Tener o no tener
Existen indicios que sugieren un cambio de actitud sobre el aborto entre la opini¨®n p¨²blica. El ejemplo m¨¢s llamativo fue el irland¨¦s, donde una poblaci¨®n mayoritariamente antiabortista se sensibiliz¨® ante el caso de la adolescente violada a la que se prohibi¨® viajar a Londres. Y tambi¨¦n la reciente campana electoral norteamericana ha ofrecido muestras de comprensi¨®n por parte de los l¨ªderes antiabortistas, obligados a reconocer que, llegado el caso, dejar¨ªan en libertad a sus hijas para que asumieran su propia responsabilidad. ?Ser¨ªa mucho esperar que, tambi¨¦n entre nosotros, la discusi¨®n del proyecto de reforma del C¨®digo Penal sirva para producir cambios en la opini¨®n p¨²blica?Puede comenzarse por plantear el dilema moral a partir de los t¨¦rminos de Seti¨¦n, para quien aborto y terrorismo resultan comparables. El obispo yerra por tres razones al menos. Primero, el terrorista mata a un individuo libre e indepediente (no a un inocente, pues matar culpables es tan ilegal como matar inocentes), y la abortista, no (s¨®lo destruye algo que est¨¢ vivo, pero que no es un ser vivo). Segundo, el terrorista destruye o perjudica un bien p¨²blico (la democracia y el ordenamiento jur¨ªdico), mientras que la abortista no. Y, tercero, el terrorista atenta contra la igualdad de oportunidades de elecci¨®n pol¨ªtica (al actuar con competencia desleal, pues sus adversarios no pueden recaudar votos mediante el prestigiQ que se gana matando con impunidad), y la abortista, no. Pero acierta el obispo cuando plantea la cuesti¨®n no como un mero peritaje t¨¦cnico, sino como un dilema moral. Por eso err¨® por entero el ministro de Justicia cuando le respondi¨® alegando el consenso mayoritario como justificaci¨®n. El C¨®digo Penal no puede depender de la opini¨®n p¨²blica porque bien pudiera darse la situaci¨®n opuesta: que una mayor¨ªa de vascos (o de irlandeses fan¨¢ticos) rechazase el aborto y sin embargo aprobase el asesinato pol¨ªtico. El homicidio debe ser ilegal aunque lo acepte la opini¨®n p¨²blica (como sucede con la pena de muerte o con la muerte al extranjero); pero el aborto no es un homicidio. Y si la opini¨®n mayoritaria no puede legalizar lo que objetivamente es ilegal (como matar), tampoco lo puede hacer la pr¨¢ctica generalizada" si fuese este el caso, entonces habr¨ªa que legalizar la corrupci¨®n, el soborno y el fraude fiscal (mayoritariamente practicados, pero necesariamente ilegales). ?Es que el ministro propone que hagamos con el aborto lo mismo, aceptar con pragmatismo que se consienta extraoficialmente lo que contin¨²a legalmente prohibido?
De hecho, parece que ¨¦sta es la soluci¨®n dise?ada por la reforma del C¨®digo Penal para resolver la cuesti¨®n del aborto: la de proponer que siga oficialmente prohibido, pero clandestinamente consentido. Y ya sabemos, desde Merton, que estas ambivalencias morales pueden ser muy funcionales en la pr¨¢ctica, como sostiene la escuela realista del cinismo pol¨ªtico. Pero tambi¨¦n debemos ser conscientes, con Merton, de sus consecuencias indeseadas y de sus inevitables efectos contraproducentes y perversos. Y es que delegar en un comit¨¦ de expertos la responsabilidad de decidir si una embarazada puede abortar o no implica irresponsabilizar a ¨¦sta por entero, convirti¨¦ndola, en consecuencia, en una especie de menor de edad incapaz de autocontrol, y de aqu¨ª a invitar a las mujeres a que se embaracen irresponsablemente, pues ya los expertos se encargar¨¢n de ellas despu¨¦s, medicaliz¨¢ndolas, no hay m¨¢s que un paso, al que muchas se dejar¨¢n empujar.
