"T¨ªrate, t¨ªrate"
Un nuevo y caro deporte de riesgo se puede practicar_ya en MadridO. CABEZAS / A. HAAGE Madrid
Los madrile?os amantes del mes, 90 est¨¢n de enhorabuena. Con la Inauguraci¨®n ayer de la primera Plataforma para practicar el llamado bungy jumping que se instala en Madrid, tendr¨¢n, a partir de ahora, una posibilidad m¨¢s de liberar dosis de adrenalina y de experimentar sensaciones de peligro. Un riesgo, eso s¨ª, muy controlado, no muy accesible para ,muchos bolsillos (5.000 pesetas) sobre el que no hay a¨²n legislaci¨®n en Espa?a, a diferencia de otros pa¨ªses.El bungy consiste en saltar en ca¨ªda libre desde una plataforma elevada y sujeta a una gr¨²a, pero atado por los tobillos a una cuerda el¨¢stica. Tambi¨¦n es el nombre que recibe el tipo de cuerda utilizado, hecha de resistentes fibras de l¨¢tex.
En la gr¨²a de 40 metros instalada en el recinto Parquesur, en Legan¨¦s (170.000 habitantes), se puede practicarlo ya con, aparentemente, todo tipo de medidas de seguridad. A no ser que se est¨¦ embarazada, se sea epil¨¦ptico o se tengan problemas nerviosos o de coraz¨®n. Seg¨²n un portavoz de la empresa propietaria (Bungy Jumping, SL, filial de la danesa Bungy Jumpimg International Ltd., la m¨¢s importante del sector y que opera en m¨¢s de 15 pa¨ªses), antes de saltar hay que firmar un documento en el que se advierte al cliente de los posibles riesgos y se realiza un somero examen f¨ªsico. Pero ayer, en una demostraci¨®n para la prensa, dos redactores de EL PA?S saltaron sin que se les examinase y sin que se les mostrase ning¨²n documento en el que asumieran su responsabilidad.
Cada cuerda flexible, de siete metros de longitud, que se estira un 400%, resiste un peso de 1. 800 kilos y va asegurada a los tobillos con cinchas y mosquetones. Aparte de eso, el arrojado saltador lleva en el pecho un arn¨¦s (similar a un peto) unido a una cuerda de seguridad. Cuatro expertos supervisan el salto en todo momento: un piloto de gr¨²a, un responsable de ajustar y controlar cinchas y arneses, un monitor en la plataforma y otro que se encarga de que el saltador aterrice sin problemas.
Sergio Bayarri y Juli¨¢n D¨ªaz-Pat¨®n, gerentes de la filial espa?ola de la empresa propietaria, creen que la gr¨²a ser¨¢ todo un ¨¦xito, pese a lo cara que resulta la experiencia (5.000 pesetas el primer salto y 4.000 los siguientes). Juli¨¢n justifica lo elevado ole la tarifa en que las grandes medidas de seguridad encarecen mucho los costes. "Adem¨¢s", afirma, "trabajamos con materiales de primera calidad y tenemos monitores cualificados. Todo eso, naturalmente, es caro".
Qu¨¦ se siente
O.C. / A. H. El piloto de gr¨²a ha subido la plataforma hasta una altura de 40 metros. Dentro de ella van un monitor (denominado maestro saltador) y el cliente, cuyo miedo, por tratarse de la primera vez que hace bungy, guarda proporci¨®n geom¨¦trica con la subida. Una vez parados en medio del cielo, hay que darse la vuelta y andar un par de pasos hacia la parte abierta de la plataforma, como si uno fuera un condenado a muerte en un barco pirata. "Tres, dos, uno... ?Salta!". Y a volar.
El temblor de rodillas de la subida deja paso a una sensaci¨®n de abismo, de precipitaci¨®n hacia ning¨²n sitio, de vac¨ªo, de cl¨ªmax, mientras las tripas est¨¢n todav¨ªa en la plataforma. Pero es algo fugaz, que se desvanece a la vez que es percibido. Cuando la goma de siete metros llega a su m¨¢ximo de estiramiento, el saltador se queda colgado a unos siete metros del suelo y su cuerpo empieza a desacelerarse y rebotar y la inquietud da paso al relajo. Los nervios dejan su huella en forma de agotamiento.
Otro monitor ayuda al cliente a llegar al suelo. A medida que uno se va despojando de arneses, tobilleras, cinchas y cuerdas, ve que todo el cuerpo le tiembla. La tensi¨®n pasa factura.
Pero tambi¨¦n se encuentra esa excitaci¨®n primordial que quien ha afrontado alg¨²n riesgo conoce. Es un riesgo para yuppies, un juguete caro para ni?os grandes que quieran presumir de machotes con cierta garant¨ªa.
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