La ca¨ªda de los modelos Cap¨ªtulo 4
Esta ver¨ªdica historia se basa en algunas decepciones muy contempor¨¢neas. Se puede explotar esta constante y sacar la conclusi¨®n de que esta es la ¨¦poca de las decepciones, si no fuera porque hay precedentes de otras en la historia, y el maestro Toynbee, que estudiaba estos fen¨®menos, hablaba de ellas, en todos los tiempos, como "desapegos", seg¨²n la palabra de la versi¨®n espa?ola de la que dispongo. El desapego es un momento en el cual el gobernado cree comprender que sus aspiraciones no se colman aunque las de la naci¨®n parezcan cumplidas, y comienza a separarse de esa gobernaci¨®n, o a no querer formar parte de su historia. En Espa?a atravesamos, a?os atr¨¢s, por lo que aqu¨ª se llam¨® el desencanto. Nos refer¨ªamos con ello a la democracia: no cumpl¨ªa nuestra aspiraci¨®n a la felicidad. Y, sin embargo, ¨¦ramos felices sin saberlo (la ¨²nica manera de ser feliz), por comparaci¨®n con lo que iba a venir: lo de ahora. Tenemos ya una tendencia profunda a sentirnos muy desgraciados. Tampoco es cierto.Hay una tendencia mundial a no creer en la democracia, con la excepci¨®n de los pueblos que no la tienen: viven peor que nosotros y esperan poder adoptarla con la esperanza de que les demos dinero por ello. Hay una vaga infiltraci¨®n de ideas seg¨²n las cuales la democracia no existe ni existir¨¢ nunca.
No es la primera vez: ocurri¨® en Europa, a?os treinta, y ten¨ªa una raz¨®n, o fue s¨®lo una alucinaci¨®n: hab¨ªa unos Estados totalitarios, y unos dictadores que parec¨ªan haber llevado a sus ciudadanos al paroxismo de la alegr¨ªa. Todav¨ªa no se hab¨ªan divulgado los que luego se llamar¨ªan sus cr¨ªmenes y s¨®lo se ten¨ªa el aspecto visible de eficacia. El comunismo hab¨ªa sacado a Rusia de su, condici¨®n de inmenso territorio de fango y nieve habitado por almas muertas y dirigido por una pandilla de locos y enfermos, los fascismos recuperaron a Alemania de la ruina de Versalles y hab¨ªan hecho de ella la naci¨®n m¨¢s poderosa de Europa, y a Italia la hab¨ªan sacado del caos y de la peor pobreza.
Hoy no hay modelos: nos proponemos nosotros mismos como modelos a los que no han alcanzado nuestra tensi¨®n superficial, pero sabemos que la democracia real ha ca¨ªdo como imagen. Este verano nosotros, los espa?oles mismos, usted y yo, hemos ido a explicarles a los latinoamericanos por medio de la doble ¨¢guila que habla en nuestro nombre -el rey, el presidente- de qu¨¦ manera deben aproximarse a nuestro modelo. Y les hemos llevado' la idea de que deben dejar tantas equivocaciones y empezar, por fin, a comer. Llenos de entusiasmo, cada uno de los dirigentes de esos pa¨ªses se han puesto a s¨ª mismos por modelos de la evoluci¨®n y, sobre todo, de la gram¨¢tica: de los nombres de las cosas. Parlamento, presidencia, urna, votaci¨®n. Partido, pueblo.
- No se puede decir que ¨¦stos sean los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo, porque hay otros que est¨¢n peor. El tema de la deuda latinoamericana, que atraviesa un olvido moment¨¢neo, es incomparable con lo que sucede en pa¨ªses asi¨¢ticos y africanos, donde ni siquiera puede haber deuda. Ignorantes de su propia condici¨®n, tienen un empe?o considerable en subsistir y parece que desean comerse lo nuestro. A cambio de su trabajo: est¨¢n, incluso, dispuestos a dar su esfuerzo a nuestra civilizaci¨®n, de la manera m¨¢s modesta posible.
Algunos ni siquiera han tenido esa
intenci¨®n porque estaba fuera de sus
fuerzas. Los somal¨ªes, por ejemplo.
Durante mucho tiempo su mayor
aportaci¨®n a la civilizaci¨®n occidental,
despu¨¦s de haber tenido la forma humilde de colonizados por los italianos, ha sido la de damos la verdadera sensaci¨®n de que somos felices aunque s¨®lo sea por no ser ellos. La continua dedicaci¨®n de la televisi¨®n al espect¨¢culo de su muerte lenta parec¨ªa tan empe?ada en mover nuestra conciencia como lo estaba nuestra conciencia en no conmoverse: en realidad, nos serv¨ªa verles para dar gracias a quien fuese -cada uno tendr¨¢ su se?or- por no
ser ellos. Cierro los, ojos y recuerdo los ni?os del verano pasado, renegridos m¨¢s que negros, secos, con inmensos ojos de pecera, aferrados a los odres vac¨ªos de sus madres, mordidos todos por unas implacables moscas que tambi¨¦n hab¨ªan tenido la desgracia de nacer en Somalia. Cierro los ojos, digo, porque si no ya no les veo: no salen.
