Un sistema igual a s¨ª mismo
En este agitado fin de milenio, pocas cosas permanecen tan iguales a s¨ª mismas como el sistema pol¨ªtico mexicano. Fundado en la estela de la primera revoluci¨®n de este siglo, se consolid¨® durante los a?os turbulentos y econ¨®micamente deprimidos que antecedieron a la II Guerra Mundial. Desde entonces, M¨¦xico vive bajo un r¨¦gimen pol¨ªtico cuyo mecanismo determinante -la sucesi¨®n presidencial- funciona autom¨¢tica y milagrosamente cada seis a?os. He aqu¨ª la mejor prueba de lo poco que ha cambiado M¨¦xico bajo Carlos Salinas de Gortari: la sucesi¨®n de este a?o y el entrante se parece como una gota de agua a todas las anteriores. Y es por insistir en acomodar a toda costa las exigencias de ese procedimiento sucesorio antidemocr¨¢tico y arcaico, y por ello mismo fr¨¢gil y complicado, que la ratificaci¨®n del Tratado de Libre Comercio (NAFTA o TLC) entre M¨¦xico, Estados Unidos y Canad¨¢ se ha convertido en una pesadilla para el presidente Bill Clinton.En efecto, el equipo gobernante mexicano les advirti¨® a sus contrapartes estadounidenses desde el a?o pasado que era imperativo lograr que el convenio entrara en vigor a tiempo, ya que cualquier posposici¨®n entra?ar¨ªa serios riesgos para la estabilidad pol¨ªtica y econ¨®mica de M¨¦xico. Fue tan convincente y sentida la s¨²plica que su fundamento se convirti¨® en el argumento m¨¢s poderoso -y quiz¨¢ a estas alturas en el ¨²nico argumento- esgrimido por los abanderados del NAFTA en Washington. Ante la embestida contra el libre comercio de sindicatos, ecologistas, iglesias y Ross Perot, el ¨²ltimo reducto de su defensa ha pasado a ser la seguridad nacional: el TLC es necesario para Estados Unidos porque sin ¨¦l se producir¨¢ una nueva y seria crisis de sucesi¨®n en M¨¦xico, que pondr¨ªa en tela de juicio las reformas econ¨®micas del r¨¦gimen actual y socavar¨ªa la popularidad del presidente Salinas, as¨ª como su lugar en la historia.
El razonamiento es eficaz, persuasivo y falso. Tres consideraciones as¨ª lo demuestran. La primera es de ¨ªndole estrictamente econ¨®mica: la posposici¨®n o el congelamiento del acuerdo de libre comercio -rechazo categ¨®rico no habr¨¢, ya que Clinton no enviar¨ªa un paquete al Congreso sin la certeza de que ser¨ªa aprobado- s¨®lo puede ser visto como el fin del mundo si su aprobaci¨®n es vista como el principio de un nuevo mundo, feliz y pr¨®spero, para M¨¦xico.
Sin embargo, los mismos defensores del TLC insisten en algo que contradice esta tesis: la mayor¨ªa de las supuestas ventajas del acuerdo ya est¨¢n vigentes; el documento s¨®lo las formalizar¨ªa. El comercio entre M¨¦xico y Estados Unidos ya se ha elevado a un ritmo vertiginoso; los aranceles entre ambos pa¨ªses ya son sumamente bajos; buena parte del intercambio mexicano-norteamericano se encuentra ya libre de grav¨¢menes. Las principales reformas econ¨®micas en M¨¦xico ya han sido realizadas, y el pa¨ªs ya se ha abierto a la inversi¨®n extranjera. De no haber TLC, ni volver¨ªan a subir los aranceles ni ser¨ªan expropiadas las propiedades norteamericanas.
Por otra parte, todos los estudios -empezando por aquellos altamente favorables al acuerdo- muestran una incidencia modesta del TLC en la evoluci¨®n de la econom¨ªa mexicana a mediano plazo: de medio punto a un punto de crecimiento adicional del producto interior bruto anual; de 50.000 a 100.000 empleos m¨¢s al a?o, esto en un pa¨ªs que requiere de la creaci¨®n de un mill¨®n de puestos de trabajo anuales para absorber el crecimiento de su poblaci¨®n. El hecho de que las autoridades mexicanas y la prensa de Estados Unidos hayan presentado el NAFTA como una panacea que curar¨¢ todos los perennes males mexicanos no significa que as¨ª sea. La infinita dificultad de crecer debido a la restricci¨®n financiera externa, la abismal y creciente desigualdad de la sociedad mexicana y la ausencia de un sistema pol¨ªtico democr¨¢tico son taras que ni la NAFTA ni nada podr¨¢ borrar de la noche a la ma?ana.
La segunda raz¨®n que sirve para relativizar las consecuencias de una negativa al NAFTA este a?o es de orden financiero. Se ha insistido mucho en que el enorme caudal de inversi¨®n extranjera de cartera acumulada en la Bolsa Mexicana de Valores no resistir¨ªa un cambio de expectativas: sin NAFTA, el dinero se fugar¨ªa, refugi¨¢ndose de nuevo en Miami y en Suiza, y en Caim¨¢n o en Los ?ngeles. Esto, a su vez, desatar¨ªa varias corridas contra el peso, todo lo cual desembocar¨ªa otra vez (como cada seis a?os: 1976, 1982, 1987) en una devaluaci¨®n, tr¨¢gico desenlace de un sexenio con otras ambiciones.
