en un momento dif¨ªcil de su vida personal, traicionada por algunos de sus colaboradores y en medio de una tormenta pol¨ªtica y social, lo ha intentado una vez m¨¢s, pero la gala no ha sido lo que ten¨ªa que ser, y como colof¨®n resulta triste.
Sobre la escena, a pesar de que se eleva y se crece, un sudario de luz la envuelve y la distancia del resto. La hora del doloroso adi¨®s a las tablas ha llegado.
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