Veo en cambio a sus hermanos, quiz¨¢ algunos de los mismos que vimos sobrevivir entonces, huyendo bajo nuestras bombas, dobleg¨¢ndose bajo nuestros palos. Comprendo que aquella larga campa?a de las televisiones mundiales ten¨ªa como motivo principal preparamos para el asalto a su pa¨ªs por nuestras tropas -creo que todav¨ªa no tenemos all¨ª generosos legionarios espa?oles, pero nosotros somos tambi¨¦n los americanos, franceses, italianos: estamos afiliados- en una operaci¨®n llamada admirablemente Esperanza -la que les atribuirnos- pero, de cuy o nombre jur¨ªdico se discute, y as¨ª tambi¨¦n habr¨¢n contribuido, sin saberlo, a la jurisprudencia internacional: Tuerzas de peacemakers o de peacekeepers. Hay pa¨ªses que est¨¢n dispuestos a enviar a sus soldados para conservar la paz, Una vez establecida; otros los env¨ªan para crear o hacer esa paz. Son importantes finuras ling¨¹¨ªsticas de las que no debemos desinteresamos: de ellas se ha hecho nuestra civilizacion.
En Somalia, Estados Unidos ha querido hacer la paz con sus armas, perseguir a sus malos jefes, a los que se llama ahora, con un nombre tomado de la China ca¨®tica (no pudimos salvarla bien en su momento; se tuvo que salvar sola, y no le qued¨® suficientemente fina su historia), se?ores de la guerra, todav¨ªa se derrama sobre ellos la palabra marxista, que no ha dejado totalmente de tener sentido. Hay marxistas en Cuba, en Irak, en Belgrado: hay muchos entre los palestinos. Y hay que purgar a Somalia de los suyos.
La sangrienta operaci¨®n de Somalia, en la que sin resta?ar el hambre se ha a?adido la metralla (y el helic¨®ptero de bombardeo tiene la ventaja de alejar, con sus aspas, las moscas de los rostros de los moribundos), hubiera podido parecer racismo, dada la negritud de las personas a las que tan rudamente se salva de s¨ª mismas, de no haber ocurrido otras parecidas con personas decididamente blancas. Hacia octubre interesaban m¨¢s los blancos de Sarajevo: no-aceptaban la muerte inm¨®vil de los somal¨ªes, y corr¨ªan para huir de balas y bombas. En la televisi¨®n este movimiento da mejor resultado, y el espectador se interesa m¨¢s: no tiene que volver los ojos. Sobre todo, hay un culpable, el serbio; y a nosotros nos gusta m¨¢s que haya culpables. El serbio -que en la antigua geograf¨ªa y toponimia espa?ola se escrib¨ªa con uve; tambi¨¦n hemos perdido algo por ah¨ª- pod¨ªa ser amenazado. Sigue el croata corriendo como un gamo de las balas de los cazadores en busca de agua o de leche: el espect¨¢culo se ha hecho un poco mon¨®tono. Pero el concepto se ha ido esclareciendo algo: estos croatas ya son s¨®lo los musulmanes, y en las diversas conferencias de paz entre dos veranos se ha llegado a la conclusi¨®n de que deben ser reducidos, encerrados en zonas, preservados para que puedan seguir: siendo vistos en el futuro (como l6s pieles rojas que dej¨® en pie el general Custer, o como los ind¨ªgenas primitivos de los pa¨ªses iberoamericanos que observaron con atenci¨®n la conferencia de Bah¨ªa: por si sal¨ªa de all¨ª algo de comida); y siendo musulmanes, es dudoso que sean blancos: aunque lo parezcan, y hasta se les ve rubios. Cualquiera, sabe que la raza ¨¢rabe es blanca, y con grandes muestras rubias; una raza generalmente bell¨ªsima. Pero ?no tienen algo negro por el hecho de su religi¨®n? Los de Bagdad, que tambi¨¦n nos entretuvieron, y nos van a suministrar m¨¢s diversiones pronto, son claramente de otra raza. Dir¨ªamos que son semitas, si esto no nos llevase a peligrosas confusiones con Israel: no hay que entrar en el terreno resbaladizo del semitismo y antisemitismo para hablar de racismo. En este verano hemos visto la distinci¨®n: al conmemorar la barbarie de la detenci¨®n de jud¨ªos en Par¨ªs, su encierro en un campo de f¨²tbol y su entrega a la muerte alemana, se ha hablado oficialmente de "racismo y antisemistismo": no parece conveniente ya confundir las dos cosas. Hay siempre diferencias, como pasa con los kurdos: no es lo mismo serlo en Irak, donde se goza de la protecci¨®n armada de las Naciones Unidas frente al odio asesino de Sadam, que serlo en Turqu¨ªa, donde la persecuci¨®n -que no cesa- no puede despertar el n-¨²smo inter¨¦s occidental, porque se trata de un Gobierno que forma una estrecha alianza en la OTAN y en algunos organismos europeos. La misma persona puede ser un kurdo bueno o un kurdo malo con s¨®lo caminar unos kil¨®metros.
. No es racista quien quiere, sino quien sabe y puede. El que tiene la fuerza y el conocimiento para aplicarla. Corrieron los albaneses de sus terribles barcos por las calles de Bar?, Italia, con la esperanza de ser confundidos con gentes de la ciudad, porque cre¨ªan que eran blancos: se les caz¨®, se les encerr¨® en un campo de f¨²tbol -se va viendo que es una de las prisiones favoritas para casos pol¨ªticos: los arquitectos del futuro deber¨ªan tenerlo ya en cuenta e incluir en sus proyectos esas otras aplicaciones secundarias- y se les devolvi¨® a su pa¨ªs. Como a los marroqu¨ªes de las pateras en Espa?a y a los vietnamitas de los juncos en los mares de China y Jap¨®n. Y es que el problema de las razas es algo bastante m¨¢s sutil que el color de la piel, los rasgos faciales, el idioma. Consiste en la pobreza.
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