Del interes com¨²n del caso particular
AGUST?N GARC?A CALVOEl pasado 15 de agosto, el escritor, fil¨®logo y profesor Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo-pidi¨® ayuda, a trav¨¦s de un anuncio publicado en la prensa, para pagar una deuda de 10,5 millones de pesetas con Hacienda. El escritor solicitaba la contribuci¨®n de alg¨²n lector pudiente que disfrutara y agradeciera sus obras. En esta p¨¢gina analiza la pol¨¦mica que ha suscitado su actitud en distintos medios del pa¨ªs
MUCHAS EMOCIONES ha despertado la ocurrencia de Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo de publicar un anuncio pidiendo a los usuarios de sus obras una ayuda financiera para librarle de los engorros de la atenci¨®n de Hacienda.Seguro que con eso lo que menos pretend¨ªa mi infortunado tocayo era que los prohombres de la Pol¨ªtica y la Cultura se expresasen en los Medios. Lo que deb¨ªa de pretender el hombre era, primero, tentar la rara suerte de que entre esos usuarios y agradecidos surgiera alg¨²n pudiente que, con una aportaci¨®n inmed¨ªata y generosa, le liberara de los negros manejos de la contabilidad con el Estado y, segundo, en todo caso, dar un aldabonazo m¨¢s, no en la opini¨®n de los opinadores, sino, por el contrario, en la raz¨®n com¨²n de los que sienten, por debajo de las ideas que les venden, c¨®mo es la forma verdadera y actual del r¨¦gimen que padecemos (el del Estado, fundido con el Capital y regido por un solo ideal, el del Dinero por lo Alto), los cuales, por lo com¨²n, aunque saben muy bien hablar, no tienen nombre ni se expresan por los medios.
Pero, lo que son las cosas, en tanto que lo primero, por lo visto, no ha aparecido a¨²n, y de lo segundo ha recibido (seg¨²n ¨¦l me cuenta, al volver yo de un breve viaje) cientos y cientos de cartas y comunicaciones de simpat¨ªa, entendimiento y ¨¢nimos, muchas de ellas acompa?adas de aportaciones monetarias (desoyendo el sentido del anuncio o, m¨¢s bien, no creyendo que pueda surgir el tal contradictorio potentado), mezcladas con unas pocas de insultos de contribuyentes indignados y creyentes, en cambio, lo que no pretend¨ªa, las opiniones de los que s¨ª tienen nombres y se expresan en los medios ha sido, al parecer, desmesuradamente numerosas y variadas.
Ya al echar cuentas de las unas y las otras manifestaciones, podr¨ªa ser algo revelador: pues, en tanto que entre las de gente sin mucho nombre, las de los creyentes insultadores han sido en muy poco n¨²mero, entre las de los se?ores con nombre y por los Medios, pese a los muchos que se han atrevido a lo contrario, las de los indignados, defensores del r¨¦gimen y detractores de mi pobre tocayo han sido, al parecer, tantas como para llegar casi hasta el empate.
Pero ese c¨®mputo no es tan claramente revelador, y es preciso tratar aqu¨ª de ver si esa cantidad de opiniones de ilustrados indignados con el caso revela tambi¨¦n algo pol¨ªticamente interesante acerca del mundo en que vivimos.
Se me dice que algunos criticaban acerbamente al dicho A. G. C. como aprovechado y descarado, que cobra y saca del Estado-Capital y luego no quiere pagarle su parte alicuota, con la que, se forma el capital del estado, que ¨¦l luego reparte en beneficios a los ciudadanos, de los que el propio A. G. C. se aprovecha.
Como suele, la mala intenci¨®n se descubre sin querer en la mala informaci¨®n:
a) Nadie, ni el propio A. G. C., est¨¢ limpio del mordisco de la Hacienda: los a?os que hab¨ªa vuelto a ser Catedr¨¢tico, el Fisco le retiraba sin pedir permiso el 27% de su salario, m¨¢s otras gabelas con algunos otros de sus ingresos, con todo lo cual bien que le duele haber contribuido a hacer nuevas Autopistas. Lo ¨²nico que ¨¦l no hac¨ªa era declararse a hacienda (hay otros amores).
