Sobre tolerancia y creatividad
Una oleada de intolerancia recorri¨® de nuevo Espa?a cuando hace unos d¨ªas el Papa negaba en Madrid la posibilidad de valores ¨¦ticos fuera de la cultura religiosa que ¨¦l representa, rechazando con ello la existencia de las diferentes tradiciones de humanismo laico.Con el mayor respeto a quienes comparten sus ideas, y sin entrar a dilucidar si en algunos momentos de su intervenci¨®n traspas¨® o no la barrera de lo religioso para entrar directamente en la pol¨ªtica secular y partidaria, merece la pena reflexionar sobre el significado del mensaje papal en un momento como el actual, en el que prevalece una cierta desorientaci¨®n de valores, como suele suceder en las etapas de cambio hist¨®rico acelerado.
El Papa afirma que el origen de todos los males de la sociedad es su alejamiento de Dios. Sus palabras nos devuelven a trav¨¦s del tiempo el eco de las de Jos¨¦ de Maistre cuando imputaba al designio divino todos los males derivados de la Revoluci¨®n Francesa, enviados para castigar la maldad y regenerar la naturaleza ca¨ªda de unos hombres vanidosos, los ilustrados, quienes imaginaron que su propia voluntad pod¨ªa imponerse a las leyes divinas inexorables. Para De Maistre, esa ilusi¨®n enga?osa es la ra¨ªz de la fe en la democracia, que conduce al yugo de la tiran¨ªa del pueblo, que es la peor de todas. El remedio contra ella consiste en reconocer la autoridad donde ¨¦sta reside leg¨ªtimamente, que es en la Iglesia, creyendo y haciendo lo que ordena Dios a trav¨¦s de su representante en la tierra. Esto ¨²ltimo se corresponde casi textualmente con el mensaje del Papa.
Llama la atenci¨®n y resulta preocupante la receptividad escasamente cr¨ªtica que un mensaje como el del Papa, tan rotundamente antimoderno, encuentra en algunos segmentos de nuestra sociedad. En mi opini¨®n, se trata de un movimiento de repliegue hacia el autoritarismo, que tiende a adoptarse como valor-refugio en inomentos de incertidumbre. En su libro El fuste torcido de la humanidad (editorial Pen¨ªnsula), Isaiah Berlin, al situar el pensamiento de Jos¨¦ de Maistre en los or¨ªgenes del fascismo, encuentra en este autor la quintaesencia del pensamiento fatalista, seg¨²n el cual la vida se presenta como "la confusi¨®n ciega de un campo de batalla permanente en que los hombres combaten porque no pueden hacer otra cosa, sometidos al decreto misterioso a trav¨¦s del cual Dios rige el universo". Probablemente guiado por las mismas consideraciones, el Papa recomienda la "vuelta a Dios" como ¨²nico remedio para todos los males que nos aquejan, incluidos los de car¨¢cter terrenal.
Este pensamiento est¨¢ en flagrante contradicci¨®n con los valores m¨¢s ampliamente compartidos en nuestra sociedad, seg¨²n demuestran todas las encuestas de opini¨®n. Se trata, desde luego, de un pensamiento preilustrado, por cuanto en la Ilustraci¨®n -al decir de Berlin- se derrumb¨® la idea de una verdad universal para todos los hombres, en todas las partes y en todas las ¨¦pocas. Esta convicci¨®n, que hab¨ªan venido compartiendo los cultivadores del trascendentalismo ¨¦tico, basado en la teolog¨ªa, con los partidarios de una ¨¦tica racionalista, para quienes Ias cuestiones de valor pueden dilucidarse en el mismo sentido que las cuestiones de hecho", fue difumin¨¢ndose a lo largo del siglo XVIII.
A su t¨¦rmino, tales convicciones se hab¨ªan vuelto m¨¢s que dudosas, pero aun sin aquella verdad universal -bien de naturaleza teol¨®gica, bien metaf¨ªsica- pudieron encontrarse programas sociales y pol¨ªticos considerablemente m¨¢s modestos, que trataban simplemente de dar "la m¨¢xima satisfacci¨®n posible al mayor n¨²mero de hombres", como reza el ideario utilitarista.
Vico y Herder fueron los ¨²nicos pensadores del siglo XVIII que -aun situ¨¢ndose parad¨®jicamente en el campo de los fil¨®sofos piadosos- rompieron con esta tradici¨®n. Para ellos, como tan certeramente se?ala Berlin, los valores son m¨²ltiples, lo que no implica relativismo alguno, sino m¨¢s bien pluralismo: hay muchos fines, muchos valores ¨²ltimos no estructurados jer¨¢rquicamente, todos ellos objetivos, algunos incompatibles con otros, que son perseguidos por sociedades o ¨¦pocas diferentes y por grupos o individuos distintos en la misma sociedad. Por tanto, "la idea antigua de una sociedad perfecta en la que se compaginan todos los fines humanos verdaderos resulta conceptualmente incoherente", ya se trate de la ciudad de Dios de san Agust¨ªn o de cualquiera de los lugares ut¨®picos inspirados en La rep¨²blica, de Plat¨®n. Esta conclusi¨®n de Berlin es la misma a la que lleg¨® H?lderlin, quien rechaz¨® las filosof¨ªas teleol¨®gicas que postulan para¨ªsos terrestres como culminaci¨®n de la historia, como dec¨ªa Rafael Argullol en EL PA?S al conmemorar el 1500 aniversario de este poeta y pensador rom¨¢ntico.
