Contra el angel humano
?Qu¨¦ minor¨ªa es m¨¢s peque?a y m¨¢s d¨¦bil que la minor¨ªa (le uno?Tiene raz¨®n Salman Rushdie. Toquemos madera, pero si ¨¦l desaparece, si la fatwa se cumple, una minor¨ªa irremplazable, una naci¨®n de un hombre, habr¨¢ sido violentamente borrada de la faz de la tierra.
Por existir como libro. Por escribir su propio cuento.
Creo que en Espa?a se ha seguido con excesiva frialdad y distanciamiento el calvario de Rushdie, si exceptuamos el c¨¢lido inter¨¦s informativo de algunos medios. El grado de compromiso de instituciones y pol¨ªticos ha sido, en la pr¨¢ctica y simb¨®licamente, muy inferior al de otros pa¨ªses europeos y Estados Unidos, donde el escritor recibi¨® el apoyo de dirigentes y c¨¢maras parlamentarias. Deseo equivocarme, pero tengo la impresi¨®n de que tampoco han sido muchas esta vez las voces alzadas contra el cazador ni todo lo intensa que cabr¨ªa esperar la campa?a de solidaridad de los propios escritores hacia la v¨ªctima. Y es una pena, porque es bien cierto que Rushdie somos todos. En su caso, como una pesadilla, rebrota nuestra historia, las llamas ?le todas las hogueras. Pero sobre todo, su destino es el nuestro. La fatwa es un edicto contra el ¨¢ngel humano.
He podido ver de cerca a Rushdie en una m¨¢gica noche irlandesa, hace ahora un mes.
Asist¨ªamos a una conferencia sobre censura, secreto y democracia. Apareci¨® como un duende detr¨¢s de la cortina, despu¨¦s de que Carl Berstein disertara sobre el creciente proceso de idiotizaci¨®n cultural en el mundo del periodismo. Su hu mor era admirable. No ame drent¨¢ndose, ?y qu¨¦ humano se r¨ªa!, el escritor ha hecho de su propia piel un libro. Su parpadeo es como un c¨®digo de banderas de navegaci¨®n; las arrugas de la frente, surcos de tole rancia, y las del entrecejo, el braille del ingenio; los labios, dos c¨ªngaros ind¨®mitos. Quisiera liberarse de una vez de esos otros apellidos indeseados que se han pegado a ¨¦l como lapas en los titulares de los peri¨®dicos: affaire, caso, esc¨¢ndalo Rushdie. Volver a ser, simple mente, el escritor Rushdie. De alguna forma, lo ha conseguido. El affaire ya no es el suyo
Es el de las autoridades pol¨ªtico-religiosas que desde un Estado perseveran en una disposici¨®n criminal. El caso es el de los que pisotean, con propios y extra?os, los derechos. humanos. El esc¨¢ndalo es que se siga invocando a Dios para justificar la arbitrariedad y el m¨¢s cruel despotismo.
Expres¨® ¨¦l tambi¨¦n su temor a que esa especie de burbuja a prueba de balas en que se ha visto forzado a vivir se acabara convirtiendo en una c¨¢psula a prueba de realidad. Pero es Rushdie, en cierta manera, el que ha devuelto un sentido de realidad sobre cosas fundamentales al mundo comodista. No s¨®lo ha dado prueba de tes¨®n y entereza personales, soportando en ocasiones y en su propio pa¨ªs comentarios propios de la idiotizaci¨®n denunciada por Berstein y anticipada tiempo ha por Luis Cernuda: lo cretino, en ti, no excluye lo ruin; lo ruin, en tu sino, no excluye lo cretino. Pese a que algunos gastan su preciosa libertad en contar lo cara que est¨¢ la vida de un hombre o para reprocharle que no se haga mejor el muerto y cierre el pico, es el gesto de Rushdie, atrevi¨¦ndose a estar vivo, defendiendo como madre a sus criaturas, el que traspasa la burbuja en que levita ensimismada la sociedad, es su tragedia la que alienta de nuevo la ¨¦pica de la libertad.
Mientras prospera un modelo de cosmopolitismo basado en la imparable extensi¨®n de la fast food, el episodio de este escritor, de esta minor¨ªa de uno, invoca al cosmopolitismo menos pringoso de un renacimiento democr¨¢tico. De entre los textos sagrados, sagrado debiera ser el art¨ªculo 19 de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos.
En la ret¨®rica fundamentalista se atribuye al imperialismo la causa de todos los males. Incluso la novela de un escritor puede ser una temible agresi¨®n urdida por el imperio del mal. Parece muy probable que el imam Jomeini ni siquiera llegara a ver un ejemplar de Los versos sat¨¢nicos y que hizo lo que hizo a partir de rumores e interpretaciones. As¨ª lo cree el propio Rushdie. Pero las palabras no resisten mucho tiempo en tan toscos grilletes. Si hay un imperio en este caso es el que busca destruir y acallar para siempre a la minor¨ªa de uno.
La universalizaci¨®n de los derechos humanos era desde luego incompatible con el viejo orden colonial, pero no ha encontrado tampoco su mejor aliado en el discurso tercermundista que suele utilizarse como distracci¨®n o mecanismo exculpatorio de tiran¨ªas internas. En una impresionante carta de solidaridad-reproche, la escritora iran¨ª Fahimed Farsaie le recuerda a Salman Rushdie que debe utilizar la publicidad de su caso para dar a conocer los casos de otros muchos escritores perseguidos en el mundo, bastantes de ellos hasta la muerte, por intentar expresar sus opiniones. Seg¨²n un informe del PEN Centre, s¨®lo en 1991 fueron 739 escritores de 75 pa¨ªses los que sufrieron diferentes tipos de calamidades.
Nacida en 1952 en Teher¨¢n, encarcelada en 1972 por un escrito cr¨ªtico contra el r¨¦gimen del sah, expulsada de su pa¨ªs en 1982 por el r¨¦gimen de Jomeini, exiliada ahora en Europa, Fahimed Farsaie se?ala que el mismo a?o que se dict¨® la fatwa fueron ejecutados 11 escritores en Ir¨¢n. "Por supuesto, sus nombres ni siquiera aparecieron en un simple peri¨®dico. A nadie le fue permitido llorar por ellos, ni aun a sus familias. Ellos permanecen deshonrados bajo la negra1ierra. Y hasta el presente d¨ªa nadie ha podido visitar sus tumbas
La noche en que apareci¨® como un duende tras las cortinas dublinesas, Rushdie habl¨® de estos muertos. La fatwa los ha ido sacando del ocultamiento, los ha desenterrado. Quiera Dios, esa interesante palabra, que la fatwa acabe resucitando a los muertos.
es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.