La conquista, 500 a?os desp¨²es
La conquista espa?ola de Am¨¦rica comenz¨® hace exactamente 500 a?os; pero todav¨ªa no nos hemos puesto de acuerdo sobre lo que realmente fue. De hecho, la conmemoraci¨®n de este V Centenario no ha hecho sino reavivar el debate intelectual sobre el sentido y los frutos de la conquista, debate que no se hab¨ªa cerrado y que tal vez no se cierre nunca. La conquista es, pues, uno de los temas m¨¢s pol¨¦micos de la era moderna y con frecuencia ha sido un motivo para que los hispanoamericanos ventilemos quejas y demandas pendientes frente a Espa?a: es una herida abierta de la cual sigue manando sangre.La posici¨®n que uno tome frente a la conquista implica una definici¨®n, intelectual de hondas consecuencias: hispanistas o americanistas se han acusado mutuamente de incomprensi¨®n o falta de sentido hist¨®rico, cuando no de culposas cegueras e indolencias. El tema desata pasiones y posturas irreconciliables que reflejan actitudes emocionales y prejuicios fuertemente arraigados que se resisten a desaparecer. A prop¨®sito de este asunto, siempre recuerdo esa an¨¦cdota que se le atribuye a un rector de la Universidad de San Antonio Abad, del Cuzco, eminente indigenista adem¨¢s, a quien, hace muchos anos, un embajador de la Espa?a de Franco le pregunt¨® poco diplom¨¢ticamente: "?Es verdad, doctor, que los indios eran tan b¨¢rbaros que cre¨ªan que los conquistadores y sus caballos eran seres de una pieza, con rasgos humanos y animales?", el rector le contest¨®: "Es verdad, embajador, y lo seguimos creyendo". La conquista nos divide y nos deja con un mal sabor en la boca: unos quisieran que nunca hubiese ocurrido, otros que hubiese ocurrido de otro modo, aunque no faltan quienes piensan que es lo mejor que pudo haber ocurrido tanto para Am¨¦rica como para Espa?a.
Quiz¨¢ sea iluso o injusto esperar que el tema no produzca tantos agudos desacuerdos: la conquista es un fen¨®meno de extraordinaria complejidad, que lo hace dif¨ªcil de abarcar y que complica el juicio moral que merece, pues los argumentos a favor o en contra son numerosos y a veces reversibles. Pero esto no nos excusa de la obligaci¨®n de intentar una visi¨®n equilibrada y l¨²cida, que sortee los habituales peligros de la simplificaci¨®n, el revanchismo y la demagogia. El debate sobre la conquista no debe repetir los errores de la empresa misma, que fueron los de la incomprensi¨®n y la intolerancia, sino m¨¢s bien contribuir al esclarecimiento de los hechos, para sacar de ellos conclusiones que iluminen nuestro pasado y tambi¨¦n nuestro presente.
La conquista es uno de los mayores acontecimientos de los tiempos modernos; en verdad, se?ala el indicio de esa era: somos su consecuencia. Es una manifestaci¨®n del enorme poder del imperio espa?ol que, como todos los imperios en un momento de su proceso hist¨®rico, busca inevitablemente la expansi¨®n territorial. El problema es que esa conquista no consisti¨® simplemente en el dominio de un espacio f¨ªsico o un ¨¢mbito natural: la Am¨¦rica precolombina era tambi¨¦n una realidad cultural, con hombres organizados en sociedades modeladas por siglos de tradici¨®n, con creencias religiosas, un arte refinado, sorprendentes conocimientos cient¨ªficos y un alto sentido comunitario. Es decir, Am¨¦rica no era un lugar vac¨ªo, donde la cultura europea pod¨ªa implantarse como un nuevo comienzo ab ovo. La conquista de Am¨¦rica abri¨® para los espa?oles las puertas de una incre¨ªble grandeza y poder, pero supon¨ªa la previa destrucci¨®n del mundo aborigen. As¨ª, los tiempos de promisi¨®n de unos fueron el apocalipsis de los otros, un cataclismo de gigantescas proporciones. (El predominio espa?ol sobre las culturas abor¨ªgenes fue facilitado por el distinto nivel de desarrollo en que se encontraban respecto de la civilizaci¨®n europea, sobre todo en el aspecto de t¨¦cnicas b¨¦licas y preindustriales. Se sabe, por ejemplo, que los ind¨ªgenas peleaban en noches de luna llena, pues cre¨ªan que la luz de. esa divinidad los proteg¨ªa, aunque los delataba ante sus enemigos).
Hubo, sin duda, destrucci¨®n masiva y un colapso general de las formas de vida colectiva en las comunidades abor¨ªgenes. Su proceso hist¨®rico fue detenido bruscamente -brutalmente, en verdad- y se impuso sobre ¨¦l un molde que le era totalmente ajeno, su contradicci¨®n misma, pues se basaba en la fe cristiana, el pensamiento escol¨¢stico, el individualismo y la econom¨ªa mercantilista. La" campana de evangelizaci¨®n y la extirpaci¨®n de las idolatr¨ªas, impulsada por el mismo esp¨ªritu militante de las Cruzadas y la Reconquista, fue implacable y despiadada. (Enorme contradicci¨®n: en nombre de los preceptos cristianos, la tolerancia y la bondad humanas fueron ignoradas, pues el enemigo ind¨ªgena y sus ritos fueron vistos como criaturas del demonio). No menos crueles fueron los reg¨ªmenes de la mita y la encomienda, que causaron el exterminio e indecibles penurias de millones de abor¨ªgenes.
