Michelle Pfeiffer
Love Field compiti¨® para alcanzar alg¨²n premio en el Festival de Berl¨ªn y consigui¨® el que merec¨ªa: el correspondiente a la mejor actriz, Michelle Pfeiffer. Toda la pel¨ªcula es ella; y sin ella ser¨ªa poco m¨¢s que nada: una bonita idea (desarrollada de manera solvente pero mec¨¢nica por Don Ross), un buen reparto y una competente armaz¨®n visual, cosa normal en Hollywood, donde el aparato de producci¨®n es casi siempre impecable, lo que convierte al director en un nombre sonoro que se limita a decir a voces poco m¨¢s o menos lo que le sugieren al o¨ªdo el libro, los int¨¦rpretes y el fot¨®grafo.La pel¨ªcula es un conjunto de rutinas f¨¢ciles, evocadoras, sent¨ªmentalonas, bien hilvanadas, a las que el guionista a?ade unas gotas aguadas de acidez pol¨ªtica, que el recital de Michelle Keiffer eleva a alturas inesperadas. Es el suyo un ejercicio creador de tanta delicadeza e inteligencia que empeque?ece a cualquier bondad adicional de la pel¨ªcula, de la que la actriz se apodera sin esfuerzo ni sensaci¨®n de premeditaci¨®n, por efecto del deslumbramiento que provoca su belleza, multiplicada por su talento interpretativo, que aqu¨ª roza lo in.superable, porque enriquece la elementalidad del entramado del filme y lo hace m¨¢s complejo, de lo que parece.
Por encima de todo (Love Field)
Direcci¨®n: Jonathan Kaplan. Gui¨®n: Don Roos. Fotograf¨ªa: Ralph Bode. M¨²sica: Jerry Go1dsmith. Estados Unidos, 1992. Int¨¦rpretes: Michelle Keiffer, Dennis Haysbert, Brian KerwIn. Estreno en Madrid: Ideal y (en versi¨®n original subtitulada) Arlequ¨ªn.
Odiosa comparaci¨®n
Interpreta Michelle Pfeiffer a una joven ama de casa -mujer espont¨¢nea, sin barniz cultural, corta de alcances, mit¨®mana, parlanchina y bondadosa hasta la impertinencia- de la m¨¢s que peque?a, angosta, peque?a burgues¨ªa de Dallas en tiempos del fugaz espejismo de la era Kennedy. Es una mujer que se vierte hacia afuera para alejar de ella el dolor de la muerte de su hija, la mediocridad de su vida cotidiana, su matrimonio seco y el desierto sofocante de la sociedad que la encarcela. Esto le lleva a convertirse -por rechazo instintivo a su entorno- en una devota del modelo de comportam¨ªento derivado de las fachadas mundanas del kennedismo, una de: las cuales fue la que cre¨® en aquella ¨¦poca Marilyn Monroe, cuya imagen Michelle Pficiffer adopta como mediadora en su prodigiosa composici¨®n. De esta manera, la actriz se sirve de la sombra de otra actriz para adentrarse en los entresijos de una mujer an¨®nima para darle nombre: un fetiche de hoy se apodera de un fetiche de ayer para dar carne a una oscura mujer de siempre. Si las dos grandes palabras del gran int¨¦rprete son encarnaci¨®n y transfiguraci¨®n, Michelle Pfeiffer sabe pronunciarlas.El desdoblamiento de la actriz est¨¢ logrado sin elaboraci¨®n visible, cuando en realidad hay en ¨¦l una composici¨®n concienzuda que, pese a tener un -alto grado de existencia, no se percibe como tal elaboraci¨®n, sino como su rev¨¦s, como transparencia. Extrae Pfeiffer de una tarea- minuciosa y densa un resultado cristalino: su generosidad no nos deja ver la musculatura imaginativa de su esfuerzo, lo que multiplica el m¨¦rito de ¨¦ste.
Si odioso es comparar, a veces tambi¨¦n es inevitable. Compiti¨® la actriz con Emma Thompson (Howard Ends) por el Oscar de este a?o, y se lo llev¨® la ¨²ltima gracias a la miop¨ªa de los acad¨¦micos de Hollywood. Thompson hace un trabajo muy competente en la mediocre pel¨ªcula de Ivory, mientras Pfeiffer hace un trabajo igualmente competente pero de mayor riesgo y nobleza en la de Kaplan. La superioridad de Pfeiffer sobre Thompson radica en que a ¨¦sta se le ve su andamio interpretativo, mientras que aqu¨¦lla lo diluye en el personaje, en un ejercicio de humildad que la sit¨²a, en cuanto creadora, por encima de su brillante colega brit¨¢nica. Es un regalo ver su juego invisible, descubrir la finura de los trazos de su dibujo, su elegante y apasionada entrega a la composici¨®n de la infeliz mujer que encarna y a la que da una cercan¨ªa pegadiza y conmovedora, pues jam¨¢s acude'al exceso, sino que todo -incluso lo exce-sivo- lo enuncia a media voz, elevando -siempre elevando la dignidad del personaje- el rid¨ªculo a humor y el sentimentalismo a ternura.
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