Sarajevo, nuestra herida
A menudo me he visto obligado a recordar a aquellos que hac¨ªan elogios exagerados de lo particular -tanto en la ex Yugoslavia como en la antigua Europa del Este- que hay que tener mucho cuidado en no confundir particularidad y valor. Que cuando no ha habido valorizaci¨®n la particularidad cae muy f¨¢cilmente en el particularismo. Que, a fin de cuentas, la antropofagia es tambi¨¦n una particularidad. No cesaba de repetirlo en la ex Yugoslavia y en la antigua Europa del Este. Y puesto que hay que asumir que, como dec¨ªa Andr¨¦ Gide, "nadie escucha": repit¨¢moslo.La particularidad est¨¢ ligada a la identidad. Aqu¨ª se impone otra advertencia: la identidad no puede tornarse ¨²nicamente en singular, idem nec unum, dec¨ªa la sabidur¨ªa latina. A la idea de la modernidad y, quiz¨¢ m¨¢s particularmente, a la de un posmodernismo muy vago vendr¨ªa mejor una "identidad-nido, encajable". Que cada uno se interrogue al respecto.
Me es dif¨ªcil separar mis identidades croata y eslava del sur (antes dec¨ªamos yugoslava en un sentido en v¨ªas de desaparici¨®n); mi identidad ruso-ucrania, transmitida por mi padre, de origen ucranio y cultura rusa; la francesa que siento desde que intento escribir en franc¨¦s, y la cosmopolita, que opon¨ªa a los nacionalistas, anticroatas o serb¨®fobos, por ejemplo; la identidad del hombre que soy y que no puede ser reducida a categor¨ªas como naci¨®n o parentesco. Durante m¨¢s de veinte a?os he seguido -y he intentado, quiz¨¢ en vano, mostrarla en mi Epistolario de la otra Europa- esa enfermedad de identidad, a la vez individual y colectiva, ¨¦tica y ¨¦tnica, en una Yugoslavia que est¨¢ pasando a ser la difunta Yugoslavia y en una Otra Europa que no quer¨ªa ser una Europa otra, diferente.
En muchos pa¨ªses se puede constatar hoy que la identidad del ser prevalece sobre la del hacer. La primera se adorna a veces con una ret¨®rica que roza la caricatura, insistiendo de forma desmesurada en el pasado nacional, la tradici¨®n, la pertenencia, el mito; la segunda, en lugar de expresarse, mediante proyectos reales o realizables, permanece casi siempre mal definida, es decir, insignificante. Y no es s¨®lo el caso de la ex Yugoslavia y de la antigua Europa del Este.
Al intentar evocar el destino de Sarajevo, me doy cuenta de lo poco que sirven las ideas generales. Las v¨ªctimas m¨¢s cruelmente golpeadas por los conflictos y los particularismos (ex) yugoslavos son, sin duda, los bosnios musulmanes, nacionalidad casi totalmente ignorada hasta el presente por Europa, pueblo europeo de ra¨ªz, eslavos islamizados tras la ocupaci¨®n otomana de los Balcanes. Su particularidad merece especial atenci¨®n.
A comienzos de los a?os setenta, tras el reconocimiento oficial de la nacionalidad musulmana, primero en Bosnia-Herzegovina y luego en toda Yugoslavia (probablemente por iniciativa personal de Tito), la divisi¨®n entre quienes eran musulmanes por religi¨®n y quienes sin referencia religiosa expresaban con el nombre de Musulm¨¢n (con M may¨²scula) su diferencia ¨¦tnica respecto a los serbios, croatas y otros eslavos del sur fue fuente de indecisi¨®n y malentendidos.
En el pasado, sobre todo tras la creaci¨®n de la "primera Yugoslavia", en 1918, hab¨ªan sido atra¨ªdos unas veces por los serbios y otras por los croatas, dado que compart¨ªan con esas nacionalidades su lengua y su origen. Estaban, pues, divididos por las opciones que se les asignaba y en ocasiones se declaraban "sin opci¨®n nacional" (neopredjeljeni) o, simplemente, yugoslavos. En el siglo XX, uno de los mejores poetas de origen musulm¨¢n y bosnio, Mak Dizdar, se consideraba croata, mientras que el mejor prosista, Mehmed Mesa Selimovic, serbio. Este ¨²ltimo ha expresado mejor que nadie, en su mundialmente conocida novela El derviche y la muerte, el drama de pertenencia y de particularidad vivido por los musulmanes: "Se nos ha desligado de los nuestros sin haber sido aceptados por los otros; como el brazo de un r¨ªo al que un torrente separa de repente de su curso y que se queda sin fuente ni desembocadura, demasiado peque?o para convertirse en lago, demasiado grande para ser tragado por la tierra. Con un sentimiento indefinible de verg¨¹enza por nuestro pasado y de culpabilidad ligada a nuestra conversi¨®n, no nos atrevemos a volver atr¨¢s y tampoco podemos mirar hacia adelante".
