Una jornada sin importancia
?Qui¨¦n se acordar¨¢ de Maastricht en el 2002? La nueva sociedad de Chaban-Delmas, la autogesti¨®n de Rocard, el socialismo en libertad de Mitterrand, el nuevo orden mundial de Bush, el horizonte 92 de Delors: ?qu¨¦ Perec de la esperanza colectiva entonar¨¢ el yo me acuerdo por los nacidos muertos de nuestra generaci¨®n? La revoluci¨®n mundial se ha retirado de los muestrarios, cada vez se va m¨¢s de escaparates, y qu¨¦ m¨¢s da si esta ciudadan¨ªa europea que depend¨ªa de una moneda improbable no tiene reservas, como las quimeras precedentes: los monumentales espejismos de la ¨¦poca se amontonan unos sobre otros sin dejar vestigios.Amigos del s¨ª, no hab¨¦is salvado el futuro de Europa; amigos del no, no lo hubierais hecho fracasar con un 1% m¨¢s. La insociable sociedad de las naciones no se cambia con un refer¨¦ndum. Si la historia se hiciera los domingos, a trav¨¦s de los tratados de los diplom¨¢ticos y los acuerdos entre banqueros, eso se sabr¨ªa, con el tiempo. Las posesiones, las largas memorias de los continentes, los intereses de los pueblos y los sue?os que comparten -o no-, en resumen, el trabajo corriente del tiempo opera los d¨ªas laborables. Europa se har¨¢ de manera corriente, como ha hecho siempre, a su ritmo, a espaldas de los pedantes y los pol¨ªticos, con la dosis habitual de sudor y de astucia. Con Ariane, Arte, Airbus, el CERN y las autopistas. No la pir¨¢mide: la red. Estas geometr¨ªas variables son las mejores.
No obstante, permitan a un mal educado, a uno de esos populistas retrasados y mal informados que han acabado votando no, sugerir que el reparto en el ¨²ltimo psicodrama tal vez no fuera el m¨¢s acertado. La Francia de los ricos que, con su aparato econ¨®mico, de medios de comunicaci¨®n y de apoyo, con sus ejecutivos y sus yuppies, sus ancianos y sus bastiones conservadores del Oeste y del Este, dio ventaja al s¨ª (y de paso fagocit¨® a la izquierda oficial) estar¨ªa, ella s¨ª, preparada para el futuro. La Francia de los pobres y los frioleros seguir¨¢ estando, por un tiempo, atrapada en el pasado, en lo caduco, en el hurg¨®n. ?Y si el reloj del s¨ª se hubiera quedado en la hora del XIX? ?Y si hubi¨¦ramos cambiado todos de huso horario? La construcci¨®n de Europa desde arriba, ese viejo sue?o de la cristiandad modernista (como todo el mundo sabe, la bandera europea -12 estrellas en forma de corona -sobre un fondo azul- es la de la Virgen Mar¨ªa), ?no es acaso el ¨²ltimo coletazo, precisamente, del modernismo de anta?o? Quiero decir: de ese evolucionismo de escuela primaria, de ese tiempo lineal ut¨®pico que concibe el progreso como una sucesi¨®n de logros continuos y crecientes, un ferrocarril que va de lo local a lo federal, del conflicto a la armon¨ªa, de lo supersticioso a lo racional. Con estaciones intermedias para poder recuperar el aliento antes de retomar la marcha, como ese Maastricht que no ser¨ªa, seg¨²n nos dicen, m¨¢s que una etapa hacia la radiante uni¨®n de pasado ma?ana. La historia de las ciencias y de las sociedades, al contrario que nuestras mitolog¨ªas redentoras, nos ha ense?ado que el tiempo se bifurca, fluct¨²a, se renueva A este respecto, los japoneses ya est¨¢n en el siglo XXI. Desconocen la vieja f¨¢bula de los antiguos y de los modernos. La alternativa de los inocentes: lo cerrado contra lo abierto. Ellos, cuanto m¨¢s se modernizan, m¨¢s se arca¨ªzan. Y es porque cultivan su originalidad, su singularidad hist¨®rica, por lo que ab sorben tan bien todas las aportaciones del exterior. En la Expo de Sevilla, el pa¨ªs m¨¢s tecnol¨®gico del mundo ha querido estar representado por un templo sino¨ª de madera, sin tonter¨ªas de v¨ªdeo. Oriente le lleva un siglo de ventaja a Occidente porque va ya por la madera de pino, y nosotros estamos todav¨ªa en el fibrocemento. ?Qu¨¦ puede haber m¨¢s rid¨ªculo que la ant¨ªtesis ret¨®rica del nacionalismo y el cosmopolitismo?
