Tiempo
Quien no haya filosofado sobre la fugacidad del tiempo, que levante el dedo. La humanidad entera viene haci¨¦ndolo desde que Ad¨¢n plant¨®. su desnudo pie sobre las tierras v¨ªrgenes de Jehov¨¢. Especialmente en Adviento -o sea, hoy, sin ir m¨¢s lejos- no se habla de otra cosa. La_ ciudadan¨ªa manifiesta su sorpresa por la inminencia de la Navidad cuando hace cuatro d¨ªas (como quien dice) est¨¢bamos tomando e, sol en Benidorm, y cinco, inaugurando los Juegos Ol¨ªmpicos, y seis, la Expo, y siete, felicit¨¢ndonos las pascuas (como quien vuelve a decir)."Vuela el tiempo sin mover la alas", afirma la sabidur¨ªa popular Cierto es, aunque le falta precisar si se trata de un vuelo en picado o de altaner¨ªa, y si vol¨® siempre igual, desde los or¨ªgenes del mundo. El hombre de hoy vive arriba de los 75 a?os, mientras una centuria atr¨¢s apenas alcanzaba los 60. Y, sin embargo, la sensaci¨®n del tiempo vivido es en ambos casos la misma.
Una centuria atr¨¢s, estaciones, cuaresmas y carnestolendas se distanciaban con bien marcados lapsos. "El tiempo viene a sus tiempos y va los frutos trayendo", sentenciaban nuestros abuelos. Los propios d¨ªas se hac¨ªan interminables. En cambio ahora todo acaece con desmesurada rapidez, y opinan expertos que es debido al trepidante dinamismo de la vida moderna. Pero yerran: los ocios y regocijos del buen vacar pasan con similar presura.
En cuanto las leyes de la naturaleza pusieron orden al caos, el universo emprendi¨® un movimiento progresivo, que actualmente est¨¢ en fase de aceleraci¨®n c¨®smica. Y llegar¨¢ un momento en que junte verano e invierno, noche y d¨ªa, cielo y tierra, y ¨¦se ser¨¢, entonces, el fin del mundo.
Un servidor ha podido colegir esta fatal premonici¨®n tras luengo retiros y traum¨¢ticas cerebraciones. Y sin catar ni gota, que conste.
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