El a?o triunfal
Ahora todos sabemos que el tiro ha salido por la culata, pero conviene recordar que hace s¨®lo tres meses el menor atisbo cr¨ªtico era de inmediato ahogado por la marea dominante que respaldaba el sano orgullo de quienes hab¨ªan consumado la modernizaci¨®n de Espa?a. El discurso oficial era claro: no hab¨ªa que mirar hacia atr¨¢s, en direcci¨®n de un pasado hist¨®rico reducido a pretexto para la exaltaci¨®n del presente. Con el fuego de artificio de la Expo todo el mundo descubr¨ªa de una vez la capacidad de los espa?oles. Criticar lo realizado equival¨ªa a sentar plaza de antipatriota, y los buenos resultados de la pol¨ªtica de imagen en el exterior refrendaban semejante postura. Por fin, tampoco hab¨ªa que ahondar en las cuentas: Andaluc¨ªa se merec¨ªa el esfuerzo por el abandono de que fuera hist¨®ricamente objeto, y adem¨¢s el reconocido rigor de nuestros responsables econ¨®micos garantizaba el buen resultado de la operaci¨®n. Espa?a se sumaba con velas desplegadas al avance de Europa y era absurdo poner en cuesti¨®n la operaci¨®n de prestigio planificada desde el Gobierno. Solamente los sindicatos tuvieron el mal gusto de advertir que todo ello iba unido a una pol¨ªtica econ¨®mica en que el pago de las facturas se distribu¨ªa de modo muy desigual. Por un momento, Espa?a pare ci¨® aquella rep¨²blica de hombres encantados a que hac¨ªa re ferencia el arbitrista Cellorigo en torno a 1600. Solamente hubiera faltado en esos d¨ªas del final de la primavera el aluvi¨®n de medallas ol¨ªmpicas para que el estallido de entusiasmo, guiado y capitalizado por el Gobierno Gonz¨¢lez, fuese una realidad.Ciertamente, el despertar de ese encantamiento ha. sido brutal. Ante todo, la gesti¨®n econ¨®mica, clave de la seguridad del sistema, deja ver sus agujeros por todas partes. Tras tanto ¨¦xito proclamado, tapar el d¨¦ficit exige un ajuste duro, sin que se vea el final del nuevo t¨²nel, a no ser que se produzca un vuelco imprevisible en la coyuntura internacional. Por si esto fuera poco, el ministro responsable carga una y otra vez las culpas sobre la dureza del camino a Maastricht, propiciando de este modo una indeseable asociaci¨®n mental entre europe¨ªsmo y penuria. Vuelve a todo gas la corrupci¨®n y el caso Ollero pone en entredicho una vez m¨¢s los mecanismos de financiaci¨®n del socialismo andaluz, y con ello la honestidad de la clase pol¨ªtica gobernante, Puestos a tropezar con todas las piedras, ni siquiera el valor seguro de la Corona se ha librado de sacudidas, con las historias de supuestas infidelidades y noviazgos reprimidos. Y para cerrar el peque?o museo de horrores veraniego, ETA vuelve a matar, al tiempo que fracasa el intento efectuado por el PNV para "sacar del pozo" a HB, que de aislada se convierte en eje alternativo de las relaciones pol¨ªticas vascas tras la doble victoria de la autov¨ªa. Todo ello, sin mover un cent¨ªmetro las propias posiciones y con la sangre corriendo.
Puede decirse, y ello resulta pertinente, que el Gobierno Gonz¨¢lez no es responsable del empeoramiento de la coyuntura internacional o de los errores de estimaci¨®n pol¨ªtica de Arzalluz. Ser¨ªa pues, del todo injusto propugnar un pesimismo gene ralizado que causase no s¨®lo la erosi¨®n del poder socialista, sino la del propio sistema de mocr¨¢tico. Pero s¨ª conviene tomar nota de lo sucedido en estos meses para afirmar la necesidad de una rectificaci¨®n en profundidad del estilo de gobernar, sobre todo en lo que concierne a la comunicaci¨®n en tre el poder y la sociedad. Si algo ha fracasado plenamente en este fallido a?o triunfal es la pol¨ªtica de imagen, que con tanto ¨¦xito viene practicando Gonz¨¢lez en la ¨²ltima d¨¦cada. Nuestra democracia es demasiado joven como para soportar por mucho tiempo m¨¢s la tensi¨®n entre palabras y realidad que ha estallado ¨²ltimamente. Ya est¨¢ bien de demostraciones publicitarias permanentes. Ha llegado la hora de explicar. De no ha cerse as¨ª, es la credibilidad del sistema democr¨¢tico lo que est¨¢ en juego a medio plazo.
