La palabra en libertad
La muerte de Severo Sarduy deja un vac¨ªo insustituible, en su vertiente experimentalista, en la literatura latinoamericana. El verbo gozoso, autocomplaciente, brillante e irreverente de sus libros, deja obras de indudable valor para quien entienda la literatura como una aventura textual.En una de sus ¨²ltimas publicaciones de ficci¨®n, Cocuyo (1990), se ve¨ªa claramente el empecinamiento transgresor de Sarduy. A casi 20 a?os de su obra m¨¢s reconocida y traducida en todo el mundo, Cobra (1972), el escritor cubano manten¨ªa ¨ªntegra su concepci¨®n de la narrativa: mezcla de todos los registros posibles de la escritura, en ese amplio espectro que va de lo popular a lo culto, de lo profano a lo sagrado.
Severo Sarduy tuvo referentes literarios que le se?alaron el camino a seguir, en las obras y postulados del gran Lezama Lima, y en el inclemente humor de su otro compatriota Cabrera Infante. Con esos flancos cubiertos y las recetas te¨®ricas del grupo de ¨¦lite formado por Tel Quel, Sarduy se puso manos a la obra: escribir en un canon de ir¨®nico barroquismo, pero siempre atento a desprestigiar la realidad tal como se presenta o nos las quieren presentar.
Ninguna de sus novelas -tambi¨¦n fue un pol¨¦mico ensayista- carece de trama, aunque su complicada exuberancia verbal parezca negarlo. Desde Gestos (1967), o De d¨®nde son los cantantes (1967), hasta Maipreya o Colibr¨ª, el autor argument¨® siempre, con s¨®lidas estructuras, su investigaci¨®n verbal.
Signos y claves
Su literatura est¨¢ hecha de signos y claves. El lector ha de colaborar para que el discurso adquiera sus definitivos y m¨²ltiples sentidos. Sarduy pertenece a una especie literaria en lento proceso de extinci¨®n. El autor que creando su espacio literario crea simult¨¢neamente su lector, su c¨®mplice. Pero el escritor cubano nunca escondi¨® sus cartas. Su ret¨®rica -jam¨¢s gratuita, como sucede con las ret¨®ricas verdaderas-, estaba al alcance de quien deseara -el deseo es una palabra y un gesto fundamentales en su obra- utilizar su discurso como fuente de placer.
Severo Sarduy, desde que se march¨® de Cuba, no regres¨® nunca m¨¢s a su pa¨ªs. Las razones creo innecesarias enumerarlas. Sus discrepancias no fueron s¨®lo pol¨ªticas, sino tambi¨¦n est¨¦ticas. Un individuo con sus criterios formales no pod¨ªa casar con ning¨²n tipo de militarismo literario. Su oposici¨®n al r¨¦gimen de Fidel Castro estaba impl¨ªcito en su manera de entender la escritura. Con secretos, con luces fustigadoras y con un humor que pon¨ªa casi en solfa su propio estatuto de escritor. Las dictaduras, sean del color que sean, imponen -que no desean- un escritor lo m¨¢s parecido a una estatua de relumbr¨®n. La inteligencia de Sarduy no soportaba esos deshonestos requirimientos. Con ¨¦l se va alguien que hizo de su pa¨ªs, como dijo alguien certeramente, una met¨¢fora del mundo, no siempre el m¨¢s apropiado para hacer de la palabra un lugar de libertad y lucidez.
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