El Papa y sus seguidores pol¨ªticos -que no tienen por qu¨¦ coincidir con sus seguidores religiosos- propugnan la vuelta a imperativos ¨¦ticos preilustrados. El retroceso que ello significa resulta todav¨ªa m¨¢s llamativo si se considera que el propio acervo humanista del siglo XVIII ha tenido que librar una larga pugna contra la pretensi¨®n rom¨¢ntica de sustituir la ¨¦tica y la pol¨ªtica basadas en el conocimiento por otras basadas en el imperativo categ¨®rico: un imperativo que impulsa al individuo a hacer lo que le parece justo y bello, siguiendo con ello un modelo ¨¦tico m¨¢s propio del proceso de creaci¨®n art¨ªstica que del proceso cognoscitivo. Rousseau y Kant fueron los iniciadores de esta corriente, que encontr¨® en Fichte a su defensor m¨¢s apasionado. Para ¨¦l, los valores no se descubren, sino que se crean.
As¨ª pues, los ¨²ltimos 150 a?os han presenciado el choque y la interrelaci¨®n entre el culto rom¨¢ntico a la creatividad y el antiguo ideal universal, basado en la raz¨®n y el conocimiento. Isaiah Berlin ha hecho un balance al mismo tiempo luminoso y sombr¨ªo de la influencia desintegradora del romanticismo, no por la rebeli¨®n ca¨®tica y creativa del artista libre, sino por su vertiente totalitaria, fruto de la trasposici¨®n del impulso art¨ªstico de dominio sobre las cosas al del dominio pol¨ªtico sobre las personas. Pero somos herederos de aquellas dos tradiciones, la del descubrimiento objetivo y la de la creaci¨®n subjetiva. Berlin concluye afirmando que oscilamos entre ellas intentando vanamente combinarlas o ignorando que son incompatibles (Di¨¢logo con Isaiah Berlin, Anaya & Mario Muchnik).
Sin embargo, all¨ª donde se preserv¨® el aliento humanista, la idea rom¨¢ntica tuvo un efecto extraordinariamente positivo, de ruptura con las ortodoxias y de liberaci¨®n de energ¨ªa creativa. Es la misma inspiraci¨®n que late en John Stuart Mill cuando escribe Sobre la libertad: "Nadie negar¨¢ que la originalidad es un valioso elemento en los negocios humanos. Constantemente se nota la necesidad de que haya quien se dedique a ( ... ) iniciar nuevas pr¨¢cticas y a dar ejemplo de una conducta m¨¢s ilustrada y de mayor gusto y buen sentido para los negocios humanos... El genio no puede respirar libremente m¨¢s que en una atm¨®sfera de libertad. Los hombres de genio son ( ... ) m¨¢s individuales que los otros... Precisamente porque la tiran¨ªa de la opini¨®n es tal que hace un crimen la excentricidad, es de desear, para romper esa tiran¨ªa, que los hombres sean exc¨¦ntricos".
Libertad, tolerancia y creatividad que Juan Pablo II considera incompatibles con la ¨¦tica, porque sustenta una posici¨®n monista. En cambio, la ¨¦tica pluralista que prevalece en nuestro tiempo implica reconocer la existencia de valores diferentes de los que nosotros profesamos, sin que ello signifique necesariamente dudar de la objetividad de estos ¨²ltimos. La vida permite una pluralidad de valores, de autenticidad similar. Siguiendo la formulaci¨®n de Berlin: "En la sede de la historia humana hay muchas mansiones". El pluralismo en que se fundamenta el mundo moderno, que el Papa parece rechazar, implica una idea humanista y emp¨ªrica de la ¨¦tica, basada en que existen "ciertas propiedades morales profundamente arraigadas en la naturaleza humana -libertad, justicia, b¨²squeda de la felicidad, honestidad, amor-, a las que apelamos cuando tomamos decisiones morales y pol¨ªticas de car¨¢cter fundamental, que han sido aceptadas por la mayor¨ªa de los hombres durante la mayor parte de la historia, y a las que por esa raz¨®n consideramos normas ¨¦ticas universales que interesan a todos los seres humanos como tales, no como miembros de tal o cual nacionalidad, religi¨®n, profesi¨®n o car¨¢cter".
?lvaro Espina es secretario de Estado de Industria.
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