Drogas
El mismo d¨ªa en que Corcuera nos explicaba con su sutileza habitual que no es lo mismo delinquir para lucrarse que para luchar contra los narcos, el juez a?ad¨ªa al delito de tr¨¢fico de drogas, por el que est¨¢ encarcelada casi la mitad de la plantilla antidroga de Madrid, el de falsedad en documentos, allanamiento de morada, tenencia il¨ªcita de armas, sustracciones diversas y montaje de pruebas falsas. Tambi¨¦n ese d¨ªa, la delegaci¨®n del Gobierno para el plan nacional sobre drogas presentaba un informe por el que nos enter¨¢bamos, por ejemplo, que desde 1983 ha aumentado en un 700% el n¨²mero de muertes por causas directamente relacionadas con la drogadicci¨®n. El sida, que de momento ocupa el segundo lugar de las causas de fallecimiento entre la poblaci¨®n toxic¨®mana, alcanzar¨¢ pronto el n¨²mero de las producidas por adulteraci¨®n o sobredosis. A este mapa tan tranquilizador, que indica la eficacia de las medidas gubernamentales en su lucha contra el narcotr¨¢fico, hay que a?adir el crecimiento de la hepatitis B o de la tuberculosis, que, en palabras del informe, est¨¢ adquiriendo el car¨¢cter de una epidemia entre los drogadictos.Ahora bien, de todo este panorama lo que m¨¢s preocupa al Gobierno son, de un lado, los problemas de imagen para la Guardia Civil, y, de otro, sus repercusiones sanitarias: es sabido que las enfermedades infecciosas tienen la mala costumbre de infectar y eso se traduce en costes para nuestra depauperada Seguridad Social. O sea, que las cosas han dejado de tener su dimensi¨®n moral porque la pol¨ªtica no reconoce ya otras dimensiones que las que pueden atraparse en las columnas de las estad¨ªsticas. Se equivocan: las estad¨ªsticas no son moralmente neutras. Tampoco lo es Corcuera, en cuya fiera mirada puede leerse ya el nuevo catecismo socialista.
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