Poderoso caballero
Inestable, vers¨¢til y aturdida, la humanidad se va acercando al fin de siglo, enfrentada a las mayores contradicciones de su historia. Por lo pronto, el imparable progreso t¨¦cnico y cient¨ªfico corre paralelo con la proliferaci¨®n de la miseria. A pesar del inobjetable lema de la OMS ("Salud para todos en el a?o 2000"), el sida se expande como plaga aterradora (en 1992 ya afectaba a casi 12 millones de personas). Al margen de la reciente Declaraci¨®n Universal de los Derechos de los Pueblos Aut¨®ctonos (1992), se mantiene o se acrecienta el avasallamiento de esos mismos pueblos.La anunciada abolici¨®n de fronteras en Europa ser¨¢ contempor¨¢nea de la creaci¨®n de una fortaleza europea que mantendr¨¢ alzados sus puentes levadizos. La febril preocupaci¨®n wejtylica por los no nacidos se complementa con la incre¨ªble dureza pontificia acerca de aquellos otros, efectivamente nacidos, que no cumplen con su fundamentalismo de vieja y nueva cepa. As¨ª como varios partidos originariamente marxistas se han ido desprendiendo de Marx, ahora en Italia la Democracia Cristiana se inclina a cambiar de nombre y eliminar as¨ª la comprometedora referencia a Cristo. Evidentemente, hay mitos que molestan, sobre todo si los partidos que los reverenciaban caen en la corrupci¨®n irreverente. Y las paradojas eclesiales siguen. La ardiente exhortaci¨®n papal al celibato contra natura de los angustiados seminaristas sufre una inquietante impugnaci¨®n: miles de adolescentes han sido violados por 400 curas norteamericanos, m¨¢s propensos a la pedofilia que a la vigilia.
?M¨¢s contradicciones? El fomento sustancial del deporte no impide que las temibles barras bravas lo sigan usando como excusa para su violencia ol¨ªmpica y mundial. El rigor y la crueldad del mercado de consumo castigan la excesiva producci¨®n de l¨¢cteos, cereales, c¨ªtricos, carnes y otros productos esenciales, con total desprecio hacia la miseria atroz de pueblos marginados y de los 40.000 ni?os que diariamente mueren de hambre en el Tercer Mundo. Las reunificaciones y reencuentros (digamos Alemania, en paulatina ruta hacia el IV Reich) se colorean con los atentados neonazis contra turcos, polacos, africanos y, ¨²ltimamente, italianos (dicho sea de paso, ?hasta cu¨¢ndo se calcula que estar¨¢n a salvo las minor¨ªas espa?olas y portuguesas de Alemania, Francia, Austria, Suiza, etc¨¦tera? ?Habr¨¢ que recordarle a la Europa todav¨ªa indemne el c¨¦lebre alerta de Bertolt Brecht? Dec¨ªa Marcel Proust: "Uno se vuelve moral cuando es desgraciado". ?Habr¨¢ que esperar al advenimiento de la desgracia propia para recuperar la limpieza ¨¦tica y no ¨¦tnica?).
Siempre el desorbitado individualismo como negaci¨®n del otro. Y una clave: el dinero. Por arriba y por debajo de tantas contradicciones, el mercado de consumo difunde una plaga m¨¢s contagiosa que el sida: el culto fan¨¢tico del dinero. El vac¨ªo dejado por el marxismo-leninismo ha sido r¨¢pidamente colmado por el arribismo-consumismo. Es cierto que el dinero represent¨® siempre un elemento esencial en la vida comunitaria. Desde la vieja catequesis del time is money hasta el lema psicobancario: "El ahorro es la base de la fortuna", el dinero signific¨® de antiguo una palanca que otorgaba poder. "Poderoso caballero / es don Dinero", escribi¨® Quevedo en los inicios del siglo XVII y a¨²n lo canta Paco Ib¨¢?ez en el nuestro. O sea, que su culto no es una novedad. S¨®lo que ahora se ha convertido en obsesi¨®n morbosa. Hasta no hace mucho, la gente (al menos la que pod¨ªa) ahorraba para lograr un aceptable bienestar, vivienda, seguridad y tambi¨¦n para velar por el futuro de sus hijos. Hoy esas gratificantes justificaciones, sin haber desaparecido, han pasado a segundo plano. Aun dentro de una misma clase social (la de los que est¨¢n arriba o se desesperan por estar), la buena (y mala) gente acumula dinero para ir ascendiendo en la exhibici¨®n suntuaria, pero, sobre todo, para humillar al vecino (ya se trate de un pueblo colindante o el simple se?or de al lado) y tambi¨¦n al competidor, al subordinado y hasta al subordinante. ?La consigna? Sencill¨ªsimo: machacar al pr¨®jimo. El triunfo y la soberbia del uno sabe a poco si no van acompa?ados por la derrota y la humillaci¨®n del otro. Como previsible secuela, la envidia hace estragos en las relaciones sociales y una oportuna zancadilla logra, a veces, mejores dividendos y/o ascensos que un doctorado en Oxford.