Crec¨ª en Mostar, ciudad completamente destruida hoy, rodeado de j¨®venes musulmanes. No ve¨ªa ninguna diferencia entre ellos y los croatas cat¨®licos o los serbios ortodoxos, salvo durante las horas de catecismo en la que nos separaban a unos de otros. La mayor¨ªa de los historiadores serbios consideraban que los musulmanes eran serbios por su origen, mientras que los libros de historia croatas los alineaban con los croatas. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno ustachi de Palevic proclamaba que eran Ia flor de la croacidad" con el fin de atra¨¦rselos y asimilarlos. Los chetniks serbios los diezmaban por traidores o descendientes de los ocupantes turcos. Algunos sabios se afanaban en probar que los musulmanes bosnios hab¨ªan surgido de los eslavos que adoptaron la herej¨ªa de los bogumiles. Esta teor¨ªa jam¨¢s se ha sustentado en argumentos convincentes y s¨®lo es aplicable a una peque?a parte de los bosnios musulmanes.
Generaciones de intelectuales musulmanes de Bosnia-Herzegovina han interiorizado y vivido dolorosamente una especie de "malestar de identidad". Al pensar en Sarajevo y su tragedia, me viene a la memoria la atractiva figura del escritor Midhat Begic, el que fuera sutil ensayista e intelectual laico, agn¨®stico procedente de una familia musulmana tradicional, int¨¦rprete de obras tanto serbias como croatas o eslovenas, partidario de la unidad de los eslavos del Sur y, al mismo tiempo, un esp¨ªritu europeo en el mejor sentido de esta ambigua palabra. "En Bosnia-Herzegovina, en el coraz¨®n de Yugoslavia, exist¨ªa una importante etnia a la que s¨®lo le faltaba tener un nombre para ser una naci¨®n", escrib¨ªa hace casi veinte a?os. "Ser Musulm¨¢n es tener una conciencia de s¨ª mismo acompa?ada a menudo de malestar. A pesar de que se denominaban bosnios, los musulmanes jam¨¢s han podido identificarse desde el punto de vista nacional a Bosnia-Herzegovina. A diferencia del resto, excepto de los jud¨ªos, era la religi¨®n, y no la naci¨®n, la que defin¨ªa la identidad del Musulm¨¢n. Para el escritor musulm¨¢n de Bosnia-Herzegovina, esto se traduc¨ªa en una sensaci¨®n de vac¨ªo. Y ni siquiera su integraci¨®n en otros grupos nacionales, serbio o croata, y en la civilizaci¨®n europea pod¨ªa resolver ese problema crucial".
Al terminar este breve ensayo, pienso en mis encuentros, en los a?os cincuenta, con mis profesores Mehmed Selimovic y Midhat Begic en el atrio de la Biblioteca Nacional de Sarajevo, destruida por esta nueva guerra fratricida. Ese singular edificio, de estilo neomorisco, con el que Austria-Hungr¨ªa quiso afirmar la presencia de Europa central en los Balcanes, abrigaba preciosos manuscritos orientales, ¨¢rabes, turcos, eslavos. Su p¨¦rdida es incalculable. Salvando las distancias, recuerda a otra, en la otra orilla del Mediterr¨¢neo, en Alejandr¨ªa. Los escritos que los jud¨ªos sefard¨ªes expulsados de Espa?a aportaron en los siglos XV y XVI a esta "ciudad bosnia de convivencia" (una de las pocas de Europa que jam¨¢s construy¨® un gueto) han sido salvados en parte. La c¨¦lebre Hagada, orgullo de Sarajevo y uno de los m¨¢s bellos monumentos de la cultura hebraica, que durante la Segunda Guerra Mundial fue salvada por la resistencia, ha vuelto a ser preservada esta vez gracias al empe?o de los defensores de la ciudad.
Cuando me cruzaba en las salas de esta biblioteca con gran cantidad de intelectuales musulmanes, no era consciente del "malestar" que sent¨ªan en su fuero interno. Una molestia muy diferente de las enfermedades de identidad de las que hoy se nutren los odios. Los escritores que se han quedado en Sarajevo, sitiada y saqueada, han formado recientemente la asociaci¨®n multinacional del Pen Club bosnio. Aprovecho esta ocasi¨®n para expresarles mi admiraci¨®n. En nuestra com¨²n historia europea a veces es necesaria una tragedia para que se revelen y se reconozcan los valores particulares.
La tragedia de Bosnia-Herzegovina y de su poblaci¨®n as¨ª lo confirma.
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