La pit¨®n y el h¨¢mster
Ante el receloso desconcierto con el que Europa contempla la matanza de Sarajevo, la pasividad mundial que rodea la hambruna de Somalia (y tantas otras tragedias africanas), ante los reiterados casos de corrupci¨®n pol¨ªtica en las democracias (y para m¨¢s se?alar, en la nuestra), o la disparidad de baremos que utiliza la ONU en el caso de Irak y en el de Israel, etc¨¦tera, la queja siempre suele ser la misma: la pol¨ªtica actual ha perdido los principios ¨¦ticos. Creo que pondr¨ªamos en un brete a los que prodigan tal diagn¨®stico pregunt¨¢ndoles en qu¨¦ momento hist¨®rico, seg¨²n ellos, los principios ¨¦ticos rigieron la pol¨ªtica efectiva -nacional o internacional- de los pa¨ªses. Pero puede que algunos se recuperasen enseguida y respondieran que, en efecto, "el mundo siempre fue y ser¨¢ una porquer¨ªa": almas de tango, a los que el asco general por la realidad en su conjunto ayuda a evitar el engorro de examinarse personalmente con m¨¢s detalle. A los m¨¢s cori¨¢ceos que tratasen de enumerar casos hist¨®ricos de bonanza moral les podr¨ªamos preguntar, ya un poco en plan falt¨®n, qu¨¦ pintan en pol¨ªtica los principios morales. Aqu¨ª, seguro que la armamos buena.Aclaremos algo la cosa para no pasar por demasiado gratuitamente provocadores. Es muy deseable, sobre todo por su propio bien, que los pol¨ªticos -como los financieros, los periodistas, los catedr¨¢ticos, los bomberos, etc¨¦tera- sean personas de convicciones morales. Tambi¨¦n es deseable, puestos a ello, que sean personas sanas y que tengan sentido del humor. Pero ya no est¨¢ tan claro que tales apetecibles atributos individuales puedan reclamarse para los cuerpos administrativos. Quiz¨¢ los Gobiernos no sean morales por lo mismo que no tienen sentido del humor: porque no les corresponde. Lo cual no impide que se les pueda exigir que tengan principios: pero principios pol¨ªticos, no principios ¨¦ticos. Desde luego, entre los principios pol¨ªticos y los ¨¦ticos hay un estrecho parentesco, porque ambos provienen del af¨¢n de autoafirmaci¨®n humana y del empe?o por conseguir la m¨¢s amplia plenitud vital. Pero los registros racionales de tales principios son diferentes, as¨ª como tambi¨¦n las estrategias que los hacen efectivos y los baremos de perfecci¨®n que se les pueden aplicar. Por eso, la mejor de las pol¨ªticas no solventa los forcejeos morales de cada cual, ni la rectitud moral de ning¨²n gobernante es ¨ªndice inequ¨ªvoco de tino pol¨ªtico. Cuando los gobernantes proclaman que la pureza moral determina su gesti¨®n pol¨ªtica, malo: malo si son hip¨®critas, porque con tal escudo edificante est¨¢n tratando de encubrir sus ambiciones o su incompetencia, y peor si son sinceros, porque tal actitud s¨®lo es compatible con las teocracias y los totalitarismos, pero no con el pluralismo democr¨¢tico laico.
El emperramiento en juzgar la pol¨ªtica con categor¨ªas m¨¢s o menos moralizantes suele ser la gran afici¨®n de todo aquel que no quiere renunciar al dulce placer de sentirse mejor que el mundo en que vive, pero no es tan tonto como para dejar, de vivir en ¨¦l. Se fomenta as¨ª la repetici¨®n de nuevos t¨®picos catequ¨ªsticos que no comprometen demasiado y que suelen ganar las simpat¨ªas de la gente que piensa con su buen coraz¨®n (aunque por lo com¨²n act¨²a de acuerdo con sus c¨¢lculos): es decir, de la mayor¨ªa. Por ejemplo, deplorar el filiste¨ªsmo de una pol¨ªtica que ha renunciado a la utop¨ªa. Lo que se quiere decir con utop¨ªa es, en el mejor caso, ideales, es decir, ideas regulativas que sirvan de orientaci¨®n unificadora de los p proyectos inmediatos. La diferencia est¨¢ en que los ideales pol¨ªticos asumen su car¨¢cter de abstracciones que se?alan l¨ªneas de avance, sin proponer nunca estados de cosas acabados como ocurre en las utop¨ªas. Los ideales tienen que ver con la praxis, mientras que las utop¨ªas la liquidan o la descalifican. Otros, en cambio, se quedan con los ideales, pero, sorprendentemente, los convierten en legado de los peores experimentos ut¨®picos . : aseguran as¨ª que el hundimiento de los sistemas comunistas no implican el final de los anhelos de liquidar la explotaci¨®n y la injusticia. ?Pero si esos anhelos son independientes del comunismo totalitario y m¨¢s bien se vieron comprometidos por ¨¦ste! Es como decir que lo que nadie puede negarle de bueno a la guillotina es habernos inspirado el af¨¢n de acabar con las jaquecas... Ciertas palabras son claves en el discurso moralista de la pol¨ªtica: la primera, solidaridad. No hay t¨¦rmino con mejor prensa, a diferencia de la elogiada pero siempre sospechosa libertad. Nadie se pregunta: " solidaridad, ?para qu¨¦?; demanda, en cambio, habitual a la libertad. Sin embargo, el pasado de la solidaridad tambi¨¦n tiene sus puntos oscuros. Ha solido funcionar como uni¨®n de un grupo frente a otros para adquirir m¨¢s fuerza, no como la decisi¨®n de todos de ayudar a los m¨¢s d¨¦biles. Gremialismos, nacionalismos, xenofobias son enfermedades de la solidaridad, del mismo modo que la libertad tambi¨¦n tiene sus publicitados atropellos. De modo que tanto con una como con la otra lo adecuado no es preguntar "?para que. sino ?c¨®mo?, ?dentro de qu¨¦ l¨ªmites?, ?a qu¨¦ precio?". Y as¨ª se pasa del moralismo a la pol¨ªtica sin perder los ideales.