b) La ¨²nica vez que en su vida, seg¨²n dice, vio dinero junto fue cuando tuvo que vender, con sus tres hermanas, la finca que su padre, Joaqu¨ªn Garc¨ªa Gallego, Inspector de Hacienda de Zamora y autor de lo que figura como pr¨®logo a la Endecha, llamada Relato de amor, les hab¨ªa dejado en patrimonio, con cuya cuarta parte pens¨® ¨¦l no poder comprar y restaurar el ya famoso caser¨®n del rabo viejo de Zamora, donde habita a ratos con no s¨¦ cu¨¢nta gente m¨¢s, el cual caser¨®n se llev¨® eso y la subvenci¨®n de la junta (que reconoc¨ªa con ello el inter¨¦s p¨²blico de la casa) y los 2,5 millones de su premio de 1990, y todav¨ªa dinerillos que tuvo que buscar, pero todo ello, y la evidente mala inversi¨®n, no cuenta para Hacienda, que lo estima, incluida la subvenci¨®n, como "incremento de patrimonio".
c) Desde que nos decidimos, ¨¦l y yo, a salir a las prensa p¨²blicas, hace unos 25 a?os, hemos sacado, aparte de canciones y otras cosas, unos 40 libros, que se han vendido, en modestas cantidades, pero que, en parte por una desastrosa administraci¨®n, no nos han rendido, ni a ¨¦l ni a m¨ª, beneficio dinerario alguno. Esto era tan claro incluso para el Fisco que ni siquiera lo ha metido en cuenta.
d) Por lo visto, todav¨ªa ha salido alguno de los opinadores (yo creo que hasta en este mismo honorable rotativo) hablando de lo cobrado por el himno de Madrid, siendo tan f¨¢cil averiguar que, cuando lo compuso, con Pablo Soroz¨¢bal Serrano, le cobraron a la comunidad por el himno una peseta.
e) No s¨¦ (es, por fortuna, incalculable) lo que la gente nos deber¨ªa a A. G. C. y a m¨ª por las cosas que hemos hecho y hacemos, pero es de notar que, no la gente, sino el Estado mismo, le debe a A.G. C. por su separaci¨®n forzosa de la C¨¢tedra durante once a?os, una reparaci¨®n econ¨®mica, de la que no logr¨¦ cobrar un c¨¦ntimo, y si bien es cierto que este Estado, que anul¨® el Decreto de expulsi¨®n, es otro que aquel que lo expulsara de su seno, tambi¨¦n este Estado del Bienestar es leg¨ªtimo heredero de su antecesor y deb¨ªa, por tanto, cargar con sus obligaciones.
Sin embargo, lo m¨¢s notable es que, con este trivial motivo, hayan surgido en los medios tantos indignados defensores del Fisco (defraudadores, sin duda, como todo hijo de vecino, salvo alg¨²n caso de entrega apasionada, pero dentro de las normas admitidas, y sin esc¨¢ndalo), tantos proclamadores de la fe reinante, de que el capital del Estado se hace con los dinerillos que los ciudadanos le entregamos, y que luego ¨¦l reparte en lo que entiende que son necesidades de los ciudadanos, en especial de los menos pudientes y los de, como dicen, Declaraciones Negativas.
Lo que revelan sobre la subconsciencia de los prohombres esas vehementes declaraciones que nadie les ped¨ªa para otro d¨ªa lo dejaremos. Por m¨ª parte, otras veces en este mismo rotativo, y estos d¨ªas en una serie, An¨¢lisis de la Sociedad del Bienestar, en Diario 16, he tratado de poner al descubierto la mentira de esa fe.
Pero, volviendo todav¨ªa al caso de mi tocayo, es a¨²n m¨¢s curioso que algunos otros de los detractores que en los medios le han salido de lo que se muestran indignados sobre todo es de que alguien pueda presumir de ser un rebelde, un anarquista, un acrata (como si el pobre A. G. C., ni ning¨²n fulano, pudiera presumir de ser tal cosa) al mismo tiempo que se es catedr¨¢tico, se cobra, aunque sea poco, por canciones o conferencias, y se tiene derecho a ocupar alg¨²n espacio en las Radios y la Prensa.
Esos se?ores tienen la idea, como es l¨®gico, de que un anarquista tendr¨ªa que ser un pobre, un desharrapado, y entonces todav¨ªa lo respetar¨ªan. No les basta, no, con que mi tocayo se haya dedicado a existir lo menos posible, neg¨¢ndose constantemente, por ejemplo, a aparecer en la Televisi¨®n, siendo as¨ª que, como dec¨ªa el amigo Artero, s¨®lo el que sale en la televisi¨®n existe y, por tanto, tiene dinero, es dinero, con lo cual mira por d¨®nde hasta se habr¨ªa librado A. G. C. de andar en estos tristes tejemanejes con Hacienda.