Un embarazo no es como una apendicitis o una depresi¨®n end¨®gena, que te surgen sin querer y los m¨¦dicos te las quitan sin que t¨² tengas que tomar decisi¨®n alguna; sino que, tanto el embarazarse como el dejar de estarlo, suponen la previa adopci¨®n de una decisi¨®n responsable, personalmente intransferible. Es m¨¢s, habr¨ªa que obligar a las mujeres a que asumieran esa responsabilidad, si es que ellas pretend¨ªan rehuirla y delegarla, o consintiesen que se la expropiaran. Los ni?os no caen del cielo, y tenerlos o no exige una elecci¨®n personal que plantea un dilema moral. Hay que ser bien conscientes de cu¨¢les son las alternativas, asumiendo tanto los costes humanos de tenerlos (soportables si se poseen suficientes recursos materiales y morales) como de no tenerlos (pues abortar, efectivamente, supone un coste real: la p¨¦rdida y destrucci¨®n de una realidad humana potencialmente viable). Por tanto, no da lo mismo tenerlo que no tenerlo. ?Qui¨¦n asume la responsabilidad de tenerlo? ?Y qui¨¦n asume la responsabilidad de no tenerlo, pagando de su propio bolsillo el coste que supone perderlo?
Al igual que todos los actos judiciales deben ser apelables, tambi¨¦n se debe poder recurrir contra el hecho de embarazarse. Pero, ?es leg¨ªtimo adoptar la decisi¨®n de no tener el hijo? Si no es leg¨ªtimo, no hay dilema moral alguno, ni, por tanto, responsabilidad que asumir ni decisi¨®n que tomar. Pero si es leg¨ªtimo, entonces se produce el drama: ?qu¨¦ hacer, tenerlo o no tenerlo? Sostengo que s¨ª es leg¨ªtimo, aun a sabiendas de que hay da?o, perjuicio, p¨¦rdida y destrucci¨®n de virtualidad humana (no s¨®lo la realidad virtual del ni?o potencial sino la realidad virtual de las relaciones potenciales que la madre podr¨ªa llegar a tener con su hijo y a trav¨¦s de su hijo). Y es leg¨ªtimo bajo dos condiciones: que sea en defensa propia (estado de necesidad, leg¨ªtima defensa, o cualquier otra an¨¢loga figura jur¨ªdica) y que haya reparaci¨®n del da?o causado (en forma de compensaci¨®n al padre, prestaci¨®n sustitutoria de servicios, reprensi¨®n privada o cualquier f¨®rmula legal semejante). Ambas condiciones dependen de la comparaci¨®n de dos realidades igualmente virtuales: lo que podr¨ªa ganarse y perderse si el hijo se tiene y lo que podr¨ªa ganarse y perderse si el hijo no se tiene; y cuando esta comparaci¨®n arroja un saldo neto negativo (es decir, cuando es m¨¢s lo que se perder¨ªa que lo que se ganar¨ªa teniendo el hijo), entonces resulta leg¨ªtimo decidir no tenerle (aunque pagando un precio capaz de resarcir la ganancia virtual que se haya sacrificado), en leg¨ªtima defensa de la realidad virtual que se perder¨ªa sin remedio en caso de tenerlo. Pero esa decisi¨®n s¨®lo la madre la puede tomar, ya que s¨®lo ella puede juzgar ese saldo virtual.
?C¨®mo podr¨ªan articularse en la, pr¨¢ctica los procedimientos? La mejor met¨¢fora es la del matrimonio y el divorcio: al igual. que no se puede obligar a nadie a convivir con alguien en contra de su voluntad (como ha puesto de manifiesto la reciente sentencia norteamericana que legitim¨® el que un hijo se divorciase: de su madre), tambi¨¦n se puede aceptar la misma declaraci¨®n de libre voluntad, decidiendo o rechazando tener ese hijo. Se tratar¨ªa de presentarse ante un juez de familia, o un juez de paz, para declararle ante testigos la voluntad de tener ("?s¨ª, quiero!") o no tener ("?no, no quiero!") el hijo. Y, simult¨¢neamente, el juez de paz deber¨ªa actuar de ombudsman del feto, defendiendo sus derechos virtuales y practicando la necesaria mediaci¨®n arbitral respecto a las dem¨¢s partes interesadas potencialmente afectadas (el padre corresponsable del embarazo, y los otros familiares consangu¨ªneos directos). As¨ª, inscribiendo la declaraci¨®n dentro de una gen¨¦rica obligaci¨®n de asumir o rechazar p¨²blicamente el propio embarazo, se evitar¨ªa la negatividad unilateral de expresar el deseo de abortar (algo en s¨ª mismo objetivamente indeseable). Y, de paso, se obligar¨ªa a las mujeres a cargar en exclusiva con todo el peso de la responsabilidad de decidir tener hijos o decidir no tenerlos.
es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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