Actores autores
?xito a cualquier precio(Glengarry Glen Ross)
Direcci¨®n: James Foley. Gui¨®n: David Mamet, sobre su obra teatral. Fotograf¨ªa: Juan Ruiz Anch¨ªa. EE UU, 1992. Int¨¦rpretes: Jack Lemmon, Al Pacino, Ed Harris, Alan Arkin, Alec Baldwin, Kevin Spacey, Jonathan Pryce. Cines Roxy, D¨²plex y Renoir (V.O.).
En el festival de Venecia, Jack Lemmon -que encabeza el reparto de esta pel¨ªcula- gan¨® el premio a la mejor interpretaci¨®n masculina. Indiscutible. Poco despu¨¦s, en Valladolid -y pese a competir con el genial Joe Pesci de El ojo p¨²blico- fue todo el reparto de Glengarry Glen Ross el beneficiado con el premio a la mejor interpretaci¨®n. M¨¢s indiscutible todav¨ªa, pues por debajo de esta (?tiene precedentes?) decisi¨®n de premiar como unidad -una paradoja exacta- a los siete int¨¦rpretes de esta pel¨ªcula, hay entendimiento di¨¢fano de las enrevesadas tripas del cine y sagacidad para distinguir qui¨¦n es qui¨¦n en la jerarqu¨ªa creativa de un filme. Por ello hay tambi¨¦n desvelamiento de una impostura que da?a la identificaci¨®n exacta del verdadero autor: casi siempre colectivo y s¨®lo en casos rar¨ªsimos individual.
Injusta merma
La impostura del autor individual proviene de la ¨¦poca fundacional de la revista francesa Cahiers. de Cinema. Todos cuantos aman el cine han alimentado alguna vez ese amor con sus p¨¢ginas. Cahiers acu?¨®, entre las d¨¦cadas cincuenta y sesenta, la f¨®rmula pol¨ªtica de autores, en la que se convino considerar autor de una filme exclusivamente a su director, que as¨ª vio hipertrofiada la valoraci¨®n de su funci¨®n creadora, a costa de una injusta merma en la valoraci¨®n de las del resto del colectivo creador, empezando por los int¨¦rpretes.
Esta pol¨ªtica de autores fue saludable, pero su lado beneficioso ocult¨® su impostura. Fue inicialmente un concepto pol¨¦mico sano porque combat¨ªa. otras dos imposturas entonces dominantes: el llamado cin¨¦ma de qualit¨¦ franc¨¦s y, al fondo, el star system norteamericano, que era su matriz. Ambas imposturas inclinaban la autor¨ªa del filme hacia la f¨¢brica, con la. ceguera que creaba el resplandor de ne¨®n de una criatura prefabricada por una industria par¨¢sita de un arte: una estafa llamada estrella.
Declives
Por obra del cahierismo, al declive del mito hollywoodiense del autor-estudio sigui¨® el auge del mito europeo del autor-director. A una impostura sigui¨® otra.
Han pasado 30 a?os y comienzan -incluso en Cahiers: l¨¦anse las luminosas p¨¢ginas que dedica a la formidable Sin perd¨®n- a ponerse las cosas en su sitio. Salvo en la aldea Espa?a, que ahora descubre lo que est¨¢ olvid¨¢ndose en el resto del mundo, la identidad de la autor¨ªa de un filme se fija cada vez m¨¢s en plural. En esa pluralidad, la parcela de autor¨ªa que corresponde al actor int¨¦rprete -negaci¨®n del actor estrellaes reconocida como fundamental y, en casos, primordial, suprema.
Por ejemplo, Glengarry Glen Ross, en la que el genio de Lemmon -reconocido en Venecia- se engarza con tal solidez con los genios de Pacino, Harris, Arkin, Baldwin, Spacey y Pryce -reconocidos en Valladolid- que no hay manera de separarlos: unidad creadora con siete rostros. No es posible disfrutar plenamente de la belleza del filme sin tener esto en cuenta.
David Mamet escribi¨® la pel¨ªcula, James Foley la dirigi¨®, Juan Ruiz Anch¨ªa la fotografi¨¦. Tres maravillosas parcelas de autor¨ªa que abren humildemente paso a la mayor cuota creadora de un grupo de int¨¦rpretes con talento arrollador y energ¨ªa moral estremecedora: son, nada menos, capaces de representar y, por tanto, abarcar la inabarcable cat¨¢strofe cotidiana que hoy se vive en ¨¦l interior del declive del optimismo reaganiano en Estados Un?dos. Ni el m¨¢s dotado historiador puede representar con tanta verdad este amargo desgarr¨®n de la historia contempor¨¢nea.
Dijo Anthony Hopkins tras El silencio de los corderos: "Acepto que un director me diga lo que debo hacer y decir, pero no c¨®mo tengo que hacerlo y decirlo". El c¨®mo est¨¢ casi siempre por encima del qu¨¦ en la jerarqu¨ªa formal creadora de un filme. Y nada es bastante a la hora de devolver al int¨¦rprete lo que s¨®lo a ¨¦l pertenece: ese c¨®mo. Es ¨¦ste uno de los pocos signos de optimismo que genera el vac¨ªo que invade al cine de hoy.
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