Me muero de envidia
Este a?o casi no he podido ir a los toros. Siempre he pensado que un trabajo que te retira de tus pasiones, es un calvario. La teor¨ªa, adem¨¢s, me val¨ªa para imponer mi derecho moral a escaparme a Las Ventas, lloviera o tronara. Que se pon¨ªa Franco malo y toreaba Paco Camino, pues que esperara el enfermo. Que ca¨ªa la Bolsa en picado mientras Curro hac¨ªa el pase¨ªllo, all¨¢ las cotizaciones. No siempre las cosas eran as¨ª de f¨¢ciles y a veces era necesario recurrir a la c¨¦lebre t¨ªa gravemente enferma (muerta no interesaba, por que el sepelio solamente da juego tres d¨ªas, mientras que la enfermedad se puede prolongar) o a la visita urgente al dentista, mientras hac¨ªa el pase¨ªllo por la redacci¨®n ante la mi rada sospechosa de mi jefe. Hubo una vez, incluso, que me tuve que inventar una secci¨®n fija y escribir un art¨ªculo todas las tardes, con tal de tener atada y bien atada mi escapada a la plaza. Naturalmente, trabaja ba en otro medio.Nunca cre¨ª que la situaci¨®n ser¨ªa tan grave como para que el mes de mayo se me pasara sin pena ni gloria. No ha sido una sola circunstancia, sino un c¨²mulo de desgracias las que me ha impedido cumplir mi rito anual de pasarme veinticinco tardes sentado al sol en la andanada del 7, casi pegado a la bandera. La cat¨¢strofe empez¨® hace tres a?os, cuando a mi amigo Ambrosio le hicieron capitoste del consejo taurino y el t¨ªo empez¨® a ir al callej¨®n y a saludar desde abajo con la manita, mientras se daba el pico con el mundillo. La gente no tiene moral; se pasa la vida defendiendo las esencias de la afici¨®n y luego, con la excusa del trabajo, te deja tirado porque tiene mejor sitio.
Luego lleg¨® el caso de Vicente. Lo tengo que explicar: Vicente es uno de esos espec¨ªmenes extraordinarios de los que no debe haber m¨¢s de dos docenas en cada plaza. Sabe de toros m¨¢s que nadie, es equilibrado en el juicio, no chilla, nunca y, adem¨¢s, tiene el buen gusto de no sacar el pa?uelo para pedir la oreja. Es decir, que no se rinde. Vicentes hay pocos y cuando te toca uno al lado es mejor que el premio gordo de la loter¨ªa de Navidad. Yo lo ten¨ªa, le mimaba hasta la zalamer¨ªa y, de repente, el a?o pasado decidi¨® que se cambiaba a las localidades de jubilado, que son gratis y, adem¨¢s, est¨¢n en sombra. A los que nos quedamos nos pareci¨® una traici¨®n, pero no le dijimos nada por respeto y, tambi¨¦n, por agradecimiento. Ya antes se hab¨ªa casado Conchita, dej¨® de venir la mujer de Pepe -que se pasaba el festejo fumando de lado- y Manolo se hizo populista. No todo fueron bajas: desde hace un par de a?os, a los vecinos del 6 se ha incorporado un grupo de palmeros fan¨¢ticos, a los que Dios ha dotado con una magn¨ªfica garganta, que nos hacen la fiesta insoportable.
Tanta desgracia unida justifica una cierta pereza. Si a eso le sumas que ando de cabeza con el trabajo, el resultado es que, tarde s¨ª y tarde tambi¨¦n, me quedo aqu¨ª pegado al ordenador, mientras en la plaza la gente se de sespera con los mansos, grita pico, empina la bota y le dice barbaridades al presidente.
De vez en cuando, me asalta la melancol¨ªa, me acerco a los monitores de Canal + y me consuelo murmurando que no me gusta, que la fiesta ya no es la que era y que como aquella media ver¨®nica del maestro Anto?ete no se vuelve a pegar ninguna otra. Pero lo que mas me ha consolado ha sido lo mucho que ha llovido este a?o en Madrid y el mal juego que ha dado el ganado. No es que yo sea insolidario, es simplemente que, si no puedo ir a los toros, prefiero que el festejo sea un fracaso y termine como el rosario de la aurora. Lo que sea, antes de perderme un buen pase.
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