Ya sabemos todos (la insistente publicidad nos lo recuerda a diario en la prensa, la radio, la pantalla y la pantallita) qu¨¦ cambios sustanciales ha provocado el desarrollo t¨¦cnico. No obstante, cabe preguntar si esa vertiginosa evoluci¨®n ha tra¨ªdo felicidad. No ya a las grandes transnacionales, a los banqueros, a la jet set, a los especuladores, a las lumbreras de la corrupci¨®n, a los potentados de la droga. Digo m¨¢s bien si habr¨¢ tra¨ªdo felicidad al pr¨®ximo pr¨®jimo, ¨¦se que no suele brincar de contento cada vez que los infalibles ordenadores le ratifican que contin¨²a siendo uno m¨¢s de los dos o tres o cuatro millones de parados. Reconozco que puede ser excitante ver a los robots en las exposiciones de alta t¨¦cnica cumpliendo a la perfecci¨®n tareas que no precisan de m¨²sculos ni s¨ªstoles ni di¨¢stoles. Es claro que en esos alardes publicitarios no se hace referencia a los se?ores trabajadores (as¨ª se dice ahora) que quedan en la se?ora cuneta. Ser¨ªa muy estimulante que las horas de trabajo que las nuevas m¨¢quinas le escamotean al obrero sirvieran para ampliar los espacios del ocio creativo (?alguien tiene la osad¨ªa de mencionar el ocio como un inalienable derecho humano?), pero en realidad ese escamoteo s¨®lo sirve para acentuar la angustia familiar, la penuria econ¨®mica. El sistema es tan despiadado que si un hombre (ya no digamos una mujer), de 30 o 40 a?os, pierde su trabajo, es casi imposible que consiga otro. A su vez, aquellos j¨®venes que, tras los duros filtros universitarios, culminan una carrera, son conscientes de que lograr¨¢n, junto con el t¨ªtulo, un modesto lugarcito en la cola de desocupados.
?Qu¨¦ ser¨¢, despu¨¦s de todo, lo que ha funcionado tan deplorablemente como para que la sociedad viva hoy tan ansiosa, tan incomunicada, tan tensa y, en definitiva, tan infeliz? El culto fan¨¢tico del dinero ha impuesto un est?lo desembozadamente ego¨ªsta. Hasta en los culebrones de cualquier origen el dinero es el protagonista indiscutido. La solidaridad es pieza de museo. La guerra, limitada o universal, econ¨®mica o religiosa, es, despu¨¦s de todo, una consecuencia extrema de esa insolidaridad, de ese desprecio hacia el otro. Lo dijo Sartre, el olvidado: "Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren". Y Leon Bloy: "La sangre del pobre; eso es el dinero".
Por si todo ello fuera poco, la antes sagrada ONU (Mariano Aguirre la llama acertadamente "paradoja del Gobierno mundial sin poder"), al convertirse, a partir de la obscena guerra del Golfo, en una suerte de serial killer, capaz de disolver manifestaciones somal¨ªes con argumentos de metralla, ha inaugurado una extra?a modalidad de acci¨®n humanitaria. Adem¨¢s, en Bosnia, donde todo es tan confuso, lo ¨²nico seguro es que los que mueren son pobres de solemnidad, y a ellos pertenec¨ªan los restos humanos que colgaban de los ¨¢rboles de Gorazde. Limpieza ¨¦tnica. Pobres ¨¢rboles.
