El valor universal de la palabra
Hay que preguntarse por qu¨¦ la palabra, que originariamente hubo de estar reducida a la conducci¨®n muy inmediata y directa de la. actividad cooperante de los interlocutores, adelantando lo que cada uno hab¨ªa de hacer en el momento siguiente, pudo raer consigo, con su encadenamiento de sujetos y predicados, su capacidad de extenderse a expresar los m¨¢s variados procesos naturales, muchos imposibles de ser percibidos directamente por los ¨®rganos de los sentidos, y -cuando sea posible- los correspondientes procesos artificiales, cuyo dominio exige COn frecuencia una actividad social ella misma compleja y dif¨ªcilmente abarcable. Por una parte, la capacidad de dilatar su campo de aplicaci¨®n, propia de la palabra, se debe, claro es, a su cualidad originaria de ir troquelando sobre su propio fondo (esto es, con el contraste de la acci¨®n y experiencia humana sobre la realidad en torno) nuevos sujetos (nuevos sustantivos) y nuevos predicados (nuevos verbos) que, con frecuencia, unos y otros, implican una elevaci¨®n del grado de abstracci¨®n de un conjunto de otros, o que, al contrario, permiten diferenciar lo antes expresado por un t¨¦rmino, en lo que designan varios nuevos distintos (1). Estos son rasgos de la evoluci¨®n de la palabra referibles a la evoluci¨®n del modo de acci¨®n y experiencia animal, espec¨ªfico del hombre. Pero me voy a ocupar de una cuesti¨®n distinta y b¨¢sica de la anterior; a saber, de las cualidades generales que ha de tener la materia universal para que con ella convenga potencialmente la palabra surgida y desplegada de la capacidad cooperante de hom¨ªnidos que, ejerci¨¦ndola, llegaron a hablar. La materia universal (como lo es para el hombre) parece siempre a la vez experimentante en focos unitarios de acci¨®n y experiencia (ante todo, los hombres y, por obvia extensi¨®n, los animales) y experimentable bajo ellos; en efecto, la realidad suele reaccionar (a las alteraciones que sufre) recuperando su estado normal, en el que sigue respondiendo conforme a experiencia. Se trata de lo que expresa la ley descriptiva de la acci¨®n y reacci¨®n, pero ?c¨®mo explicarla? De hecho, la materia es experimentable por el hombre gracias a que ella y en la medida en que ella, en el curso de su evoluci¨®n, se ha ido constituyendo en unidades de integraci¨®n de sucesivos niveles ordenadamente superpuestos (part¨ªculas subat¨®micas, ¨¢tomos, mol¨¦culas, prote¨ªnas globulares, c¨¦lulas, animales), tales que las de cada uno son condici¨®n sine qua non de la existencia de las del inmediato superior, y las de todos requieren sendos ambientes, constituidos, a su vez, siempre por conjuntos, de alg¨²n modo estables, de unidades estables de un determinado nivel; cada uno de estos ambientes, para poder ser gobernado por las unidades del nivel que corres ponda, ha tenido que alcanzar, en su evoluci¨®n, una cierta esta bilidad, pero estar a¨²n imper fectamente estabilizado; esto es, sujeto a cambios reversibles que permitan a las unidades de inte graci¨®n que lo gobiernan reali zarse en el ejercicio de su modo peculiar de conciencia y de libertad. Por tanto, la realidad no se nos ofrece sometida a leyes causales eternas y r¨ªgidas en sus elementos mismos, sino que, en su propio ejercicio, cada uno de estos elementos, ante una misma causa realmente fija, pueda responder de un modo variable, por m¨ªnima mente que sea, que constituye el cu¨¢nto de libertad y de concien cia de toda unidad genuina; este cu¨¢nto de libertad dentro de un margen irrebasable, por una parte, hace que un conjunto de unidades de un nivel (en n¨²mero, en general, inmenso para nuestros c¨®mputos guiados por los sentidos), ante la interferencia de una causa bien definida de su alteraci¨®n global, d¨¦ re sultados asimismo globales estad¨ªsticamente previsibles, con una precisi¨®n que rebasa, en ge neral con mucho, la que el hombre puede aplicar a medirlo; ahora bien, por otra parte, de termina que todo conjunto de unidades de un determinado nivel, bien coordinadas, sea influible, en mayor o menor medida, por causas ajenas a ¨¦l y volver por s¨ª -tambi¨¦n en el ejercicio de ese cu¨¢nto elemental de conciencia y libertad que las caracterice- a su estado de coordinaci¨®n normal, lo que, por una parte, asimismo hace que tal conjunto sea experimen tal (modificable muchas veces con resultado previsible con exactitud), y ello, precisamente, porque sus unidades componentes son, a su nivel, experimentales, y en segundo lugar, que si la influencia exterior es general y persistente, el conjunto sea susceptible de ser sometido a evoluci¨®n.Siempre, pues, ante todo ser, fen¨®meno o proceso natural (2), se trata de, mediante la palabra, desplazamos orientadamente desde datos de nuestros sentidos a decir algo de lo que realiza un ser o de lo que act¨²a sobre ¨¦l, en una circunstancia dada, todo puntualizado m¨¢s o menos precisamente. Pues bien, todo el conjunto de conocimientos penosamente integrado en teor¨ªas cient¨ªficas, cada vez m¨¢s abarcadoras y m¨¢s interdependientes, nos va imponiendo que la materia a todos sus niveles es referible a otros aspectos de la materia, de modo que, de lo que sabemos (de alg¨²n modo referible a los ¨®rganos de nuestros sentidos; esto es, de alg¨²n modo imaginable), podr¨ªamos llegar a definir, con la palabra, mediante el encadenamiento de sujetos y predicados, en t¨¦rminos de no importa qu¨¦ otro tipo de ser, fen¨®meno o proceso, si logramos ir descubriendo las relaciones que inevitablemente enlazan cada proceso particular con el proceso coordinado -sujeto a evoluci¨®n conjunta- del todo universal.