Pero no, no les basta: ellos querr¨ªan que un anarquista, ya que tenga que haberlos, fuera miserable, piojoso, bohemio, pintoresco, drogota, enloquecido y febricitante de hambre y fr¨ªo, y mejor que todo, naturalmente, muerto, muerto como Sacco y Vanzetti, y entonces todo estar¨ªa en su orden por lo menos, y hasta podr¨ªan dedicarle una manifestaci¨®n comnemorativa en la futura sociedad del bienestar. Pero cataduras y salidas de pata de banco de un tipo como A. G. C., eso no pueden entenderlo, y as¨ª se les revuelven las tripas a los pobres.
Bien se temen (y ojal¨¢ sus temores fueran veras) que esas contradicciones de nuestro amigo, que le permiten hasta tener alguna voz en los medios, abren la posibilidad de que alguna vez los privilegiados hablen por los que no tienen nombre nivoz sonante, mucho m¨¢s machacadores que A. G. C. por el capital del estado, lo cual es intranquilizador y peligroso. Era - f¨¢cil, ?verdad?, ser contestatarios contra ideas simples y arcaicas como las de las dictaduras, pero cuando la idea del dominio alcanza en la Sociedad del Bienestar su forma suprema, la Idea que es el Dinero, y al mismo tiempo uno se ha asentado en la Sociedad por fin y se ha hecho dinero ¨¦l mismo, ?qu¨¦ dificil se vuelve consentir siquiera que haya alguien queponga en tela de jucio nuestra fe!
Ello es que, en conjunto, en esas indignadas manifestaciones de prohombres en los Medios que domina en un ansia de comprender, de meter, como sea, el caso en una casilla del tablero, en un t¨ªtulo del cat¨¢logo, a la altura de sus mentes. Pero, ay, comprender y encasillar es lo contrar¨ªo de la inteligencia, del dejarse llevar por el sent¨ªmiento y la raz¨®n, y as¨ª les va a los senores, y as¨ª se llevan de bien con el Estado.
Pero seguro que lo m¨¢s interesante que nos pueden ense?ar esas declaraciones de los prohombres en los medios (y aqu¨ª he dejado de hablarles en nombre de mi infortunado tocayo y les hablo yo sencillamente) es la cuesti¨®n de la moral en la pol¨ªtica, pues con esas despotricaciones de lo que se trata es de la busca y sustentaci¨®n de cu¨¢l debe ser la postura ¨¦tica del Individuo (el Hombre, que dicen los empresarios) en sus relaciones con la Hacienda y con el Estado.
Ahora bien, ya hace tiempo que se ha visto, en el Bienestar, que cada vez que en cuestiones p¨²blicas se mete la moral por medio (por ejemplo, en las condenas de Corrupci¨®n, destinadas a encubrir la corrupci¨®n global y legal), lo que se est¨¢ haciendo es la defensa m¨¢s vehemente de la pol¨ªtica (esto es, la Econom¨ªa) dominante. Cada vez que, en cuestiones p¨²blicas, oigo a uno u otro papanatas hablar de la ¨¦tica y moral del caso, es como cuando oigo a los Ejecutivos de Capital o del Estado hablar de a filosofila de tal Plan o tal Empresa, y se me apesadumbra el coraz¨®n de la m¨¢s negra melancol¨ªa: es como si, a trav¨¦s de sus vocecitas de flautines desafinados, oyera el trueno del Se?or del S¨¢bado y la Banca, la voz del Ideal ¨²nico, el Dinero.
La intrusi¨®n de la Moral en la Pol¨ªtica es el medio de la dominaci¨®n del Dinero sobre el pueblo, y la reducci¨®n a la vida privada y al Individuo de cuestiones como la Contribuci¨®n al Fisco, de modo que cada cual tenga sus cuentas y sus tratos privados con el Ente, es el modo de asegurar que nada de com¨²n discurra y viva entre la gente y que se reafirme en su trono al Dinero Imperial.
Por el contrario, si alg¨²n aliento nos queda a la gente contra ese dominio supremo del ideal es ?que la casa se abra!, que no haya moral ninguna que no sea una pol¨ªtica, que la vida privada se haga p¨²blica.
En cuanto a m¨ª, recibo con dudas y compasi¨®n el acto de A. G. C. y sus repercusiones en los Medios, y bien desear¨ªa que al menos sirviera un poco para desvelar las contradicciones y rendijas de las Ideas que se le venden a la gente.
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