Al margen de la convocatoria de Viena, con sus denuncias y contradenuncias, sus empalagos y rispideces, sus discursos en pro y sus pancartas en contra, los pobrecitos derechos humanos, as¨ª, con min¨²sculas, vagan por el mundo, desolados, trampeados, pisoteados, heridos de muerte, rechazados en todas las fronteras, y, sobre todo, usados descaradamente por los hip¨®critas de alto vuelo para condenar a los infractores enemigos y disculpar a los infractores amigos. Clinton pone el grito en el cielo; Wojtyla pone el cielo en el grito. Pero Clinton, adem¨¢s del grito, pone en el cielo bombarderos de humanitaria punter¨ªa, y los somal¨ªes (menesterosos, fam¨¦licos, inermes) mueren encandilados por esas llamaradas, tan democr¨¢ticas que dan asco.
[Mientras escribo este art¨ªculo llega una escalofriante noticia: 23 misiles norteamericanos han sido lanzados sobre Bagdad, provocando la muerte de un n¨²mero a¨²n indeterminado de civiles, todo ello en dilatada represalia
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de un supuesto -y fracasado- compl¨® de Sadam Husein para asesinar al ex presidente Bush cuando concurri¨® a Kuwait en el pasado abril. Aqu¨ª la contradicci¨®n es hist¨®rica y flagrante, ya que la naci¨®n que hoy aparece como justiciera es ducha en compl¨®s contra gobernantes en general. Quiz¨¢ alg¨²n lector recuerde las exitosas conspiraciones norteamericanas contra Mohammed Mossadegh -Ir¨¢n, 1953- y Salvador Allende -Chile, 1953-, as¨ª como el m¨¢s cercano intento de asesinar a Muammar el Gaddafi -Libia, 1986-. Los consabidos aliados han dicho entre dientes que comprenden el ataque norteamericano a Bagdad. No falta mucho para que comprendamos todos que Macbeth y Landr¨² tambi¨¦n actuaron en leg¨ªtima defensa].
"Pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero / es don Dinero". ?Qui¨¦n iba a pensar que Quevedo, con casi cuatro siglos de anticipaci¨®n, iba a ser m¨¢s certero que Fukuyama en su diagn¨®stico del futuro? Petr¨®leo, armas, drogas son meras ramificaciones del poder de ese dinero que seduce, corrompe, chantajea, mata; que prostituye a los ni?os, a los fabricantes de noticias, a los core¨®grafos de la pol¨ªtica. La m¨¢s vieja profesi¨®n del mundo instala, d¨ªa tras d¨ªa, lucrativas filiales en los m¨¢s inesperados oficios. Lo malo es que la corrupci¨®n, al convertirse primero en h¨¢bito social y luego en sin¨®nimo de astucia, habilidad, ingenio, ya ni siquiera cuenta (verbigracia, en las elecciones) como argumento infamante, como sanci¨®n moral. Los de abajo empiezan indign¨¢ndose, luego se afilian al descreimiento y acaban por fin adoptando esa pr¨¢ctica que, al parecer, brinda tanto provecho. Aqu¨ª, all¨¢ y acull¨¢, los desocupados muchachos asaltan, los ocupados banqueros despojan, los generales leen el hor¨®scopo.
Tal vez existan dos corrupciones: una org¨¢nica y otra psicosom¨¢tica. La primera es practicada por rateros, modestos evasores de impuestos, contrabandistas del mont¨®n, y com¨²nmente es castigada con c¨¢rcel. La segunda es ejercida por viejos magnates, nuevos ricos, capos del narcotr¨¢fico, proveedores de armas, y suele ser atendida con dieta vegetariana y psicoan¨¢lisis. Hay muchos que se reponen. Es cierto que en Bosnia violan a diario los derechos humanos. Pero, ?s¨®lo all¨ª? ?S¨®lo los serbios practican en exclusividad el horror de la limpieza ¨¦tnica? Seguramente, dentro de 5 o 10 a?os, avispados periodistas de The New York Times o The Washington Post efectuar¨¢n una prolija investigaci¨®n y revelar¨¢n al amn¨¦sico mundo qu¨¦ fuerzas ocultas desencadenaron, organizaron y culminaron esa guerra absurda. Desde ya puede asegurarse que obtendr¨¢ el Premio Pulitzer. Enhorabuena, brothers.
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