M¨¢s all¨¢ de la est¨¦ril charlataner¨ªa acerca del "vac¨ªo de valores" de nuestra ¨¦poca, la decadencia de Occidente y otras pamplinas, lo verdaderamente inquietante no es la ausencia de principios ¨¦ticos en la pol¨ªtica, sino la falta de principios pol¨ªticos y su sustituci¨®n por ret¨®rica moralizante. La cual se entusiasma a la hora de proclamar lo recto y dictar condenas a diestro y siniestro, pero se desentiende de las v¨ªas para llevarlo a la pr¨¢ctica y sobre todo de los. varios males que implica el logro hist¨®rico de cualquier bien. Al moralista no le competen las contradicciones pr¨¢cticas, s¨®lo la doctrina y la visi¨®n prof¨¦tica... del pasado. De tal modo que a la vez se exige la intervenci¨®n militar en Yugoslavia y la abolici¨®n de los Ej¨¦rcitos, la unidad supranacional y la autodeterminaci¨®n de los pueblos, el respeto a la libertad individual y el paternalismo estatal para prohibir lo que puede hacemos da?o, resolver la hambruna de Somalia o hacer cumplir los derechos humanos en el mundo, pero con total respeto a la soberan¨ªa de cada pa¨ªs, etc¨¦tera. Se denuncian con esc¨¢ndalo los intereses que defienden los actuales estadistas en lugar de tener el coraje l¨²cido de propugnar intereses no m¨¢s "desinteresados", sino m¨¢s universalizables y mutuamente compatibles. Es buena se?al, sin duda, que ante los conflictos sanguinarios y las tiran¨ªas haya cada vez m¨¢s gente que se ponga del lado de los ciudadanos sacrificados a mitos colectivos. Pero ?estamos dispuestos a aceptar que ello implica el refuerzo de autoridades internacionales, que el imperio del derecho tiene tanto de derecho como de imperio, que -como dijo hace tiempo Santayana- tender hacia la unidad planetaria comporta ir acostumbr¨¢ndonos a ser gobernados en cierta medida por extranjeros?
Perm¨ªtanme concluir con una par¨¢bola tomada de la cr¨®nica de sucesos. En no s¨¦ cu¨¢l municipio catal¨¢n, un concejal de Alternativa Verde ha protestado porque en una exhibici¨®n de serpientes se las ha alimentado con h¨¢msteres vivos ante el p¨²blico. Es sabido que algunos ofidios, como las pitones, s¨®lo se alimentan con presas vivas; desde un punto de vista ecol¨®gico, ver a una pit¨®n comi¨¦ndose un h¨¢mster no es m¨¢s escandaloso que ver a una abeja libar en una flor. A la naturaleza no podemos moralizarla, ni siquiera ocultando p¨²dicamente lo que las pitones hacen con los h¨¢msteres. Pero comprendo al concejal y su repel¨²s antropoc¨¦ntrico. El proyecto pol¨ªtico de la modernidad, tan traicionado, es evitar una humanidad dividida entre pitones y h¨¢msteres. A fuerza de arte y disciplina, los hombres s¨ª que podemos abandonar la vieja dieta. Pero para lograrlo es preciso conocer a fondo los mecanismos depredadores de nuestros apetitos y asumir que durante mucho, mucho tiempo sentiremos las incomodidades de vemos forzados a cambiar de piel.
es catedr¨¢tico de. ?tica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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