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La sociedad de consumo es un drag¨®n, y los humanos, materia altamente combustible para el aliento ardiente de la bestia. Lo que quiero decir con esta met¨¢fora tan mona es que tenemos la voluntad y el cerebro derretidos por la fiebre tonta de adquirir. Todos hemos comprado alguna vez art¨ªculos que no s¨®lo no necesit¨¢bamos, sino que en el fondo ni siquiera dese¨¢bamos. La perversi¨®n consumista consiste precisamente en eso: en hacerte creer, por un hipnotizante momento, que ans¨ªas algo que en realidad te importa un bledo. Y si los mayores nos sometemos con semejante docilidad a los espejismos, imaginen los estragos que han de sufrir los ni?os.Ahora, en Navidad, la publicidad se ensa?a con los m¨¢s peque?os. Irrita, en primer lugar, la estupidez en s¨ª de las ofertas, esa multiplicaci¨®n hasta el absurdo de las innovaciones, con mu?ecas que paren, que hacen pis, que vomitan, que chillan, que chupan, que les crece el pelo y otras lindezas corporales que las hace m¨¢s apropiadas para el vud¨² que para jugar con ellas. En Inglaterra venden estas Navidades unos mu?ecos que se meten en un coche de juguete y se estrellan contra la pared: si el mu?eco no lleva puesto el cintur¨®n de seguridad, queda descuartizado. Se incluye tambi¨¦n un gatito aplastado, con las huellas de un neum¨¢tico impresas en el lomo. Esto debe de ser lo que algunos consideran un juguete did¨¢ctico.
Irrita, adem¨¢s, la ideolog¨ªa de los anuncios, tan convencional, sexista y reaccionaria. La violencia de los juguetes de guerra para los chicos, la cursiler¨ªa dom¨¦stica para las ni?as. Con todo, lo peor que he visto es ese anuncio de una ni?a que le dice admirativamente a un ni?o: "?Mmmmm, tu chaqueta vaquera es de la marca XXX! Me parece que vamos a ser buenos amigos". Un anuncio tan clasista y tan canalla como ¨¦se merecer¨ªa ser prohibido.
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