La Espa?a churrigueresca
Cuenta Alejandro Lerroux en sus Memorias que, estando un d¨ªa en el Palacio de las Cortes de tertulia, se dedic¨® a criticar, en compa?¨ªa de don Eduardo Santa Cruz, la portada del Hospicio madrile?o, que no era del agrado de su compa?ero. En esas, acerc¨®se don ?lvaro de Albornoz, quien, irritado ante los comentarios, arrebat¨® el sombrero a don Eduardo y le grit¨® imperioso, hasta por tres veces:-?Desc¨²brase en presencia de Churriguera!
Tan conminatorio era el tono, y tan descarada la demanda, que Santa Cruz lleg¨® a sospechar que el propio arquitecto redivivo se hab¨ªa presentado all¨ª. Hasta que, cabreado por la insolencia del otro, se irgui¨®, efectivamente, dio media vuelta y espet¨®:
-?No me da la gana de descubrirme delante de Churriguera!
Pues, con todos los respetos, a m¨ª tampoco. Y lo digo porque de un tiempo a esta parte, casi a diario, tengo que soportar, como millones de espa?oles, que un pu?ado de ciudadanos, adue?ados de unas pocas tribunas y de un ardor inquisitorial que para s¨ª hubiera querido Torquemada, nos acosen con id¨¦nticas o parecidas pretensiones: que nos descubramos ante sus opiniones, por churriguerescas que resulten, si no queremos que nos tilden de desaprensivos, corruptos o herejes.
No ser¨ªa grave el menudeo de estos incidentes, en los que abunda el protagonismo de los p¨ªcaros dispuestos a levantarnos la cartera en medio de admoniciones sobre la decencia, si no fuera porque el discurso pol¨ªtico y el period¨ªstico discurren cada d¨ªa m¨¢s por los meandros de un casticismo peligroso y de una considerable ausencia de informaci¨®n, al margen los eructitos intelectuales con que algunos de esos personajes nos regalan. De forma que la opini¨®n p¨²blica espa?ola encara esta especie de segunda transici¨®n pol¨ªtica que nos ha tocado vivir bastante peor provista de ingenio y sentido com¨²n que cuando tuvo que heredar el legado de la dictadura.
Mientras tanto, un debate de fondo se produce en el mundo occidental, al que de momento, y pese a los esfuerzos en contra de esos sermonarios colegas m¨ªos, seguimos perteneciendo. Es el que emana de la destrucci¨®n de la utop¨ªa socialista, de la crisis coet¨¢nea de los modelos socialdemocr¨¢tico y neoliberal y del renacimiento de ideas y comportamientos que sirvieron de cuna al fascismo.
Entre las falacias a las que nos tienen acostumbrados los orates de turno est¨¢ la de negar -o al menos olvidar- que los serios problemas que enfrenta la ciudadan¨ªa espa?ola est¨¢n profunda y directamente relacionados con la crisis general por la que atraviesa el concierto de las naciones, y m¨¢s concretamente las del continente europeo. Hay una tendencia evidente a acusar al Gobierno de embozar su incapacidad o su cansancio en alusiones improcedentes a la situaci¨®n m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras. En realidad, el Gabinete lo tiene bien empleado, porque en las ¨¦pocas de bonanza tampoco era demasiado expl¨ªcito su reconocimiento de que el auge econ¨®mico y el crecimiento experimentado en nuestro pa¨ªs se deb¨ªan, en gran medida tambi¨¦n, a los r¨¦ditos de nuestra incorporaci¨®n, por perif¨¦rica que sea, al conjunto de naciones m¨¢s avanzadas y ricas de la tierra. En cualquier caso, el resultado es que la controversia pol¨ªtica y su reflejo en los medios de comunicaci¨®n parecen cada vez m¨¢s ajenos a las dificultades objetivas de los pueblos europeos para redefinir una convivencia estable, no amenazada por la guerra, la destrucci¨®n y la pobreza.
Espa?a se enfrenta a problemas muy similares a los que experimentan los pa¨ªses de nuestro entorno, y son absolutamente imposibles de resolver si no es mediante el esfuerzo y la cooperaci¨®n internacional.
Europa pasa por momentos amargos que no s¨®lo tienen que ver con la polvareda levantada por el Tratado de Maastricht. En el terreno pol¨ªtico existe una creciente inseguridad, fruto de la desaparici¨®n del enemigo com¨²n -el antiguo bloque comunista- y del aumento de los sentimientos nacionalistas en todas las regiones. Dichos sentimientos han desembocado en guerras terribles como la de la antigua Yugoslavia, posible preludio de otros conflictos m¨¢s graves, caso de que se fracture la Federaci¨®n Rusa o de que se internacionalicen los enfrentamientos ¨¦tnicos en los Balcanes.
Las necesidades de financiaci¨®n de la clase pol¨ªtica y la voracidad de algunos de sus protagonistas han multiplicado los casos de corrupci¨®n en muchos pa¨ªses de la Comunidad Europea. Desciende con ello la confianza de los ciudadanos en sus representantes y se tambalea la credibilidad de los sistemas democr¨¢ticos. ?stos se ven amenazados, adem¨¢s, por las reyertas sobre la identidad cultural e hist¨®rica de sus pueblos y por su consiguiente reconocimiento en las instituciones. Existen serios peligros de divisi¨®n en B¨¦lgica o Italia, terrorismo independentista en el Reino Unido y Espa?a y escisiones efectivas en muchas de las naciones-Estado de lo que fuera el bloque comunista.
