'Mehr Lichtenberg'
(En el 2501 aniversario del feliz nacimiento del autor alem¨¢n).
Cuentan los que cuentan estas cosas que Goethe dijo como frase final en alem¨¢n (Goethe era alem¨¢n, pero tambi¨¦n era un pedante elefantino y pudo haber dicho lo que dijo en urdu y aun en papiamento), mehr licht. Siempre he cre¨ªdo que Goethe, que muri¨® en un mes de marzo nublado y oscuro, dijo "m¨¢s luz", queriendo pedir que abrieran las ventanas antes de que cayera el tel¨®n. Pero no debi¨® decir mehr licht, sino mehr licht-enberg, pidiendo un encore de esa monta?a de luz (que es lo que significa su nombre), que era Georg Christoph Lichtenberg. Lichtenberg muri¨® 33 a?os antes que Goethe, y no era alto ni hermoso ni apol¨ªneo, sino un enano feo y jiboso y local, en G?ttingen. Pero pudo alegrar, m¨ªnimo con m¨¢ximas, el ¨²ltimo minuto de Goethe y hacer feliz su frase de despedida. Goethe, que era teatral, hab¨ªa dicho de Lichtenberg que en cada broma suya hab¨ªa un dolor oculto. Pero pudo haber dicho que en cada dolor oculto de Lichtenberg (las jibas suelen doler) hab¨ªa una salida a flor de labios. Goethe habr¨ªa aprendido de Lichter¨ªberg a re¨ªrse de la vida y evitar el, suicidio de los dem¨¢s.
Goethe fue el primog¨¦nito de una familia acomodada y el ¨²nico var¨®n sobreviviente. Lichtenberg era el hijo m enor de una camada de 17, que un pastor luterano consigui¨® hacer entre sermones. Siendo ni?o, una criada, la primera en su vida, lo ten¨ªa en sus brazos cuando lo dej¨® caer y le parti¨® la columna vertebral. De resultas creci¨® poco y mal. Como muchos jorobados nocturnos ten¨ªa un sentido del humor que le peri-niti¨® vivir de d¨ªa y celebrar la noche de Londres, ciudad que visit¨® m¨¢s de una vez y. donde se qued¨® a vivir cerca de dos a?os.
Alexander Pope, su contrapartida inglesa (sufri¨® tambi¨¦n de la espina dorsal atravesada y -creci¨® poco: de hecho, era mal hecho), no pod¨ªa quedarse a ver la noche de Londres porque les estaba prohibido a los cat¨®licos, entonces, pasar m¨¢s de un d¨ªa en la ciudad. Pero Pope, como Lichtenberg, enfrent¨® su vida corta y miserable (muri¨® inv¨¢lido) con una risa sana en su boca torcida. Era un poeta c¨®mico que dio a la s¨¢tira en verso -car¨¢cter de alta poes¨ªa, como en El rapto del bucle y especialmente en su Dunciad (que hay que traducir como La asn¨ªada), que lo hacen el m¨¢s grande poeta ingl¨¦s del siglo XVIII. Pope muri¨® cuando Lichtenberg ten¨ªa dos a?os y se acababa de caer de las manos cari?osas de su criada. Esta ca¨ªda, para ser levantado enseguida por su madre, tendr¨ªa un efecto dos veces duradero.
Lichtenberg no era poeta, pero introdujo el aforismo en Alemania y lo cultiv¨® con una concentraci¨®n cercana a la poes¨ªa. Fue tambi¨¦n el m¨¢s ingl¨¦s de todos los escritores alemanes de su siglo y uno de los m¨¢s influyentes. Este mujeriego con joroba fue imitado por Schopenhauer, cuya frase m¨¢s c¨¦lebre es un asalto a la raz¨®n de las mujeres. Lichtenberg indujo al racionalista Goethe a cazar arcoiris para adornar su teor¨ªa de los colores. Fue tambi¨¦n la fuerza irresistible que movi¨® (y conmovi¨®) a ese objeto inerte de Novalis. Mientras que Nietzche en las ant¨ªpodas declar¨® que Lichtenberg era el ¨²nico escrito alem¨¢n que "val¨ªa la pena leer una y otra vez". Siempre fue un espectro que recorre la literatura alemana. Sus lectores no tienen m¨¢s que perder que su mal humor.