Pero sobre estos hechos hay que hacer dos observaciones. La primera es que la barbarie de la conquista espa?ola es la de toda conquista: el t¨¦rmino mismo conlleva las ideas de violencia, imposici¨®n y uso de la fuerza. La empresa espa?ola no escap¨® a esa ley de hierro. Recu¨¦rdese adem¨¢s que tales eran los usos normales en una ¨¦poca en la que imperaba el absolutismo y el derecho de conquista era incontestable: no repugnaban la sensibilidad de los hombres de ese tiempo. En el juicio general que nos merezca el estado de la civilizaci¨®n europea del momento y de su pol¨ªtica colonialista, Espa?a debe ser incluida, pero no como un caso aislado de conducta reprobable en medio de otras m¨¢s ejemplares. No lo fueron tampoco las propias culturas ind¨ªgenas: eran tambi¨¦n b¨¢rbaras y feroces, no s¨®lo frente a otras razas o pueblos, sino frente a su propia poblaci¨®n; el mismo Ernesto Cardenal, tan identificado con el mundo ind¨ªgena, hace bien en recordarnos el totalitarismo incaico:
El Inca era dios / era Stalin / (Ninguna oposici¨®n tolerada) / Los cantores s¨®lo cantaron la historia oficial / Amaru Tupac fue borrado de la lista de reyes.
La segunda es mucho m¨¢s importante y constituye una notable excepci¨®n: la conquista espa?ola se autocuestion¨® mientras s¨¦ realizaba y algunos de sus m¨¢s ac¨¦rrimos enemigos fueron espa?oles asociados a la empresa como juristas, autoridades o cl¨¦rigos. El caso de Bartolom¨¦ de las Casas es de sobra conocido, pero no el ¨²nico: hubo un intenso debate sobre el derecho moral de Espa?a a arrebatar tierras ajenas, destruir civilizaciones, esclavizar indios, etc¨¦tera. La conciencia intelectual de la metr¨®poli fue agitada por estas cuestiones: la conquista no fue hecha sin que, en la propia pen¨ªnsula, se hiciesen escuchar vigorosas voces de protesta y condena. Por cierto, estas voces no alcanzaron a modificar el curso general de las cosas, pero s¨ª a mitigarlo y a crear instituciones (como las Leyes de Indias), que proteg¨ªan al indio del poder omn¨ªmodo de la autoridad colonial; de no haber existido, la devastaci¨®n habr¨ªa sido total.
Hay que reconocer, adem¨¢s, el hecho de que la sociedad resultante de la conquista fue una fusi¨®n de ambas culturas, no una exclusi¨®n de la raza dominada: una sociedad mestiza, distinta de los pueblos que la originaron aunque sus rasgos b¨¢sicos delaten esas, ra¨ªces. No creo que ¨¦sa haya sido la voluntad original de los primeros conquistadores, pero la realidad misma del proceso impuso ciertos patrones sociales que crearon h¨¢bitos y que fueron razonablemente aceptados. Am¨¦rica es un mundo multirracial y multicultural (gracias al posterior aporte africano y asi¨¢tico), cuyas bases fundamentales fueron echadas en el contacto estrecho que se estableci¨® entre conquistador y conquistado en el trabajo y en el ¨¢mbito dom¨¦stico, en la ciudad y en el campo. En ese mestizaje me reconozco yo, no en el idealizado mundo ind¨ªgena ni menos en la vilipendiada metr¨®poli. Las hip¨®tesis nost¨¢lgicas de "lo que habr¨ªa sido de Am¨¦rica sin la conquista espa?ola" son un ejercicio de imaginaci¨®n interesante pero tal vez in¨²til: la conquista ocurri¨® y hay que partir de ese hecho, sopesando lo que cambi¨® y lo que dej¨®. Lo que dej¨® es una sociedad que, con variantes propias, es una nueva versi¨®n de la cultura occidental, heredera de un vasto legado espiritual e intelectual, y sobre todo, una lengua en la que los hispanoamericanos podemos comunicarnos entre nosotros y tambi¨¦n a trav¨¦s del Atl¨¢ntico. Esa lengua es un poderoso instrumento de expresi¨®n, la llave de nuestra vocaci¨®n universal y la promesa de que, entendi¨¦ndonos, jam¨¢s volveremos a cometer el error del primer descubridor espa?ol que, al ver ante s¨ª un ser desnudo, incapaz de leer e ignorante de Dios, crey¨® que era un monstruo. Es decir, una aberraci¨®n de la naturaleza, un enemigo, un bot¨ªn de guerra, en vez de considerarlo como lo que era: su semejante.
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