Un hallazgo crucial
EL follet¨ªn de Justo enfrente de Jes¨²s de Medinaceli hab¨ªa una tienda peque?a, pero muy bien surtida, de art¨ªculos religiosos, y en ella pidi¨® raz¨®n Lorencito Quesada de El universo de los h¨¢bitos. Tan mala cara debieron de verle que nada m¨¢s entrar un provecto mancebo de guardapolvo gris le dio un duro de limosna, y a continuaci¨®n un guarda jurado -parece que Madrid est¨¢ lleno de ellos, dice Lorencito, y que son todav¨ªa m¨¢s id¨¦nticos entre s¨ª que los turistas y los sicarios orientales- lo echo a empujones del establecimiento, notific¨¢ndole de paso que si volv¨ªa a entrar le saltar¨ªa los dientes, y que las tiendas de h¨¢bitos, lo mismo en g¨¦nero que en confecci¨®n, suelen estar en la calle de Postas.Los mendigos de la puerta de la bas¨ªlica andaban ahora tan ocupados por la creciente afluencia de fieles, pregonando desgracias, jaculatorias y peticiones de caridad, que ni siquiera repararon en ¨¦l. No obstante, se alej¨® lo m¨¢s r¨¢pido que pudo y con la cara vuelta hacia la pared, por si las moscas. En el cristal de un escaparate se vio tan desmejorado, en un estado tan lamentable de higiene y presentaci¨®n, que apenas pudo reconocerse. ??l, que se caracteriz¨® siempre entre los empleados de El sistema m¨¦trico, incluso los de categor¨ªas superiores, por su extrema, su casi legendaria pulcritud! Se impon¨ªa, si no una ducha y una muda de ropa, ya que a¨²n recelaba de volver a la pensi¨®n, s¨ª al menos un afeitado y una revisi¨®n general de su indumentaria.
En una barber¨ªa anticuada y econ¨®mica, en cuya fachada un letrero de azulejos anunciaba la novedad del masaje el¨¦ctrico, le dejaron las mejillas tan suaves y frescas como la piel de un ni?o y lograron devolverle a su tup¨¦ la ondulaci¨®n adecuada, que muy pocos peluqueros de hoy en d¨ªa consiguen. En los lavabos de una c¨¦ntrica cafeter¨ªa, dotados admirablemente de jab¨®n Palmolive, toallas de papel y secador autom¨¢tico, se lav¨® a conciencia la cara y las manos, se enjuag¨® la boca con un peque?o frasco de Oraldine que por precauci¨®n lleva siempre consigo y corrigi¨® lo mejor que pudo el desorden de su ropa. Reanimado, porque la limpieza personal lo vivifica, se concedi¨® un op¨ªparo desayuno a base de leche con cola-cao (¨¦l lo prefiere al caf¨¦, que le da?a los nervios) y de esos sustanciosos churros a los que en Madrid llaman porras, juzg¨¢ndolos no inferiores a los que daban hace a?os en el tristemente desaparecido Caf¨¦ Royal de M¨¢gina.
Preguntando, suele decir ¨¦l, se llega a Roma. En la cafeter¨ªa, que estaba en la bella plaza de Santa Ana, a un costado del Teatro Espa?ol, le explicaron que la calle de Postas no quedaba lejos, de modo que decidi¨® ir andando, en parte por ahorrarse el importe de un taxi, y tambi¨¦n por aclarar sus ideas durante la caminata. Era una ma?ana fresca, de una luz rubia y h¨²meda con tornasoles azulados, una ma?ana tranquila y solitaria de s¨¢bado, y Lorencito no tard¨® mucho en encontrarse en la plaza Mayor, que viene a ser, seg¨²n cuenta, el coraz¨®n del viejo Madrid. Lo admir¨® su amplitud y la regularidad al mismo tiempo majestuosa y castiza de sus edificios y soportales, y al compararla mentalmente con nuestra plaza del general Ordu?a, o de Andaluc¨ªa, ¨¦sta ¨²ltima (a despecho de su acendrado patriotismo local, del que hay Constancia fidedigna en casi treinta a?os de art¨ªculos para Singladura) le pareci¨® peque?a y algo mezquina, una plaza de pueblo. Constat¨®, sin embargo, con mirada de experto, que los establecimientos comerciales de Madrid, al menos los de aquella zona, eran mucho m¨¢s rancios que los de M¨¢gina, lo cual no dej¨® de sorprenderlo, devolvi¨¦ndole una parte de su maltrecho orgullo: ?Tiendas con mostradores de madera y columnas de hierro, escaparates con postigos de cuarterones, letreros no de ne¨®n, como los de El sistema m¨¦trico, sino pintados sobre cristal con caligrafia decimon¨®nica, maniqu¨ªes de hace cuarenta a?os, r¨²sticos comercios de boinas, de alpargatas, de efectos militares, incluso cordeler¨ªas l¨®bregas! M¨¢gina, pens¨®, ser¨¢ una ciudad provinciana, de acuerdo, pero su comercio es m¨¢s moderno y din¨¢mico que el de Madrid, no en vano se ha convertido en los ¨²ltimos a?os en la capital econ¨®mica de la comarca, incluso de toda la provincia... El cartel de una anacr¨®nica sombrer¨ªa llamada Casa Yustas lo indign¨®: "Exportaci¨®n de gorras a provincias". ?Se imaginaba esta gente que en los pueblos a¨²n llevamos boinas caladas hasta las cejas, que andamos en burro y nos alimentamos de ajos y torreznos?
