Nuestro hombre en La Martinica
Este verano, al azar, conect¨¦ con la TV-5 francesa. Emit¨ªan en ese momento un programa sobre una isla del Caribe: Santa Luc¨ªa. A las im¨¢genes de una playa visitada por dos reporteros sucedi¨® la de un hombre alto, sonriente y en ba?ador que sal¨ªa de las aguas. Su rostro me result¨® familiar, e, inmediatamente, una broma entre risas: venimos a comunicarle la concesi¨®n del Premio Nobel. Era Derek Walcott, y la broma es hoy, dos meses m¨¢s tarde, la noticia del d¨ªa. Yo llevaba varios meses traduciendo una antolog¨ªa de sus poemas para la editorial La Veleta, de Granada, y el dibujo del rostro de aquel nadador figuraba en alguna de las ediciones de Faber & Faber que descansaban sobre mi mesa de trabajo.Sin embargo, est¨¦ poeta no traducido apenas a ninguna de nuestras lenguas -s¨®lo la revista malague?a Litoral public¨® hace poco cuatro de sus poemas en una antolog¨ªa de poes¨ªa norteamericana contempor¨¢nea y una de mis traducciones figura en el cat¨¢logo homenaje al pintor Dis Berl¨ªn (1991)- es, junto con Joseph Brodsky, el poeta m¨¢s importante de esta segunda mitad del siglo XX. Y forma, con el rusoamericano Brodsky y el mexicano Octavio Paz, el triunvirato arist¨®crata de la poes¨ªa actual. De entre los tres, ¨¦l es quien mejor simboliza a trav¨¦s de su voz po¨¦tica la historia de toda la cultura occidental vista con una mirada nueva que la enriquece: la de un negro que no se inclina s¨®lo por la negritud, sino por el mestizaje como m¨¦todo de apropiaci¨®n del viejo mundo de las colomas. Es decir, de la Europa trasplantada a lo que se llamaron las Indias occidentales. Y cuando digo Europa no me refiero s¨®lo a la esclavista de los siglos XVIII y XIX, sino a la que arranca en Grecia por un lado y en la Biblia por otro hasta llegar al d¨ªa de hoy, con la vista fija en el mar: el de Homero, por supuesto, que es el ¨²nico mar que poseen los hombres.
Walcott es la mirada inteligente, profunda y culta, una mirada emparentada con la de Ulises a su, regreso, que habita en la poes¨ªa como "esencia de la cultura del mundo", seg¨²n Brodsky, sin renegar de su condici¨®n caribe?a y su ancestro africano. Porque los vasos comunicantes entre m¨²ltiples culturas son precisamente el secreto donde reside la fuerza de Walcott. Como lo es tambi¨¦n su visi¨®n de la vida como un solo plano donde se funden todas las fechas, todos los mitos, todos los estilos y todo lo que de esplendoroso y tr¨¢gico ha dado el hombre hasta crear una prodigiosa, por infinita,. metaf¨ªsica personal: la de Derek Walcott.
Si los premios de la Academia sueca han pecado a veces de oportunismo sin cuento y estrategias coyunturales, esta vez se ha saldado cualquier error. Ante un Occidente en plena galerna y una implacable ceguera hacia todo lo que no nos concierne, la voz premiada -y por tanto difundida- de Derek Walcott no es sino uno de los m¨¢s altos s¨ªmbolos de la riqueza del hombre: el de la fusi¨®n en s¨ª mismo de todos los hombres: vivos, muertos y los a¨²n por venir.
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