En el terreno econ¨®mico, Occidente paga ahora los excesos del capitalismo financiero, las pol¨ªticas aventureras del reaganismo y la decadencia hist¨®rica del Estado de bienestar. Se viven a?os de recesi¨®n, en los que las poblaciones son golpeadas por el aumento del paro mientras crece la inseguridad de los ciudadanos respecto a su futuro personal. El mantenimiento de grandes d¨¦ficit p¨²blicos y el endeudamiento consiguiente para combatirlos forman parte de un panorama en el que la globalizaci¨®n de la econom¨ªa desplaza f¨¢cilmente los procesos productivos hacia pa¨ªses con mano de obra m¨¢s barata y disciplina laboral mejor garantizada.
En el campo social asistimos al inicio de grandes migraciones desde el este de Europa y el norte de ?frica hacia los pa¨ªses m¨¢s desarrollados. Cientos de miles de personas empujadas por la guerra, el hambre y la desesperaci¨®n ganan nuestras fronteras. Su llegada provoca reacciones de racismo, xenofobia y discriminaci¨®n. Su disposici¨®n a realizar los trabajos m¨¢s duros en condiciones que no aceptar¨ªan los nacionales desfigura la estructura del mercado laboral. La presencia organizada de esas minor¨ªas religiosas y ¨¦tnicas colisiona a veces con las tradiciones y h¨¢bitos de unas sociedades acostumbradas a mirarse a s¨ª mismas como exclusivamente blancas y de cultura judeo-cristiana. Las pulsiones racistas son halagadas por sectores de la ultraderecha, que ganan posiciones cada d¨ªa. Una situaci¨®n as¨ª, de fraccionamiento social, confusi¨®n de criterios, privatizaci¨®n de actitudes y aumento de la violencia -incluso si ¨¦sta es a veces s¨®lo verbal- resulta el mejor marco posible para el crecimiento del populismo y la demagogia.
Mientras estas cosas suceden, m¨¢s de 200 millones de habitantes al este del continente se enfrentan con la eventual aniquilaci¨®n de sus Estados, la supresi¨®n de su memoria hist¨®rica, la desaparici¨®n de sus econom¨ªas, el enfrentamiento entre sus pueblos y la negaci¨®n de sus horizontes. La Europa comunitaria, aunque fuera s¨®lo en defensa de sus propios intereses, tiene la obligaci¨®n pol¨ªtica y moral de contribuir con dinero, imaginaci¨®n y propuestas a resolver el futuro de esos pa¨ªses. Qui¨¦n sabe si tambi¨¦n con una intervenci¨®n militar. Si queremos apartar de nosotros el fantasma de la guerra y despejar la amenaza de serios conflictos internos en nuestras comunidades es precisa una contribuci¨®n no ret¨®rica a la resoluci¨®n de los problemas all¨ª planteados. O sea, que junto a los sacrificios inevitables que requiere la salida de la crisis econ¨®mica es preciso a?adir los que se derivan de este compromiso de apoyo a la pacificaci¨®n continental. Ning¨²n pol¨ªtico, ning¨²n sindicalista que se precie puede ofrecer otra cosa por el momento que sudor y l¨¢grimas a sus electores. Para hacerlo necesita, desde luego, exhibir adem¨¢s un comportamiento decente y una motivaci¨®n racional. Pero salir ahora a la palestra con promesas de felicidad a corto plazo es ofender la inteligencia de los ciudadanos y echarse en manos del enga?o.
En este marco, la situaci¨®n pol¨ªtica espa?ola necesita cualquier cosa menos la demagogia bienpensante que algunos creadores de opini¨®n practican. Junto a la cr¨ªtica, sin duda necesaria, es preciso escuchar y debatir proyectos. La democracia supone, entre otras cosas, una libertad de elecci¨®n de alternativas, pero no puede convertirse en la destrucci¨®n de todas ellas. En un pa¨ªs donde la Ilustraci¨®n fue maltratada, tenemos derecho todav¨ªa a reivindicar un poco m¨¢s de racionalidad y un poco menos de cuento. Ante el asalto permanente de los cantama?anas, herederos del churrigueresco en pol¨ªtica, dedicados a expender certificados de pureza de sangre, la sociedad tiene derecho a defenderse.
Por un lado es preciso restablecer la confianza en nuestra democracia, plagada sin duda de vicios y errores, pero que ha demostrado una superioridad hist¨®rica y moral absolutamente formidable sobre cualquier otro de los sistemas conocidos. Por otro, hace falta un liderazgo fuerte y una mayor¨ªa s¨®lida capaz de hacer frente a lo que se avecina. El fantasma m¨¢s justamente temido de los que se ciernen sobre las pr¨®ximas elecciones es el de la abstenci¨®n, especialmente entre los j¨®venes. Desencantados y perplejos, tienden a preguntarse por las virtualidades de un r¨¦gimen por el que se sienten maltratados. Es preciso explicarles que, cualquiera que sea el futuro, este pa¨ªs es hoy definitivamente mejor que el que conocieron sus padres. M¨¢s libre, m¨¢s feliz, m¨¢s rico. Y que volver la espalda a esa realidad, empujados por el pesimismo del momento o por la propaganda de los resentidos, es simplemente iniciar el regreso a los tiempos de la caverna.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Democracia
- Elecciones Generales 1993
- Opini¨®n
- Tratado Maastricht
- Transici¨®n democr¨¢tica
- Reglamentos
- Comunismo
- Uni¨®n Europea
- Elecciones Generales
- Europa este
- Justicia deportiva
- Ideolog¨ªas
- Organizaciones internacionales
- Elecciones
- Conflictos pol¨ªticos
- Relaciones exteriores
- Espa?a
- Partidos pol¨ªticos
- Deportes
- Pol¨ªtica
- Centroeuropa
- Europa