Un futuro incierto
Elecciones hist¨®ricas. La noche del 6 de junio pasado, en el bolet¨ªn de las diez del World service de la BBC, y a pesar de la confusi¨®n entonces reinante, me aventur¨¦ a vaticinar el inicio de una nueva era en la pol¨ªtica espa?ola. Un examen m¨¢s sosegado de los datos electorales completos parece confirmar esta impresi¨®n inicial.Con el paso del tiempo se ha tendido a olvidar la magnitud del vuelco electoral producido en octubre de 1982. En aquellos comicios, el principal partido de la oposici¨®n no s¨®lo obtuvo el 47% de los votos (porcentaje que rara vez logra un solo partido en las democracias occidentales), sino que adem¨¢s el partido que ostentaba el poder desapareci¨® sin pasar siquiera a ejercer la oposici¨®n. De hecho, las elecciones de 1982 tuvieron como resultado la creaci¨®n de un nuevo sistema de partidos, caracterizado por la presencia de una fuerza hegem¨®nica. Lo realmente notable es que hayan sido necesarias tres convocatorias electorales para poner fin a una situaci¨®n a todas luces excepcional, fruto de las circunstancias propias de la transici¨®n a la democracia.
?Un resultado inesperado? A pesar de la profunda recesi¨®n econ¨®mica, de la ola de esc¨¢ndalos econ¨®micos relacionados con su partido y del colapso de la socialdemocracia en el resto de Europa, Gonz¨¢lez ha obtenido su cuarta victoria, superando as¨ª el r¨¦cord de Margaret Thatcher. Quienes vivimos de cerca las elecciones brit¨¢nicas de 1992 tuvimos muy presente a lo largo de la campa?a la posibilidad de que las encuestas errasen de nuevo, y de que el partido en el poder revalidase su t¨ªtulo. Al final se ha comprobado que entre los aparentemente indecisos hab¨ªa muchos votantes socialistas que tend¨ªan a ocultar su intenci¨®n de voto dado el descr¨¦dito en el que hab¨ªa ca¨ªdo el partido de su elecci¨®n.
M¨¢s de lo mismo. Como bien saben tanto Gonz¨¢lez como Major, resulta dificil ilusionar al electorado cuando se lleva m¨¢s de una d¨¦cada en el poder. Gonz¨¢lez se limit¨® a ofrecer m¨¢s de lo mismo, sin introducir elementos nuevos en su oferta electoral, y sus principales rivales no supieron aprovecharse de ello. El partido del Gobierno hizo una campa?a m¨¢s bien negativa, mostrando mayor convicci¨®n en la cr¨ªtica a los programas de los dem¨¢s que en la defensa del suyo propio. De hecho, Gonz¨¢lez parec¨ªa m¨¢s interesado en evitar el triunfo de su rival que en permanecer en el poder para implementar su proyecto.
Felipismo. Tanto las encuestas (que en esto s¨ª acertaron) como el desarrollo de la propia campa?a electoral pusieron de manifiesto un fen¨®meno que el resultado final no hizo sino confirmar: la excepcional importancia del liderazgo pol¨ªtico. De hecho, Espa?a es quiz¨¢ el pa¨ªs europeo donde m¨¢s peso tiene esta variable y donde m¨¢s se personaliza el enfrentamiento electoral. Este factor, que Gonz¨¢lez supo aprovechar a pesar de algunos errores iniciales, contribuy¨® decisivamente a su victoria. Sin embargo, las elecciones no han servido para solucionar el conflicto latente entre los distintos sectores de su partido, que probablemente se agudice en la negociaci¨®n con otras formaciones. En estas condiciones, es poco probable que se produzca una aut¨¦ntica renovaci¨®n del mismo, ni que se plantee seriamente el problema de la sucesi¨®n.
El peso del pasado. Una de las caracter¨ªsticas m¨¢s sorprendentes de la campa?a ha sido el papel de los referentes hist¨®ricos. Al margen de otras consideraciones, resulta un tanto contradictorio que quienes m¨¢s se afanan por proclamar la consolidaci¨®n de la democracia, hasta el extremo de pretender exportar el modelo espa?ol a otras latitudes, sean tambi¨¦n los primeros en cuestionar la voluntad democr¨¢tica del principal partido de la oposici¨®n en cuanto surge la posibilidad de una derrota electoral. Esta estrategia estuvo justificada en la campa?a de 1977, cuando todav¨ªa no se hab¨ªa decidido el car¨¢cter constituyente de las primeras Cortes, pero carec¨ªa por completo de sentido a la altura de 1993.