Si bien este panorama no es enteramente descartable, conviene imprimirle varios matices. El primero, y el m¨¢s importante, estriba en el car¨¢cter estructural y subyacente del problema: la divisa mexicana y las cuentas externas del pa¨ªs se encuentran en una situaci¨®n de extrema debilidad con o sin NAFTA. En 1992, a?o de una raqu¨ªtica expansi¨®n de la econom¨ªa, el d¨¦ficit externo sum¨® 23.000 millones de d¨®lares, o el 7% del PIB; esto es insostenible, por fuerte que pudiera ser el influjo de fondos como resultado de una expedita ratificaci¨®n del acuerdo. El ajuste de la paridad mexicana s¨®lo es cuesti¨®n de tiempo (ciertamente, un criterio crucial en pol¨ªtica). Las elevad¨ªsimas tasas de inter¨¦s actuales, indispensables para atraer los capitales externos que financian el d¨¦ficit, han arrastrado a la econom¨ªa mexicana a una recesi¨®n severa y larga. Cuando se busque volver a crecer, resultar¨¢ impostergable una modificaci¨®n en el valor del peso, lo quiera o no el Gobierno, se haya aprobado o no el TLC.
En el fondo, el problema yace en los tiempos, como en cada sucesi¨®n presidencial. Las autoridades hacendarias mexicanas no pueden devaluar la moneda antes de la aprobaci¨®n del convenio por el Congreso norteamericano: ello repercutir¨ªa negativamente en las ventas estadounidenses en M¨¦xico, al mismo tiempo que elevar¨ªa las exportaciones mexicanas a Estados Unidos. Tampoco es factible una devaluaci¨®n inmediatamente despu¨¦s de un hipot¨¦tico voto positivo del Congreso: equivaldr¨ªa a tomarle el pelo al poder legislativo del nuevo socio.
Pero las elecciones presidenciales ser¨¢n en agosto de 1994: imposible devaluar pocos meses antes, sin correr el riesgo de perder, o de verse obligado de nuevo a un fraude electoral generalizado. De all¨ª la urgencia del Gobierno del presidente Salinas de Gortari por finiquitar el tr¨¢mite del NAFTA: su destino est¨¢ atado a la posibilidad de posponer cualquier devaluaci¨®n hasta despu¨¦s de los comicios del a?o pr¨®ximo.
Lo cual nos lleva a la tercera raz¨®n -la que es decisiva- de la falsedad del catastrofismo en torno al acuerdo de libre comercio. El r¨¦gimen actual en M¨¦xico quiere posponer lo m¨¢s que pueda cualquier cambio brusco en la paridad: al igual que todos sus antecesores. Los ¨²ltimos tres no lo lograron: tanto Luis Echeverr¨ªa como Jos¨¦ L¨®pez Portillo y Miguel de la Madrid se vieron obligados a devaluar antes de irse. La explicaci¨®n no se hallaba entonces en el NAFTA o en el Congreso norteamericano, sino, al igual que ahora, en el mecanismo sucesorio mexicano. Cuando el poder se transfiere por la v¨ªa del dedazo y no mediante elecciones; cuando la clave de b¨®veda del proceso es el sigilo y la conspiraci¨®n; cuando uno de los criterios principales de la selecci¨®n es la forma en que el escogido cubrir¨¢ las espaldas del predecesor, de su familia y de sus amigos, no es de extra?ar que cada fin de sexenio culmine en una crisis financiera, de confianza y de destino nacional.
Pero la culpa la tiene el sistema sucesorio, no el entorno econ¨®mico. De haber un NAFTA este a?o, quiz¨¢ se evite la crisis que se perfila ya en el horizonte; pero conviene recordar que sin NAFTA ni riesgos de su rechazo, jam¨¢s se ha dado una sucesi¨®n indolora en M¨¦xico. Cada fin de sexenio ha tenido su derrumbe, salvo quiz¨¢ en 1963, cuando un Adolfo L¨®pez Mateos le entreg¨® anticipadamente el mando real a Gustavo D¨ªaz Ordaz a ra¨ªz de su deteriorada salud. La aprobaci¨®n oportuna del NAFTA evitar¨ªa uno de los descalabros posibles, sin garant¨ªa alguna de que otro no sucediera, como siempre desde hace m¨¢s de cincuenta a?os. En cambio, salvar¨ªa el factor causal m¨¢s importante de un sinfin de dramas pasados y adicionales: el tapadismo mexicano, o la tragic¨®mica sobrevivencia del Imperio Romano en la v¨ªspera del siglo XXI.
El futuro de M¨¦xico no depende del acuerdo de libre comercio: ni de su aceptaci¨®n, ni de su rechazo. Y el destino del NAFTA no se encuentra en la especie de chantaje impl¨ªcito de los partidarios -mexicanos y estadounidenses- de la tesis de seguridad nacional. Su suerte est¨¢ en manos imprevisibles o err¨¢ticas: la evoluci¨®n de la econom¨ªa de Estados Unidos, el ¨¦xito pol¨ªtico del presidente Clinton y, en particular, de su reforma del sistema de seguridad social norteamericano, y del encono, la fuerza y el dinero de Ross Perot. Un pa¨ªs del tama?o, la grandeza y la trascendencia de M¨¦xico no puede vivir o morir por motivos tan aleatorios.
es profesor visitante de Relaciones Internacionales en la Universidad de Princeton.
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