Fue alternativa, no pretendiente
La Monarqu¨ªa depende tanto de las personas reales que la encarnen que su valoraci¨®n y su destino resultan inseparables de la conducta de ellas. Esa dependencia ni siquiera llega a suprimirse en el r¨¦gimen constitucional, por importante que sea su aportaci¨®n de racionalidad y de objetividad al funcionamiento del Estado y de su suprema magistratura. En todo caso, la condici¨®n y el ser personal de la monarqu¨ªa se exacerban cuando el rey no reina, cuando reivindica la corona y el reino, cuando la Monarqu¨ªa es s¨®lo historia y proyecto, porque entonces la virtud pol¨ªtica de su titular se vuelve indispensable para el ¨¦xito de ese proyecto. Un monarca poco adecuado puede tal vez reinar discretamente en tiempos de normalidad, pero no hay duda de que, para triunfar en su misi¨®n, el rey sin reino debe ser un monarca excepcional, como lo fue don Juan de Borb¨®n.Heredero de unos derechos y no de un cargo, don Juan no fue pretendiente, sino alternativa, porque entendi¨® su titularidad como una responsabilidad ante sus conciudadanos: la responsabilidad de mantener independiente del franquismo la legitimidad mon¨¢rquica, a fin de sustentar en ella una convocatoria verdaderamente nacional. Al ejercer tenazmente esa independencia, simbolizada en su exilio, y al reivindicar la libertad y la paz civil, el conde de Barcelona uni¨® el destino de la dinast¨ªa a la mejor causa posible. Y su convocatoria, aunque fuera rechazada por el r¨¦gimen de Franco, aquel parad¨®jico reino sin rey, suscit¨® respeto y adhesiones inusualmente amplios en una naci¨®n todav¨ªa fragmentada por las divisiones pol¨ªticas y sociales derivadas de la guerra civil.
Don Juan de Borb¨®n no llamaba a restaurar una forma de gobierno determinada, como la de la Constituci¨®n de 1876. El proyecto de don Juan exig¨ªa un proceso constituyente nacional e integrador, presidido por "el Rey de todos los espa?oles".
La restauraci¨®n de la dinast¨ªa quedaba as¨ª puesta al servicio de una indispensable renovaci¨®n del Estado, capaz de dar satisfacci¨®n a las demandas populares de democracia, de justicia social y de incorporaci¨®n a Europa. La eficacia de la restauraci¨®n din¨¢stica deb¨ªa consistir, en primer t¨¦rmino, en garantizar la estabilidad y el orden en ese proceso de cambio.
Si excepcional fue la misi¨®n que don Juan hizo suya, no lo fue menos la coherencia con la que la sirvi¨®, a pesar de las inflexiones inevitables de su pol¨ªtica en su dilatado enfrentamiento con el inmovilismo de Franco. Y la manifestaci¨®n extrema de esa coherencia fue la renuncia de sus derechos din¨¢sticos, que don Juan de Borb¨®n llev¨® a cabo el 14 de mayo de 1977, para aportar la legitimidad hist¨®rica, de la que era portador, a la Monarqu¨ªa constitucional y democr¨¢tica de su hijo y heredero, el rey Juan Carlos I. En ella se ha concretado, final y felizmente, el proyecto de don Juan.
Por la entrega tenaz a su tarea, hasta triunfar en ella, a costa de su propia renuncia, merece la gratitud de todos este insigne espa?ol, rey en el exilio, a cuya memoria rindo respetuoso homenaje, con el recuerdo presente de mi padre, que dedic¨® toda su vida pol¨ªtica a luchar por el proyecto nacional que don Juan de Borb¨®n personific¨®.
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