La muerte del Che
Nada ilustra mejor el extraordinario cambio de la cultura pol¨ªtica de nuestro tiempo que la manera casi furtiva con que ha transcurrido el aniversario de la muerte de Ernesto Guevara, asesinado hace 25 a?os -el 9 de octubre de 1967- por un sargento obediente y asustadizo, en una aldea perdida del oriente boliviano.El legendario comandante de largos cabellos y boina azul, con la metralleta al hombro y el habano humeando entre los dedos, cuya imagen dio la vuelta al mundo y fue durante los sesenta s¨ªmbolo de la rebeld¨ªa estudiantil, inspirador de un nuevo radicalismo y modelo para las aspiraciones revolucionarias de los j¨®venes de cinco continentes, es ahora una figura semiolvidada que a nadie inspira ni interesa, cuyas ideas se han petrificado en libros sin lectores y al que la historia contempor¨¢nea desdibuj¨® hasta confundirlo con esas momias hist¨®ricas de tercera o de cuarta arrumbadas en un lugar oscuro del pante¨®n.
Ocurre que en estos cinco lustros los acontecimientos sociales y pol¨ªticos han desmentido con rudeza todo lo que el Che predic¨®, y empujado a la humanidad por un rumbo exactamente opuesto al que ¨¦l quer¨ªa. Del socialismo s¨®lo la versi¨®n aburguesada y democr¨¢tica sobrevive; la otra, la que ¨¦l defendi¨®, ha sido borrada del planeta por acci¨®n de las masas que la padec¨ªan, como en Rusia y Europa central, o ha degenerado y mutado en un extra?o h¨ªbrido, como en China Popular, donde el partido comunista acaba de aprobar, triunfalmente, en su ¨²ltimo congreso, la marcha indetenible del pa¨ªs hacia el mercado y el capitalismo bajo la direcci¨®n esclarecida -?y unica!- del marxismo-leninismo-mao¨ªsmo. En Am¨¦rica Latina, en ?frica, los escasos focos revolucionarios se extinguen y los supervivientes negocian la paz y se convierten en partidos pol¨ªticos dispuestos -por lo menos de boca para afuera- a convivir con los adversarios dentro de sistemas multipartidarios. Es verdad que la democracia liberal no se ha extendido por todo el mundo, pero parece dif¨ªcil negar que sea, hoy en d¨ªa, el sistema pol¨ªtico m¨¢s expansivo y pujante, el que gana m¨¢s adeptos en todos los continentes, aun cuando entre los reci¨¦n convertidos a la filosofia de la libertad abunden las versiones defectuosas y las caricaturas. Pero quien rivaliza con la democracia como alternativa ya no es el socialismo, por el que el Che fue a combatir a Bolivia con un pu?ado de compa?eros cubanos, sino los reg¨ªmenes fundamentalistas musulmanes y los rebrotes y for¨²nculos fascistas en las viejas o nuevas sociedades abiertas.
La figura del guerrillero ha perdido su aureola valerosa y rom¨¢ntica de anta?o. Ahora, detr¨¢s de las barbas y las melenas al viento de aquel prototipo que hace 20 a?os parec¨ªa un generoso idealista, se vislumbra la fan¨¢tica y cobarde silueta del terrorista que, emboscado en las sombras, vuela coches y asesina inocentes. Encender "dos, tres Vietnam" pareci¨® a muchos, entonces, una consigna apasionada para movilizar a toda la humanidad doliente contra la explotaci¨®n y la injusticia; ahora, un aut¨¦ntico defino psic¨®pata y apocal¨ªptico del que s¨®lo podr¨ªa resultar m¨¢s hambre y violencia de la que ya sufren los pobres del mundo.