Pero Lichtenberg no era un escritor, sino un cient¨ªfico muy popular como profesor de f¨ªsica, con sus clases siempre llenas. Muchos alumnos no ven¨ªan a aprender, sino a "o¨ªr a Lichtenberg". Ofrec¨ªa, sin que lo supieran ellos, no una lecci¨®n, sino una educaci¨®n. Lichteriberg era tambi¨¦n inventor y astr¨®nomo y adem¨¢s de instalar el primer pararrayos en su universidad (los vecinos tem¨ªan menos al rayo que al profesor que no cesa), cre¨® un experimento f¨ªsico avanzado, llamado justamente Ias figuras de L", que eran otras estrellas creadas en el polvo. Hasta el alto Volta se dio una vuelta para conocer al peque?o George.
Si su f¨ªsica era extraordinaria, su f¨ªsico era lamentable, lamentado por todos, menos por ¨¦l mismo, Lichtenberg se describi¨® como poseedor de "un cuerpo que un mal dibujante pod¨ªa haberlo hecho mejor en la oscuridad". Si suena a Swift y Sterne, es porque Lichteriberg, angl¨®filo, los frecuentaba a los dos. Como ellos, era atractivo a las mujeres (siempre altas), pero al rev¨¦s de los dos cl¨¦rigos, Lichtenberg se enredaba a menudo con camareras y criaditas y, desde ni?o, con ni?eras: Cuasimodo buscando a Esmeralda entre las s¨¢banas. Una de ellas, mera Esmeraldita, era no una ni?era, sino una ni?a de trece a?os que muri¨®, ?ay!, todav¨ªa joven. Como Marcial, su modelo romano, Lichteriberg padeci¨® luto y casi le pidi¨® a la tierra que fuera tierna con ella, que pesara leve sobre su cuerpo tierno que pis¨® leve la tierra. Pero enseguida se ayunt¨® con otra mujer humilde que le llamaba Herr Professor, con quien tuvo seis hijos, con quien se cas¨®: Don Juan cansado, cazado, casado cuando ya era mayor, aunque era del mismo tama?o. Nunca lleg¨® a ser viejo Lichtenberg y muri¨® en la misma frontera del siglo XIX; en 1799, a los 57 a?os, un a?o mayor que Pope: los enanos son breves. Lo que hizo su vida de tullido llevadera fueron unas cuantas mujeres, y como su igual en la risa, Pope, su sexto ,sentido del humor. Muchos versos de Pope pueden ser puestos en prosa por Lichteriberg, y Pope, sin duda, habr¨ªa admirado sus elegantes aforismos. Es que el humor es una lengua franca.
Para los que no sepan alem¨¢n (como Pope y yo) hay ahora una antolog¨ªa espa?ola de las frases m¨¢s felices -de Lichteriberg, y Penguin Books ha sacado m¨¢s de mil perlas, convidando a beberlas, del tesoro de sus desaforados aforismos. Muchos son de apenas una l¨ªnea, buenos para humoristas de sal¨®n. Algunos son retru¨¦canos, calembours o puns. Sus salidas son a veces entradas metafisicas, otras son tan libres como el sexo que practic¨® nuestro hum¨²nculo. Otros aforismos tienen un dejo latino, y parece que el autor, como Marcial, se embriagaba con la lecha de la bondad humana. No hay hombre mejor en toda la literatura alemana. Si me pidieran a quien mandar hacer una frase feliz escoger¨ªa a Jorge Crist¨®bal, ya en plan de amigos. Lichtenberg es un Groucho cuyo apellido no es Marx, sino Angel: no hay manera de cortarle las alas a su vuelo verbal. Nunca adem¨¢s se tuvo l¨¢stima y en una ocasi¨®n dijo, siempre certero, que cuando se est¨¢ realmente solo hasta la luz de una vela es compa?¨ªa.
Cuando hace tres a?os Tres tristes tigres se convirti¨® en Drei traurige Tiger al ser publicado en Alemania, mi editor Suhrkamp me invit¨® a ser fiera en Francfort. La televisi¨®n, diosa ubicua, vino a atrapar en vivo un ejemplar de la zona t¨®rrida: eran de la familia de Humbold-Humboldt. La productora (ojos azules, pelo negro, boca roja: la televisi¨®n era en colores) propuso una visita al Museo Goethe. Le dije que las obras completas de Goethe, encuadernadas en cuero espa?ol, eran ya museo bastante. Goethe es una multitud; Lichtenberg, una figura solitaria al lado de una vela. Insist¨ª en ir al Museo Lichtenberg. Que result¨® una humilde haus compartida con zootropios, fantascopios y c¨¢maras de manivela. ?Tendr¨ªa Lichtenberg algo que ver con la invenci¨®n del cine? Ese hombre estaba en todas partes.
