?tica de amplio espectro
Aunque no todas las pesquisas culminan en buenos hallazgos, a veces resulta ¨²til seguir las pistas que brinda la etimolog¨ªa. Por ejemplo, tanto la ra¨ªz latina de la palabra moral como el origen griego de la palabra ¨¦tica tienen un com¨²n denominador: la costumbre. Tan es as¨ª, que la ¨¦tica es a menudo definida como la doctrina de las costumbres. Ahora bien, si las costumbres sufren un cambio sustancial, ?implicar¨¢ ello una alteraci¨®n en los valores ¨¦ticos y morales de una sociedad determinada?Es obvio que hay presupuestos ¨¦ticos (la decencia, la honradez, la solidaridad, la lealtad, etc¨¦tera) que han sobrevivido a trav¨¦s (y a pesar) de las ideolog¨ªas y los reg¨ªmenes m¨¢s diversos. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la liturgia del consumismo, pero sobre todo la desmesura y la acumulaci¨®n internacional de capitales, as¨ª como la relativa impunidad con que ¨¦stos crecen y se multiplican, han ido implantando nuevas costumbres y, en consecuencia, nuevas doctrinas relacionadas con las mismas. O sea, si nos atenemos a la vieja definici¨®n, han elaborado otra noci¨®n de la moral y de la ¨¦tica. Recobra actualidad un proverbio que, en el otro fin de siglo, escrib¨ªa el franc¨¦s Albert Guinon: "Para muchos, la moral no es otra cosa que las precauciones que se toman para transgredirla".
A diferencia de los husos horarios, estos usos morales no precisan de un Greenwich que los regule. Cada macroeconom¨ªa supone una macro¨¦tica. Un dogma neoliberal (o neoconservador, da lo mismo), por supuesto no escrito, consentidor y furtivo, va ensanchando paulatinamente y de alguna manera legitimando los estratos de prevaricaci¨®n. Las antiguas severidades y exigencias quedan como reliquias del pasado. En todo caso son confinadas en la micro¨¦tica del individuo, de modo que ¨¦ste se vaya haciendo cargo, d¨ªa tras d¨ªa, del sombr¨ªo porvenir que aguarda a la obsoleta profesi¨®n de la conciencia. Lo esboz¨® el viejo S¨¦neca: "Los que antes fueron vicios ahora son costumbres".
Si alguien piensa, con todo derecho, que estas reflexiones son exageradas o caricaturescas, es aconsejable que eche un vistazo a las diversas geograf¨ªas de este fin de siglo. Se ver¨¢ que, en ese aspecto, no hay notorias diferencias entre el desarrollo y el subdesarrollo. La nueva y lozana industria de la corrupci¨®n, con sus expertos en soborno y cohecho, abarca de Brasil a Alemania, de Estados Unidos a Argentina, de Espa?a a Per¨², de Italia a M¨¦xico, del Vaticano a Rusia, sin descartar a pa¨ªses m¨¢s peque?os o menos notorios.
En plena democracia, las financiaciones de m¨¢s de un partido pol¨ªtico pasan por t¨²neles sombr¨ªos; la actual fiebre de privatizaciones a ultranza deja en todas partes un rastro de sospechas que poco despu¨¦s, cuando la operaci¨®n ya no tiene remedio ni retroceso, se convierten en penosas certezas; en Italia, la Mafia se infiltra en estamentos gubernamentales; aqu¨ª, all¨¢ y acull¨¢, el narcotr¨¢fico blanquea d¨®lares en bancos de consagrada aureola; en varios pa¨ªses, la corrupci¨®n salpica a gobernantes, pero en Brasil ya no salpica, sino que ahoga definitivamente a Collor de Mello; el arzobispo Paul Marcinkus, c¨¦lebre banquero de Dios, se salva de la justicia italiana gracias a los buenos oficios de la Santa Sede; Watergate, Irangate, Yomagate, dondequiera hay un gate encerrado.
Una muestra. ilustrativa de la macro¨¦tica es el llamado milagro chileno, que hoy se presenta como paradigma para toda Am¨¦rica Latina. Seg¨²n las estad¨ªsticas, la balanza comercial, el producto interior bruto y el ingreso per c¨¢pita ofrecen cifras casi primer mundistas, pero la realidad muestra que un 45% de los chilenos vive en la pobreza. Es seguro que cada c¨¢pita millonaria aumenta sus ya sobrados ingresos, pero es no menos seguro que en la clase trabajadora y en las callampas cada c¨¢pita es cada d¨ªa m¨¢s menesterosa. La macro¨¦tica aplaude sin pudor.
Por supuesto, toda generalizaci¨®n peca de injusta, y aquellos hombres p¨²blicos que ejercen casi fan¨¢ticamente una honestidad a toda prueba (incluso a prueba de balas, como ocurri¨® en Sicilia con dos magistrados que se opusieron a la Mafia) se hacen acreedores a la admiraci¨®n ciudadana por el mero hecho de cumplir, en esta ¨¦poca oscura, con la integridad que naturalmente exige toda funci¨®n p¨²blica. La micro¨¦tica de los consecuentes pasa a ser un mero islote en la macro¨¦tica de los decididores.