Por supuesto, la conversi¨®n de la pol¨ªtica en marketing permanente facilita los ¨¦xitos en circunstancias favorables. Pensemos en lo que hubiese ocurrido si en este a?o se mantuvieran los flujos de inversiones procedentes del exterior del pasado inmediato y la econom¨ªa europea conservara la tendencia alcista. Los festivales del 92 ser¨ªan presentados entonces como la necesaria culminaci¨®n de un ¨¦xito hist¨®rico. Sin embargo, la sensaci¨®n de crisis ser¨ªa hoy menor reconociendo, en su d¨ªa, en la segunda mitad de los ochenta, los beneficios que resultaban de la condici¨®n de furg¨®n de cola en el crecimiento europeo, y los riesgos que implicaba la fragilidad de ese mismo crecimiento. Pero era sin duda m¨¢s rentable atribuirse la totalidad del ¨¦xito. En un terreno muy diferente, cabe aplicar patrones parecidos al tratamiento de un tema como la Corona. Desde la Baja Edad Media se consolid¨® la diferenciaci¨®n entre las dos personas del Rey, la estrictamente humana y la institucional. En sentido contrario, desde el mundo de los mass media ha tenido lugar una asociaci¨®n, en apariencia positiva, entre la popularidad de la instituci¨®n mon¨¢rquica -singularmente en pa¨ªses como Inglaterra-, y el acercamiento a la sociedad de las personas reales. Lo que ocurre es que ese ba?o de masas tiene sus peligros en cuanto surge la menor conducta desviada, como el propio caso ingl¨¦s acaba de probar, y entonces no vale cargar las culpas sobre el mensajero de siempre. Si en el informativo nuestro de cada d¨ªa el espectador / ciudadano se ve obligado a re¨ªr las gracias y admirar los talentos de la familia real, no ha de extra?ar que luego pretenda conocer el otro lado de la moneda. M¨¢s vale, pues, guardar siempre las distancias.
Lo fundamental es, en todo caso, que la venta de imagen sea sustituida por la explicaci¨®n y el convencimiento. La estampa del presidente Mitterrand en la Sorbona, en pol¨¦mica abierta sobre Maastricht, podr¨ªa en este sentido ser ejemplar para unos pol¨ªticos como los nuestros -de Gonz¨¢lez a Anguita, de Aznar a Pujol- propicios ¨²nicamente a la exhibici¨®n preparada y en campo propio. Hay que conocer las responsabilidades en los desastres de c¨¢lculo presupuestario del ¨²ltimo a?o, y analizar la racionalidad -o irracionalidad- de las decisiones de gasto asumidas en torno a la conmemoraci¨®n del 92. Dar a conocer, si es que el equipo de Gobierno tiene alguna idea de ello, qu¨¦ costes supondr¨¢ la adecuaci¨®n a Maastricht y las razones por las que se ha elegido un nivel de d¨¦ficit p¨²blico que maximiza el sacrificio. Gonz¨¢lez y Solchaga deben darse cuenta de que su marchamo de infalibles ya no existe y que resulta casi indecente, y aun peligroso para todos, seguir reivindic¨¢ndolo. La pol¨ªtica europea ofrece hoy demasiados ejemplos de lo costoso que resulta el intento de muchos gobernantes por subordinar la resoluci¨®n de los problemas, y la confrontaci¨®n con la sociedad que ello supone, al fin exclusivo de la perpetuaci¨®n en el poder mediante sucesivas victorias electorales.
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