La productora parec¨ªa sorprendida y sus ojos estrellados le sentaban. "?C¨®mo encontr¨® usted a Lichtenberg?", me pregunt¨®. Le dije que un poco bajo, pero bastante conservado. "?No, no!", protest¨® ella. "Quiero decir, ?c¨®mo lo conoci¨®?". No lo conoc¨ª nunca, conoc¨ª un libro suyo con el lomo torcido. Como conviene a un cl¨¢sico, el encuentro ocurri¨® en una librer¨ªa de viejo de La Habana de extramuros. Despu¨¦s de leerlo, como todos los escritores, le entr¨¦ a Sacco y Vanzetti. "?C¨®mo dice?", la productora no entend¨ªa nada, pero quien hace un acento hace ciento. Le expliqu¨¦ que era una broma a lo Lichtenberg, a quien ya hab¨ªa robado antes una invenci¨®n o dos para ese libro, que tiene ella en la mano. Como aqu¨¦lla del cuchillo sin hoja que no tiene mango y otra de la vela en vela para hacer juego con la candela de Carroll, ese otro profesor de
Pasa a la p¨¢gina siguiente
'Mehr Licht-enberg'
Viene de la p¨¢gina anterior
matem¨¢ticas a quien perd¨ªan y encontraban las ni?as. La productora, al ver que jugaba con fuego y velas, pesta?e¨® como para apagar la conversaci¨®n. Le dije que Lichftenberg era mi escritor alem¨¢n favorito. Tal vez porque era como yo: tan ingl¨¦s como el t¨¦ de las cinco a las cuatro y cargado de espaldas y de dudas, de deudas.
Ella me regal¨® el ¨²nico recuerdo de Lichtenberg que venden en el museo: una cajita de f¨®sforos que se apagan para no encenderse m¨¢s. No hay consuelo en las cerillas, como cre¨ªa la peque?a 'vendedora de Andersen. Pero la caja tiene al dorso un torso memorable: un retrato del humorista m¨¢s feo, del mundo, a pesar de su boca, que sonr¨ªe entre amable y misteriosa, y sus ojos, todav¨ªa inteligentes despu¨¦s de dos siglos. Se parece, de veras a un cruce incompleto entre Pope y Mozart. A los tres enanos los perd¨ªan las Blancanieves en un bosque de s¨¢banas. Lichtenberg, como Mozart, se ha convertido en un icono ¨²nico: aquel, propongo m¨¢s armado, mal amado, a quien al fin la posteridad de un retrato lo cambia en s¨ª mismo.
No pude irme del museo sin? citar, sin recitar a este escritor tan citable, que uno tentado de hacer del dominio p¨²blico sus partes privadas. Aqu¨ª va la lista de Lichtenberg. No es el confort de Chamfort.
Las lecturas a salto de mata siempre han sido las m¨¢s gratas.
- Ten¨ªa un par de nombres para sus pantuflas.
- Todo el mundo deber¨ªa estudiar suficiente filosof¨ªa para hacer sus experiencias sexuales m¨¢s deliciosas.
- Quien tenga m¨¢s de un par de pantalones, que venda uno y compre este libro.
- Leer quiere decir pedir prestado; crear desde nuestras lecturas es pagar nuestras deudas.
Un apetito saludable y un alto concepto de la mujer, que siempre vienen juntos.
- Hoy d¨ªa, una mujer bella se cuenta entre el talento de su marido.
- Es delicioso o¨ªr a una extranjera hablar nuestra lengua y observar sus bellos labios cometer errores. No es el mismo caso con un hombre.
(Ahora, doscientos a?os y pico antes de Andy Warhol.)
Todo el mundo es un genio por lo menos una vez al a?o.
- A menudo leo mejor lo que un autor famoso ha quitado de sus libros que lo que ha dejado.
- Un libro es un espejo: si un mono mira en ¨¦l no es probable que a su vez le mire un ap¨®stol.
Es hora de decir adi¨®s, Georgie. Enciende la vela.
En 1846, Friedrich Hebbel escribi¨® en su diario: "Prefiero que me olviden con Lichtenberg a ser inmortal con Jean Paul". Pero ?qui¨¦n es Jean Paul? 0 en todo caso, ?qui¨¦n es Hebbel?
Copyright G. Cabrera Infante, 1992.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.