Su teor¨ªa, del "foco", esa punta de lanza m¨®vil y heroica cuyos golpes ir¨ªan creando las condiciones para la revoluci¨®n, no funcion¨® en ninguna parte y sirvi¨®, s¨ª, en Am¨¦rica Latina, para que millares de j¨®venes que la adoptaron y pretendieron materializarla se sacrificaran tr¨¢gicamente y abrieran la puerta de sus pa¨ªses a despiadadas tiran¨ªas militares. Su ejemplo y sus ideas contribuyeron m¨¢s que nada a desprestigiar la cultura democr¨¢tica y a arraigar en universidades, sindicatos y partidos pol¨ªticos del Tercer Mundo el desprecio de las elecciones, del pluralismo, de las libertades formales, de la tolerancia, de los derechos humanos, como incompatibles con la aut¨¦ntica justicia social. Ello retras¨® por -lo menos dos decenios la -modernizaci¨®n pol¨ªtica de los pa¨ªses latinoamericanos.
La revoluci¨®n cubana que el Che Guevara ayud¨® a forjar, luego de una gesta de la que fue el segundo gran protagonista, ofrece ahora un aspecto pat¨¦tico, de peque?o enclave opresivo y retr¨®grado, cerrado a piedra y lodo a toda forma de cambio, donde la brutal ca¨ªda de los niveles de vida de la poblaci¨®n parece ir- en relaci¨®n directamente proporcional con el aumento de las purgas internas y la represi¨®n contra el menor s¨ªntoma ya no de disidencia, sino de mera inquietud del ciudadano com¨²n cara al futuro. La sociedad que en su tiempo pareci¨® a muchos faro y espejo de una futura humanidad emancipada del ego¨ªsmo, el lucro, la discriminaci¨®n, la explotaci¨®n, se ha convertido en un anacronismo hist¨®rico al que a corto o medio plazo espera un desplome dram¨¢tico.
Por todo ello, y mucho m¨¢s, el balance pol¨ªtico y moral de lo que Ernesto Guevara represent¨® -y de la mitolog¨ªa que su gesta y sus ideas generaron- es tremendamente negativo y no debe sorprendernos la declinaci¨®n acelerada de su figura. Ahora bien, dicho todo esto, hay en su personalidad y en su silueta hist¨®rica, como en las de Trotski, algo que siempre resulta atractivo y respetable, no importa cu¨¢n hostil sea el juicio que nos merezca la obra. ?Se debe ello a que fue derrotado, a que muri¨® en su ley, a la rectil¨ªnea coherencia de su conducta pol¨ªtica? Sin duda. Porque en todos los campos del quehacer humano es dif¨ªcil encontrar personas que digan lo que creen y hagan lo que dicen, pero ello es, sobre todo, excepcionalmente raro en la vida pol¨ªtica, donde la duplicidad y el cinismo son moneda corriente, indispensables instrumentos del ¨¦xito y, a veces, de la mera supervivencia de los actores.
Pero, adem¨¢s, hubo en su caso un desprendimiento e incluso desprecio hacia el poder -cuando disfrutaba de ¨¦l- que es todav¨ªa m¨¢s infrecuente en dirigentes pol¨ªticos de cualquier filiaci¨®n. Se ha especulado mucho sobre las diferencias que el Che tuvo con Fidel sobre los est¨ªmulos morales a los trabajadores que ¨¦l privilegiaba, en contra de los materiales que la revoluci¨®n adopt¨® en los a?os inmediatamente anteriores a su salida de Cuba, as¨ª como sus cr¨ªticas p¨²blicas a la Uni¨®n Sovi¨¦tica durante su gira por el Africa que pusieron en una situaci¨®n delicada al Gobierno cubano con un pa¨ªs que hab¨ªa comenzado ya a subsidiarlo con un mill¨®n de d¨®lares diarios (1964). Pero aun si todo este contencioso precipit¨® la partida del Che, es obvio que la forma que ¨¦sta adopt¨® s¨®lo es concebible a partir de un compromiso muy firme con las tesis guerrilleras que hab¨ªa defendido. El ingenuo voluntarismo agazapado detr¨¢s de ellas se hizo trizas cuando, en el oriente boliviano, los campesinos ayudaron al Ej¨¦rcito a aniquilar a la guerrilla de internacionalistas que ven¨ªa a salvarlos. Pero ello no resta audacia y consecuencia al gesto.
