Cuando desaparecen los comisarios cae la m¨¢scara del terror
El robo a pqnta de pistola de un autom¨®vil revela la corrupci¨®n existente en la zona croata
La hierba llega a la altura de la rodilla en los campos de f¨²tbol de Vitez. Hay dos, uno camino de Zenica, junto a un puesto de control abandonado que sirve a los ni?os para jugar a los aduaneros y levantar el brazo como fascistas, y otro junto a la casa cuartel del coronel Blaskic, el jefe del Consejo de Defensa Croata (HVO) de la regi¨®n, una isla en el lago bosnio musulm¨¢n del centro de Bosnia-Herzegovina. Los hombres se han olvidado del f¨²tbol y se han echado al monte para defenderse de sus vecinos de ayer. Vitez se levanta junto al valle del r¨ªo Lasva, un peque?o para¨ªso en el que la luz palpable de los crep¨²sculos estivales endulza todas las cosas.?A qui¨¦n puede importarle que roben el coche y el equipo fotogr¨¢fico de un par de periodistas espa?oles cuando aqu¨ª al lado violan a las mujeres ante sus maridos y sus hijos, torturan a los adolescentes, disparan a bocajarro, queman las casas desde los cimientos al tejado, expulsan a los musulmanes y aterrorizan a los que se oponen a sus cr¨ªmenes? Nadie pod¨ªa imaginar que el robo de un autom¨®vil pudiera alumbrar mejor que muchas estampas de bombardeos en qu¨¦ est¨¢n convirtiendo Bosnia los asesinos de uniforme y los mercaderes sin escr¨²pulos.
Borko y Ferdo llegaron de uniforme y al atardecer. El jard¨ªn estaba lleno de testigos de todas las edades, ni?os sobre todo. No s¨¦ si era Borko o Ferdo el que empu?aba el rev¨®lver o sosten¨ªa el kal¨¢shnikov. Lo cierto es que lo que parec¨ªa un juego no lo era y a mano armada se llevaron el autom¨®vil. La comisar¨ªa m¨¢s cercana est¨¢ a cien metros. Es un edificio sucio y sombr¨ªo, lleno de polic¨ªas o milicianos, todos con el uniforme del HVO. Como el supuesto comisario, o jefe, o comandante. Un hombre de voz queda y bigotes descuidados. No anota, apenas se mueve, levanta un tel¨¦fono que ha conocido mil dedos grasientos y llama. Hace sus consultas, intenta bromear. "Sabemos d¨®nde est¨¢ el coche y qui¨¦n lo rob¨®. Ma?ana lo tendr¨¢n". Es lunes. Los testigos, empezando por el hermano del due?o de la casa, que se escuda en una cantinela de "Bandidos, no HVO", conocen a los ladrones, pero callan. Tienen miedo.
En un pu?o
El valle del Lasva es peque?o. Las fuerzas de los bosnios musulmanes tienen a estos croatas en un pu?o, al borde de la desesperaci¨®n. A pesar de las, buenas palabras del comandante, o comisario, o jefecillo, seguimos en su despacho, sin luz. El jefecillo se pasea nervioso. Entran subalternos, antiguos agricultores a los que la guerra dio un kal¨¢shnikov y un uniforme; son alguien cuando su pa¨ªs se desmorona.
A las siete y media de la ma?ana del martes, el comisario duerme vestido en el catre de su despacho. Se levanta un poco m¨¢s sucio, si cabe. Est¨¢ de mal humor. No hay noticias del coche ni las habr¨¢. "El coronel Blaskic sabe. En Nova Bila". Nova Bila est¨¢ a dos kil¨®metros. En la casa cuartel del coronel Blaskic se desperezan lentamente. Pero el coronel est¨¢ en Busovaca, combatiendo. Lleva all¨ª tres d¨ªas. Al otro lado del bloque de viviendas se encuentra la comisar¨ªa de Nova Bila.
Repetimos la historia. Pero nadie sabe nada. Esperamos al comisario. Todos son afables, menos uno de camisa azul, "el investigador criminal", dice Vlado, de 22 a?os, el ¨²nico que habla ingl¨¦s. Cuando el investigador se va, todos dan rienda suelta a sus secretas inquietudes: est¨¢n hartos de la guerra, quieren salir de aqu¨ª, est¨¢n atemorizados. Cuando el investigador vuelve, todos callan. "Lo que hay que hacer es mandar a todos los musulmanes a Turqu¨ªa". Limpieza ¨¦tnica pura y dura. Como los radicales serbios.
