Pujol y Arzalluz
LA RESPUESTA de Arzalluz y Ardanza a los requerimientos de Gonz¨¢lez ha sido sustancialmente diferente a la de Pujol. Pero ello no tanto por el alcance del compromiso que sus partidos respectivos han estado dispuestos a asumir como por la argumentaci¨®n en nombre de la cual han fijado los l¨ªmites de ese compromiso. Los nacionalistas vascos han venido a decir que si las cosas van, mal para Espa?a, ir¨¢n mal para Euskadi, por lo que se consideraban obligados a colaborar. Pujol, por el contrario, ha puesto el acento en los riesgos que para su proyecto pol¨ªtico nacionalista supondr¨ªa comprometerse ahora (ahora justamente) en el Gobierno de Espa?a. En ambos casos, los interlocutores de Gonz¨¢lez han planteado el dileina desde la ideolog¨ªa nacionalista, pero es evidente que desde perspectivas y actitudes diferentes.Tal vez se han cargado las tintas al criticar la referencia de Pujol a que participar en el Gobierno de Espa?a ser¨ªa "un favor" por su parte. La expresi¨®n resulta desafortunada, pero tiene un fondo de realidad: no es lo mismo la oferta de participaci¨®n minoritaria en el Gobierno hecha a un partido nacionalista que a uno que no lo sea. Es evidente que en el primer caso ambas partes asumen riesgos que no se dan en el segundo. Pero el reproche que cabe hacer a Pujol es precisamente que no haya estado dispuesto a ir un mil¨ªmetro m¨¢s all¨¢ de lo que cabe esperar de un nacionalista respecto al Estado; que no haya estado dispuesto a asumir riesgo alguno en defensa de un inter¨¦s general que, sin embargo, formaba parte de su oferta electoral.
Un pacto, incluso entre fuerzas muy alejadas, no podr¨¢ implicar la exigencia de renuncia a las propias convicciones ideol¨®gicas. Pero s¨ª implica una lealtad b¨¢sica entre los socios, y de ¨¦stos hacia el sistema. Arzalluz y Ardanza no son menos nacionalistas que Pujol o Duran Lleida. Pero la participaci¨®n del nacionalismo en el Gobierno central puede plantearse desde dos perspectivas diferentes: a) la de tratar de aprovechar la debilidad del Gobierno que requiere su apoyo para obtener ventajas que en otras condiciones no alcanzar¨ªa; b) la de tratar de influir en la gobernaci¨®n del Estado de manera que resulte lo m¨¢s acorde posible con los propios planteamientos econ¨®micos, auton¨®micos, etc¨¦tera. Al plantear exigencias previas como la del 15% del IRPF o la ' de la asunci¨®n ¨ªntegra del propio programa, Pujol actu¨® m¨¢s bien de acuerdo con la primera perspectiva. Lo que cabe reprocharle no es entonces que recuerde su condici¨®n de nacionalista y la prioridad otorgada a los intereses espec¨ªficos de su comunidad, sino que considere incompatible en la pr¨¢ctica esa condici¨®n y esos intereses con la defensa de los que son comunes a todos los espa?oles.
La distinta disposici¨®n mostrada por los representantes del PNY` puede tener que ver con la especial incidencia de la crisis econ¨®mica en Euskadi, o quiz¨¢ simplemente con su mayor experiencia en materia de pactos -de legislatura y de coalici¨®n- en el Gobierno aut¨®nomo. Pero es posible que ambos factores hayan confluido en la convicci¨®n de que no colaborar ahora con los socialistas significaba apostar por una alternativa encabezada por el Partido Popular. Y as¨ª como esa perspectiva parece no preocupar, e incluso atraer a Jordi Pujol, resulta impensable para el PNV. Pues si bien es cierto que el de Arzalluz y Ardanza es un partido de centro o de centro-derecha, su base social se considera, seg¨²n vienen mostrando todas las encuestas desde 1977, mucho m¨¢s cerca de lo que pueda representar un socialismo moderado que de un partido conservador. En la medida en que algo similar ocurre con el electorado nacionalista catal¨¢n, es posible que el compromiso del PNV sirva de efecto demostraci¨®n para poner a prueba la eficacia del pacto y disolver las suspicacias de Pujol.
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