A pesar de haber estado un par de veces en Cuba cuando a¨²n ¨¦l ocupaba all¨ª cargos directivos -ministro de Industria, director del Banco Nacional-, nunca vi ni o¨ª hablar al Che Guevara. Pero el a?o 1964 tuve una prueba inequ¨ªvoca de los- pocos privilegios que apor
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La muerte del Che
Viene de la p¨¢gina anteriortaba el poder al hombre n¨²mero dos de la revoluci¨®n cubana. Yo viv¨ªa entonces en Par¨ªs, en un apartamento muy modesto, de dos estrechos cuartos (que Carlos Barral, a quien alguna vez aloj¨¦ all¨ª, degradaba a¨²n m¨¢s con el calificativo de la pissoti¨¦re), en la Rue de Tournon. Y all¨ª me lleg¨® un d¨ªa un mensaje desde La Habana, de Hilda Gadea, la primera mujer del Che, pidi¨¦ndome que diera hospitalidad en mi casa a una amiga suya que regresaba de Cuba a la Argentina y, debido al bloqueo, estaba obligada a hacerlo por Europa. La se?ora en cuesti¨®n., que no ten¨ªa dinero para pagarse un hotel, result¨® ser Celia de la Serna, la madre del Che. Estuvo unas semanas en mi casa, antes de regresar a Buenos Aires (mejor dicho, a la c¨¢rcel y a morir, poco despu¨¦s). Siempre me ha quedado en la memoria el recuerdo de aquel episodio: la progenitora del todopoderoso comandante Guevara, segundo hombre de una revoluci¨®n que dilapidaba ya entonces mucho dinero financiando partidos, grupos y grup¨²sculos revolucionarios de medio mundo, no ten¨ªa con qu¨¦ costearse un hotel y deb¨ªa recurrir a la solidaridad de un pol¨ªgrafo medio insolvente.
Es bueno que el iluminismo revolucionario y el ejemplo nihilista y dogm¨¢tico del Che Guevara se hayan desprestigiado y que ya no movilice a los j¨®venes de este tiempo la convicci¨®n que a ¨¦l lo anim¨®, seg¨²n la cual la justicia y el progreso no dependen de los votos y las leyes aprobadas por instituciones representativas, sino de la eficacia b¨¦lica de una esclarecida y heroica vanguardia. Pero no lo es que el desencanto con el mesianismo y el dogma colectivista haya tra¨ªdo consigo, tambi¨¦n, la desaparici¨®n del idealismo y aun del mero inter¨¦s y la curiosidad por la pol¨ªtica de las nuevas generaciones, sobre todo en esas sociedades que dan ahora sus primeros pasos en la experiencia de la libertad. Pues no hay nada que deteriore y corrompa tanto a un sistema pol¨ªtico como la falta de participaci¨®n popular, el que la responsabilidad de los asuntos p¨²blicos quede confinada -por abandono del resto- en una minor¨ªa de profesionales. Si eso ocurre -y est¨¢ ocurriendo ya, sorprendentemente, en pa¨ªses donde la lucha contra la dictadura de un partido fue tan larga y heroica-, de la democracia queda s¨®lo el nombre, un cascar¨®n vac¨ªo, pues en aquella sociedad, como en una dictadura, todos los asuntos principales se urden y ejecutan al arbitrio de una c¨²pula, a espaldas de las mayor¨ªas.
S¨®lo cuando ha desaparecido o se lo a?ora como un hermoso ideal ha sido capaz el sistema democr¨¢tico de inspirar el tipo de entrega y sacrificio extremos que no son infrecuentes en las filas de quienes, como el Che, combaten por un dogma mesi¨¢nico. Cuando el ideal democr¨¢tico se hace realidad, y se vuelve rutina y problema, dificultad y frustraci¨®n, en cambio, cunde la desesperanza, la resignaci¨®n pasiva o indiferencia c¨ªvica del grueso de los ciudadanos. Por eso, parad¨®jicamente, ese sistema de legalidad, racionalidad y libertad que es la democracia, pese a haber ganado ¨²ltimamente tantas batallas, sigue siendo precario y susceptible a mediano y largo plazo de verse enfrentado a nuevos y m¨¢s peligrosos desaf¨ªos.
Copyright Mario Vargas Llosa, 1992.
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas, reservados a Diario EL PA?S, SA, 1992.
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