Son las tribus globales, extraordinariamente ind¨ªgenas y presentes en redes en el universo, las que siempre han hecho avanzar la civilizaci¨®n: ¨¢rabes de la Edad Media, jud¨ªos del Renacimiento y de la Ilustraci¨®n, brit¨¢nicos de la revoluci¨®n industrial. La naci¨®n cosmopolita es el tercio excluido, pero decisivo, de nuestro teatro de sombras ideol¨®gicas.
?Habr¨¢n optado los yuppies por hacerse a la mar, y los labriegos por el huertecillo? Objeci¨®n, my lord. No todos los pa¨ªses tienen la suerte de ser una isla y de estar, por consiguiente, m¨¢s abiertos a lo universal, pero Francia era tambi¨¦n un istmo norte-sur y no s¨®lo una pen¨ªnsula del Santo Imperio. Abandonar Hait¨ª a los norteamericanos, L¨ªbano a Siria, Indochina a Jap¨®n, el Pac¨ªfico a los presbiterianos y el oc¨¦ano ¨ªndico a s¨ª mismo (cuando Yibuti est¨¢ a las puertas del hambre et¨ªope), y decir s¨ª masivamente a Maastricht, eso s¨ª que huele a Francia profunda, el regreso a la tierra y a los antiguos parapetos. Esta Europa provinciana, con su derecho de voto reservado a la raza blanca, su ego¨ªsmo de rico, su petainismo sociol¨®gico y su atlantismo estatutario (cap¨ªtulo V, art¨ªculo J4), ol¨ªa decididamente a cerrado. El olor de los s¨®tanos con lingotes y las sacrist¨ªas alsacianas. ?Uf!
El que se hubiera dormido con Jean Monnet habr¨ªa podido despertarse con Charles Maurras. Extra?a innovaci¨®n esta Europa de las regiones y de los europolios, de los terru?os folcl¨®ricos y de los pr¨®ceres todopoderosos, duques de Aqu¨ªtania y condes de Breta?a, sus comunidades religiosas, sus guetos y sus mafias, entidades posnacionales donde las haya, con sus templarios del Banco Central como piedra angular. Las ciudades-Estado se hacen muy bien la guerra. Si se considera pasado de moda el gorro frigio, se puede, a pesar de uno mismo, volver a actualizar las grandes compa?¨ªas y los inquisidores. ?Qu¨¦ explorador no hubiera suscrito un programa tan bonito: "Un conjunto de naciones que deciden asociarse libremente para vencer al nacionalismo"? Pero ?qu¨¦ historiador informado (de los efectos perversos que suelen tener los buenos sentimientos) pod¨ªa no temer que un seudoconjunto de contables y de jueces liberara la reacci¨®n de una mir¨ªada de peque?os nacionalismos llenos de odio? En el territorio sovi¨¦tico hay m¨¢s fronteras despu¨¦s de la URSS que antes. ?Qu¨¦ mosaico de agrias sandeces tendr¨ªa reservado para Occidente la UEML, la Uni¨®n de los Estados Monetaristas y Liberales, despu¨¦s de su desmembramiento? ?Europa contra las tribus o acabar desencaden¨¢ndolas? Ya se ha visto.
En efecto, se ensombrecen demasiado nuestros a?os treinta, borrando todo lo que tuvieron de rosa, de generosos y de jur¨ªdicos. Hitler nos oculta a Briand. Berl¨ªn y Roma, Locarno y Ginebra. Pero estos ¨¢ngeles dieron lugar a esas bestias. ?Qui¨¦n se acuerda de la SDN, y del tratado firmado en 1928 por Briand y Kellog que ilegalizaba la guerra y anunciaba una gran Europa de paz y de prosperidad? Ah, esas comisiones, mediaciones, fuerzas de paz, de polic¨ªa, de interposici¨®n, y las que omito, esas cartas, esas uniones y esos tratados futuristas, que no eran sino surrealistas, en el sentido asesino de esa palabra...
No es la idea de naci¨®n, y menos a¨²n la de soberan¨ªa, la que ha ensangrentado el siglo transcurrido; es la de imperio. Y ninguna forma pol¨ªtica futura podr¨¢ aplazar los juegos eternos de la hegemon¨ªa de unos y el declive de otros, la ley del m¨¢s fuerte y del hecho consumado, ni la ley de resistencia del d¨¦bil al fuerte. Si el optimismo consiste en huir de la realidad a la quimera, en historia, el optimismo es inmortal y est¨¦ril. Los pesimistas activos de Europa en la vida cotidiana parecen m¨¢s productivos y menos peligrosos.
S¨ª, ri¨¢monos, amigos m¨ªos, porque de buena nos hemos librado.
escritor y ensayista franc¨¦s, fue asesor del presidente Mitterrand.
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