Galileo, en sus Di¨¢logos, asevera, con valiente confianza en la raz¨®n humana, "que Dios sabe todo, pero lo que yo verdaderamente s¨¦ lo s¨¦ como Dios mismo". Me parece que si Dios puede ser identificado con algo habr¨ªa de serlo con esa de la materia universal que la hace en cada aspecto y en cada punto potencialmente referible al todo circundante, cualidad que nos permite explorarla con el ejercicio de la palabra, que a su vez se desarrolla en un proceso tambi¨¦n potencialmente inteligible; a saber, irse realizando en pensamiento integrador de una experiencia social cada vez m¨¢s rica, si bien con la contrapartida del riesgo de extraviarse en una irracionalidad cada vez m¨¢s peligrosa. Ahora bien, digamos de pasada que esa perspectiva de progreso de la palabra no la capacitar¨¢ nunca para romper la prisi¨®n irrebasable del modo de conocimiento en que nos confinan los ¨®rganos de los sentidos propios del ente natural que somos, una especie animal, una unidad de integraci¨®n directamente supracelular.
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El valor universal de la palabra
Viene de la p¨¢gina anteriorMe parece que podemos concluir concretando que, como criatura culminante de la etapa animal de la evoluci¨®n biol¨®gica, el hombre -reci¨¦n surgido, y surgido del peque?o ¨¢mbito de la biosfera terrestre- habr¨¢ de ir dilatando muy lentamente -con la lentitud que exige el pensamiento riguroso, que a su vez es hijo de nuestra limitaci¨®n natural cong¨¦nita- la frontera del pensamiento bien establecido, frontera que, en mi opini¨®n, de ning¨²n modo hay que excluir que en un futuro oponga al pensamiento social, a la ciencia, una barrera infranqueable, no por la incoherencia de lo real, sino por agotamiento de los datos disponibles. Claro que este momento est¨¢ todav¨ªa muy distante y resulta dif¨ªcilmente concebible para el cient¨ªfico actual, tan solicitado por lo desconocido inteligible, y para el que, como regla, el valor de cada progreso es su capacidad de plantear nuevos campos de problemas.
Parece que ese hipot¨¦tico hombre futuro, todo lo sabio y todo lo ignorante a que puede aspirar la experiencia social tejida por la palabra, tendr¨ªa que concentrarse en la conducci¨®n, cada vez m¨¢s rica y satisfactoria, de su propia actividad cooperante, actividad en todo conforme con su naturaleza, realizada en el ejercicio de la palabra -esto es, en experiencia comunicable-, y ello hasta el t¨¦rmino ineluctable que imponga a la vida en la Tierra el proceso conjunto de este rinc¨®n del cosmos; con toda probabilidad, el agotamiento tel¨²rico de la atm¨®sfera o el agotamiento energ¨¦tico del Sol.
es bi¨®logo.
1. Lo mismo cabe decir de las palabras aplicadas a puntualizar relaciones sint¨¢cticas entre sujeto, predicado y los complementos, o a precisar las condiciones en que suceda lo que se expresa (el tiempo, el lugar, etc.).
2. Estos tres t¨¦rminos designan aspectos que inevitablemente se dan en todo objeto de conocimiento; a saber, un ser (individual o colectivo) agente real de lo observado, el fen¨®meno, la trascendencia de lo producido hacia nuestros ¨®rganos de los sentidos, y el proceso, la trascendencia de la actividad del ser sobre su entorno estructurado coherentemente con ¨¦l y con su actividad.
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