Alternativa. Por primera vez desde 1982 existe en Espa?a una alternativa viable al partido en el Gobierno. Como demuestran las experiencias japonesa e italiana, y m¨¢s recientemente la brit¨¢nica, la ausencia de una alternativa atenta contra la salud de las instituciones democr¨¢ticas. Es de esperar que en la etapa que ahora se inicia presenciemos una revitalizaci¨®n de la vida pol¨ªtica y una recuperaci¨®n del prestigio y la eficacia de las instituciones parlamentarias.
El centro-derecha. La existencia de dicha alternativa ha sido posible gracias a un proceso de renovaci¨®n que puede superar definitivamente las divisiones e incoherencias que han venido debilitando el centro-derecha espa?ol no s¨®lo desde 1982, sino incluso desde 1976. El proceso de reforma pol¨ªtica auspiciado desde el poder en 1.976-1977, tan digno de encomio por m¨²ltiples motivos, se sald¨® sin embargo con una ruptura entre quienes lo protagonizaron y quienes lo aceptaron a rega?adientes. Esta divisi¨®n fundacional dej¨® de tener sentido en 1982, a pesar de lo cual AP nunca fue capaz de hacerse con el voto centrista. Han sido necesarias una refundaci¨®n del partido, varios cambios de liderazgo y una d¨¦cada en la oposici¨®n para empezar a conseguir ese objetivo. Hoy, por primera vez desde 1977, un solo partido cubre todo el espectro de centro-derecha, y goza adem¨¢s de mayor unidad y coherencia interna que sus principales rivales.
?Dos Espa?as? Los datos disponibles parecen sugerir que el triunfo del PSOE ha sido posible en parte gracias al voto de los parados, los jubilados y las amas de casa, mientras que el PP ha obtenido un apoyo creciente entre los activos, los j¨®venes y los estudiantes. Se confirma, asimismo, una mayor presencia del PP en las capitales de provincia, y muy especialmente en las ciudades de entre 200.000 y medio mill¨®n de habitantes, as¨ª como la consolidaci¨®n del PSOE en el hinterland rural. Ello no significa, como pretenden algunos, que el 6 de junio triunfase la Espa?a subsidiada a expensas de la Espa?a productiva; no olvidemos, entre otros, los excelentes resultados del PSOE en la Catalu?a urbana. Sin embargo, s¨ª es un dato que Gonz¨¢lez habr¨¢ de tener muy en cuenta a la hora de exigir los sacrificios que sin duda requerir¨¢ la superaci¨®n de la crisis econ¨®mica, y que posiblemente le obligue a realizar concesiones que no ser¨¢n bien recibidas por amplios sectores de su partido.
Gobierno de coalici¨®n. Es posible que, en una ¨¦poca de crisis econ¨®mica aguda y de profunda inestabilidad internacional, lo mejor para Espa?a hubiese sido un Gobierno monocolor apoyado en una mayor¨ªa estable. Dado que los resultados excluyen esta posibilidad, era aconsejable hacer de la necesidad virtud y aprovechar la ocasi¨®n para buscar un Gobierno de coalici¨®n con los nacionalistas catalanes. El motivo que se suele aducir para ello es la conveniencia de hacerles copart¨ªcipes de la gobernabilidad del Estado, argumento que se asemeja un tanto al de los supuestos europe¨ªstas que claman por atar el caballo alem¨¢n al carro comunitario, por temor a que se desboque. Convendr¨ªa, sin duda, amarrar el caballo alem¨¢n, pero no para tenerlo en el establo, sino para que tire solidariamente del carro del Estado.
Un futuro incierto. Quiz¨¢ lo m¨¢s notable del proceso electoral que acabamos de vivir sea que apenas ha despejado ninguna de las grandes inc¨®gnitas a las que se enfrenta la sociedad espa?ola, y por primera vez en nuestra historia electoral el Gobierno saliente no tiene nada que envidiar a su sucesor. A pesar de todo, el alto nivel de participaci¨®n y el inter¨¦s con el que se ha seguido la campana constituyen sin duda evidencia de una excelente salud democr¨¢tica.
Charles T. Powell es fellow de St. Antony's College, Oxford.
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