En esa doctrina de las costumbres que es la ¨¦tica, concurre a veces un elemento nada despreciable: el carisma. En teolog¨ªa, el carisma es "el don gratuito que concede Dios a algunas personas en beneficio de la comunidad", y por extensi¨®n " se aplica a algunas personas que tienen el don de atraer o subyugar por su mera presencia o por su palabra" (Diccionario manual de la Real Academia Espa?ola, 1989). Es cierto que un l¨ªder carism¨¢tico les lleva una apreciable ventaja a otros dirigentes faltos de ese don, pero la aptitud tambi¨¦n incluye un riesgo. Despu¨¦s de todo, el eco que el discurso carism¨¢tico tiene en las masas exige que el l¨ªder asuma la responsabilidad de su propuesta.
Defender ardorosamente el inter¨¦s p¨²blico en la f¨¢cil ret¨®rica electoral, y desentenderse luego, ya en el poder, del voluntario lastre de aquellas cautivantes promesas, es asimismo una forma de corrupci¨®n. El cohecho no siempre significa una d¨¢diva contante y sonante. Tales groser¨ªas suelen reservarse para los personajes de tercera o cuarta filas. Las grandes corporaciones internacionales, los centros mundiales de decisi¨®n pol¨ªtica, los n¨²cleos inapelables de influencia financiera, por lo general no necesitan soltar un d¨®lar (a esos niveles, el simulacro de dignidad tiene sus leyes) para ejercer las consabidas manipulaciones, tan delicadas como astutas y eficaces.
Se soborna con apoyos pol¨ªticos, con convenios de poca monta y poco monto, con ofertas de voto favorable en organismos internacionales, con m¨®dicas declaraciones de fraternidad que luego puedan ser explotadas en el ¨¢mbito dom¨¦stico. Se soborna con elogios inmerecidos, con supresi¨®n de chantajes cuidadosamente programados, con ofertas de privatizaci¨®n, con abrazos frente a las c¨¢maras, con homenajes insustanciales, con partidos de tenis, con 10 minutos de un trato de igual a igual. Los polit¨®logos y psic¨®logos sociales que asesoran a los verdaderos amos saben bien que la vanidad es una de las zonas m¨¢s fr¨¢giles de los pol¨ªticos dependientes. Y, sin lugar a dudas, la m¨¢s barata.
Es cierto que la ¨¦tica est¨¢ enferma, pero no se trata de un mal incurable. Todav¨ªa estamos desconcertados por los cataclismos pol¨ªticos de los ¨²ltimos 10 a?os. No es descartable, sin embargo, que paulatinamente empiece a declinar la vigencia de las estructuras inflexibles. Si ello ocurre, tambi¨¦n es probable que haya espacio para matices imaginativos, para impulsos ut¨®picos, aun dentro de las ideolog¨ªas. ?stas pueden ser una base, pero no un andarivel
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?tica de amplio espectro
Viene de la p¨¢gina anteriorriguroso del que no se pueda salir.
No es inveros¨ªmil que se establezca una relaci¨®n osm¨®tica entre las ideolog¨ªas y las realidades. Tal vez se desarrollen rumbos ideol¨®gicos m¨¢s que ideolog¨ªas propiamente dichas, y, gracias a esos rumbos, ciertos actores de la humanidad intenten moverse hacia objetivos determinados; a veces tomando atajos, ya que en ciertos casos la l¨ªnea recta puede ser obstaculizada, digamos por los tanques, los Chicago boys o los hermeneutas del nuevo catecismo. Antes, las ideolog¨ªas y los sistemas demasiado esquem¨¢ticos no toleraban esos atajos, consideraban que eso era desviacionismo. No obstante, a veces hay que desviarse para poder luego retomar el camino real.
Cuando el Mambr¨² de la canci¨®n se fue a la guerra, lo hizo espont¨¢nea y voluntariamente. Pero al Mambr¨² 1993 lo meten (qu¨¦ dolor, qu¨¦ dolor, qu¨¦ pena) en batallas que no son la suya a fin de que pueda aniquilar a (o ser aniquilado por) otros mambruses de signo contrario que tambi¨¦n fueron empujados (qu¨¦ dolor, qu¨¦ dolor, qu¨¦ pena) a batallas que no eran las suyas. Desde sus macrodespachos, los mandatarios y/o vicepaladines, impert¨¦rritos y soberbios, en ejercicio de la macro¨¦tica, env¨ªan a sus j¨®venes mambruses a un riesgo de muerte que a ellos, por supuesto, no les roza. Y all¨¢ van los proyectos de h¨¦roes: en camiones, acorazados o bombarderos, con su devaluada micro¨¦tica en la mochila, conscientes de que su muertecita (o micromuerte) quiz¨¢ los est¨¦ esperando en alg¨²n territorio del que nada conocen. Todo cabe en la ¨¦tica de amplio espectro.
es escritor uruguayo.
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