Pero ya estaba en la calle de Postas, que part¨ªa de uno de los arcos de la plaza Mayor. En la acera de la izquierda, a continuaci¨®n de una tienda de lanas, vio, no sin estremecerse, los escaparates de El universo de los h¨¢bitos, casi tan amplios como los de El sistema m¨¦trico. Sin duda se trataba de un comercio importante, de un verdadero emporio en el ramo de la sastrer¨ªa eclesi¨¢stica y los objetos de liturgia y de culto, que surt¨ªa por igual las demandas m¨¢s tradicionales y las m¨¢s recientes tendencias en la imaginer¨ªa, el vestuario y la decoraci¨®n religiosa. Hab¨ªa un maniqu¨ª de cuerpo entero con h¨¢bito de dominico y otro vestido audazmente de clergyman. Se superpon¨ªan cortes de tela para las t¨²nicas de innumerables cofrad¨ªas, cada uno con una primorosa etiqueta escrita a mano, y en las vitrinas de cristal se mostraban objetos de culto de los m¨¢s diversos y variopintos estilos, desde copones y sagrarios ricamente labrados a b¨¢culos de forma aerodin¨¢mica y crucifijos fluorescentes. En cuanto a las im¨¢genes, Lorencito no hab¨ªa visto semejante a un abundancia y variedad de art¨ªculos ni en los departamentos mejor abastecidos de los almacenes Simago, que tuvo ocasi¨®n de visitar una vez en la capital de nuestra provincia. Cristos y V¨ªrgenes de todas las formas y tama?os, Ni?os Jes¨²s de todas las razas, apropiados para la introducci¨®n del culto en los pa¨ªses m¨¢s remotos, santos que gozan actualmente de popularidad, como San Pancracio, Santa Gema y Santa Rita, otros de veneraci¨®n minoritaria o que casi ya no se encuentran en las iglesias ni en las hornacinas de las casas particulares, como Santa Clara, protectora de la televisi¨®n, San Francisco de Sales, de quien Lorencito es muy devoto por ser patrono de los periodistas cat¨®licos, San Doroteo de Capadocia, cuya oraci¨®n alivia el dolor de hemorroides con una eficacia superior a la de los m¨¢s avanzados analg¨¦sicos...
"Pero pasemos a la acci¨®n", se dijo Lorencito, para darse ¨¢nimos, porque no las ten¨ªa todas consigo. ?Qu¨¦ nuevos sobresaltos lo aguardaban tras el umbral de El universo de los h¨¢bitos? En el interior se o¨ªa una suave melod¨ªa de corte moderno: voces juveniles cantaban la nueva letra del Padrenuestro con la m¨²sica de los Sonidos del silencio, detalle que a Lorencito le agrad¨®. En ese momento un empleado le mostraba a una mujer con aire inequ¨ªvoco de monja el funcionamiento de una maqueta luminosa de la bas¨ªlica de Compostela: se oprim¨ªa un bot¨®n, brillaban luces intermitentes, sonaba una m¨²sica de ¨®rgano, se abr¨ªan las puertas y aparec¨ªa en ellas la imagen del Ap¨®stol. En un rapto de audacia, aprovechando que ni el empleado ni la monja hab¨ªan reparado en su presencia, Lorencito se desliz¨® en direcci¨®n a la trastienda, entre anaqueles atestados de racimos de rosarios y figuras de santos. Un sexto sentido, quiz¨¢s su olfato period¨ªstico, cont¨® despu¨¦s, le dec¨ªa algo.
Una cortina daba paso a un ca¨®tico almac¨¦n muy poco iluminado. Tras una puerta entornada una voz hablaba por tel¨¦fono en tono iracundo. "Lo tenemos, vaya que si lo tenemos", dec¨ªa la voz, "pero sin la guita por delante no hay entrega inmediata del consumao..." La voz se detuvo, luego son¨® un pu?etazo sobre una mesa y una interjecci¨®n nada propia de un establecimiento religioso:
"...Y lo de San Pantale¨®n ni lo piense. O se dobla la tarifa o no hay trato. A ver si se figura que las medidas de seguridad son como las de una iglesia de pueblo...
Lorencito no pudo seguir escuchando: en alguna parte, muy cerca, gimieron los goznes de una puerta, y unos pasos empezaban a aproximarse a ¨¦l. Distingui¨® dos voces que hablaban con acento andaluz. Quiso huir hacia la salida, pero alguien descorri¨® en ese mismo instante la cortina que daba a la tienda, y Lorencito, sinti¨¦ndose atrapado, se ocult¨® tras una hilera de sotanas y vestiduras lit¨²rgicas. Conten¨ªa la respiraci¨®n y sudaba de miedo entre los espesos pa?os sacerdotales, que eran, por cierto, de una excelente calidad.
Pero las voces ya se alejaban, y alguien hab¨ªa apagado la luz del almac¨¦n. Abandon¨® a tientas su refugio, previendo con terror que se iba a quedar encerrado en la tienda todo el fin de semana. Tropez¨® con algo, cay¨® al suelo, palp¨® un aro met¨¢lico que parec¨ªa una argolla. Tir¨® de ella, levantando una pesada trampilla, reconoci¨® a tientas unos pelda?os met¨¢licos. Providencialmente, llevaba una caja de f¨®sforos, propaganda gratuita de la cafeter¨ªa donde tom¨® el desayuno: encendi¨® uno y alumbr¨¢ndose con ¨¦l baj¨® la escalera. Cuando el segundo f¨®sforo ya le quemaba los dedos vio que hab¨ªa llegado a un s¨®tano con el aire enrarecido y h¨²medo y el techo muy bajo. A la luz del tercero descubri¨® con un calambrazo de pavor que no estaba solo: erguido frente a ¨¦l un hombre de pelo largo y t¨²nica penitencial lo miraba, con los brazos inm¨®viles en una extra?a postura. Pero no era un hombre vivo: era la imagen del Santo Cristo de la Gre?a.
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