El culpable es Yellow
El comisario de Nova Bila es un tipo circunspecto, habla todav¨ªa m¨¢s bajo que el comisario de Vitez y parece tan triste como decente. Pero no ofrece muchas esperanzas. Niega que hayan sido miembros del HVO los autores del robo y apela a un tal Yellow, el padrino de la mafia local, como la ¨²nica esperanza. Yellow tiene cien hombres armados a sus ¨®rdenes y nada se mueve en Vitez sin que Yellow d¨¦ sia visto bueno. Yellow llega con escolta. Los ojos peque?os y astutos, y la corpulencia de un oso. Dicen que trabaj¨® en un casino franc¨¦s, pero sus manos no son las de un crupier. Asegura que el coche no est¨¢ en manos de sus hombres, pero que har¨¢ todo lo posible para que aparezca.
La primera visita del mi¨¦rcoles es a la primera comisar¨ªa. El jefecillo, a¨²n sin lavar y sin afeitar, no disimula su hast¨ªo ante la insistencia de "estos malditos periodistas". De la primera comisar¨ªa, a la segunda. "La ¨²nica esperanza es Yellow. Todos tenemos miedo. Nadie quiere hablar, aunque todos saben qui¨¦nes robaron el coche. Pero tenemos que vivir aqu¨ª". Vlado, que antes de la guerra trabajaba de camarero en un bar de Vitez que se llamaba C'est la Vie, es el que as¨ª se manifiesta, avergonzado de s¨ª mismo y de sus compa?eros y sin creer en la Croacia por la que le obligan a luchar.
La casa de Yellow es una finca, toda vallada, con perros, varias viviendas en las que habitan parientes cercanos y lejanos y campesinos a su servicio. Cinco camiones con la carga oculta y dos autom¨®viles aparcados en el espacioso patio dan cuenta de las buenas relaciones de su propietario. Yellow es uno de esos tipos destinados -como los hay en Belgrado, Zagreb y Sarajevo- a sacar el m¨¢ximo partido de la guerra. El futuro pasa por sus manos, y, si no tienen sitio en el pa¨ªs que est¨¢n creando a base de violencia, las divisas amasadas les permitir¨¢n una vida lejos de este barrizal donde los hombres honestos se matan con una venda en los ojos. "Est¨¢ durmiendo", dicen los labradores. La mujer de Yellow, una pelirroja malencarada, sale con un biber¨®n en la mano: "Yellow est¨¢ en el frente".
La Legi¨®n quiere rescatar a los 'secuestrados'
El embajador espa?ol en Croacia, Antonio S¨¢nchez Jara, hab¨ªa sido puesto sobre aviso del incidente del robo del coche. Protest¨® ante el Gobierno de Franjo Tudjman, el responsable intelectual de lo que ocurre en lugares tan alejados de sus alfombrados despachos de Zagreb como es el valle del Lasva, y se puso al habla con el destacamento de los cascos azules espa?oles en Medjugorje.En alg¨²n momento se produjo un equ¨ªvoco, porque el Ministerio de Defensa espa?ol pens¨® que los dos periodistas hab¨ªan sido secuestrados. Un convoy de la Legi¨®n se puso en camino hacia Vitez para rescatar a los espa?oles. Gervasio S¨¢nchez, el fot¨®grafo despojado de su equipo, supo la noticia por su peri¨®dico, El Heraldo de Arag¨®n.
Avisamos sin demora al embajador para que detuviera el convoy antes de que fuera tarde. El inter¨¦s demostrado superaba con creces al de los brit¨¢nicos. El convoy pudo ser alcanzado en Tomislavgrad, no lejos de su base.
El Centro de Prensa del Consejo de Defensa Croata (HVO) en Vitez est¨¢ instalado en el antiguo cine Princip, involuntario homenaje a aquel patriota serbio de Bosnia que liquid¨® al heredero del trono de Austria-Hungr¨ªa y desencaden¨® la I Guerra Mundial en 1914. All¨ª ya conoc¨ªan la historia del robo y, avezados adalides de la propaganda, se deshicieron en excusas, negaron con rotundidad la responsabilidad del HVO y nos mandaron a la polic¨ªa militar.
De nada sirvi¨® nuestra ira y nuestro cansancio de tanto ver c¨®mo todos los comisarios y todas las polic¨ªas jugaban su partida de mentiras con nosotros.
Segu¨ªa lloviendo cuando el primer polic¨ªa digno de tal nombre -o eso pensamos entonces- nos pidi¨® nuestros datos y el relato de lo ocurrido.
Para nuestra sorpresa, pidi¨® que le llev¨¢ramos al escenario de los hechos. All¨ª interrogaron a los testigos y los nombres de Borko y Ferdo salieron de la mordaza de silencio que atenaza el valle del Lasva. Pero fueron los ni?os -que todav¨ªa no conocen m¨¢s miedo que el que desata en su imaginaci¨®n el estruendo de las bombas cada d¨ªa m¨¢s cercanas- los ¨²nicos que se atrevieron a dar nombre a aquellos dos bandidos sin rostro. S¨®lo despu¨¦s algunos adultos, entre las esquinas de las casas y las sombras de los ciruelos, se atrevieron a confirmar que hab¨ªan sido Borko y Ferdo.
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